Por Pedro Fierro
Agencia UNO

Durante este mes se han liberado los datos de la 9ᵃ versión de la Encuesta Política de la Fundación P!ensa, que, como cada año, contempla 1650 entrevistas presenciales en las 10 ciudades más grandes de la región de Valparaíso. Pese a sus límites territoriales, se trata de un instrumento muy útil a la hora de analizar algunas actitudes políticas en el tiempo, pues ya lleva casi una década midiendo diversos indicadores relacionados con el estado de salud de nuestra democracia.

Entre los muchos aspectos que se consideran—confianza, interés, percepción de corrupción en distintos niveles, entre muchos otros—, quizás uno de los más interesantes se relaciona con la “eficacia política”. En sencillo, este concepto se puede entender genéricamente como la sensación de que la acción política vale la pena, es decir, la creencia de que nuestros esfuerzos cívicos (como votar y participar) tienen sus frutos.

Desde los años ’70 se ha sugerido que esta actitud se puede capturar a través de dos componentes. El “interno” se relacionaría con la sensación de que, como ciudadanos, tenemos las competencias necesarias para participar. Mientras que el “externo” se relacionaría con la percepción de que el sistema político responde.

Esta breve introducción se vuelve esencial para comprender un dato interesante. Desde el año 2017, al menos en la región de Valparaíso, se viene produciendo una peligrosa distancia entre ambos componentes. Mientras los ciudadanos nos sentimos más competentes, creemos al mismo tiempo que el sistema político es incapaz de responder ante nuestras intervenciones. Hace ya bastantes décadas, algunos investigadores han sugerido que este fenómeno merece ser analizado con mucha detención, pues en la medida en que se mantenga esta brecha, es mucho más probable que la ciudadanía busque mecanismos alternativos para hacerse escuchar.

Bien sabemos que con el diario del lunes es más fácil, pero no está de más compartir que, en función de los resultados de la encuesta de P!ensa, esta brecha entre el componente “interno” y el “externo” de la eficacia política llegó a sus niveles más altos en la versión 2020 del instrumento, cuyo trabajo de campo se realizó solo meses después del estallido social. Luego de ese año, la brecha comenzó paulatinamente a disminuir.

Esta situación puede tener distintas interpretaciones y, al mismo tiempo, dar lugar a diversos análisis. A continuación, compartiré solo uno.

Si nuestros ciudadanos se sienten capaces (alta eficacia interna) y, al mismo tiempo, sienten que el sistema no les responde (baja eficacia externa), lo más probable es que se produzca en ellos una mezcla de sensaciones y sentimientos que, por ahora, denominaremos “frustración”. Visto de esa forma, también podremos convenir que, independiente de que esa distancia se vuelva menos pronunciada (lo que efectivamente está pasando desde el 2021), el problema persiste en la medida en que siga existiendo la brecha.

En otros términos, entre 2017 y 2020 vivimos un periodo de frustración creciente, existiendo también un sentimiento acumulado (¿resentimiento?). El punto es que ese sentimiento acumulado seguirá creciendo en la medida en que la brecha siga simplemente existiendo.

Esta mirada, creemos, puede ser muy útil para interpretar el momento que estamos viviendo en nuestro país. Quizás nuestra ciudadanía no declare tener los niveles de frustración política de 2019, pero eso no significa que no se esté acumulando un sentimiento más profundo y nocivo para nuestro sistema democrático.

De esta idea general se desprenden un montón de otros fenómenos que son dignos de atención. Solo a modo de ejemplo, nuestros datos nos indican que el grupo que tiende a acumular más frustración (en los términos recién descritos) es el de jóvenes de sectores acomodados. Al mismo tiempo, los resultados también nos indican que, precisamente en los jóvenes, esa sensación de sentirse competente no necesariamente es aparejada con la realidad. Es decir, los estudiantes y profesionales jóvenes se sienten más capacitados (elemento subjetivo) pero, al mismo tiempo, tienden a tener menos conocimiento efectivo (elemento objetivo) respecto a los asuntos públicos. Y, finalmente, ciertos análisis también nos muestran que estas sensaciones suelen ser explicadas no solo desde un nivel individual, sino que también desde una aproximación territorial. Hay lugares—incluso dentro de las ciudades—que durante las últimas décadas han sido “dejados atrás”, generando sensaciones de impotencia y abandono en sus vecinos. Esto es particularmente importante, en cuanto nos obliga a pensar en políticas que no sean espacialmente ciegas y que apuesten por la inclusión de territorios que suelen estar marginados (y que no necesariamente son los más pobres).

Reflexionar sobre estos temas se vuelve urgente si queremos dar con ciertas luces respecto al momento en que vivimos. Como bien sabemos, los eventos políticos recientes han sido muchas veces interpretados de forma antojadiza y forzada por los ganadores de turno. Las conclusiones que han salido de esos análisis, por lo mismo, nos suelen dejar con cierta perplejidad. Pero si miramos la crisis política que vive nuestro país con algo más de altura, bien podremos sugerir que no somos ni tan volátiles ni tan polarizados en nuestras decisiones. Hay elementos que parecen trascender y que nos pueden ayudar a comprender parte del camino que vivimos y seguiremos viviendo.

Esto último tiene especial relevancia en función del proceso constituyente. ¿Cómo interpretaremos el triunfo o el rechazo de la nueva propuesta del Consejo Constitucional? ¿Qué caminos tomaremos para enfrentar problemas que subyacen y que persisten?

En fin, parece haber una serie de aspectos que urge mirar con detención si buscamos comprender los procesos políticos que se nos avecinan. Al menos hoy contamos con datos para poder hacerlo.

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