Por Eduardo Vergara B.

Nuevamente el debate en torno a los mínimos comunes programáticos se ha instalado como un camino hacia la necesaria unidad. Se trata de la posibilidad cierta de llegar a un desde básico de entendimiento transversal que ayude a dar cohesión a una izquierda y centro izquierda atomizada, y que unida pueda dar respuesta a los conflictos y sueños de Chile. La elección presidencial que se aproxima obliga a enfrentarnos responsablemente a una nueva -y tal vez última- oportunidad de ponernos de acuerdo para hacer efectivos los cambios que el país requiere.

Pero, lamentablemente, los llamados a lograr acuerdos programáticos han sido instrumentalizados para dilatar acuerdos electorales más que para ayudar a gestarlos. Ya lo vimos en la previa a la inscripción de candidaturas para la Convención Constitucional. La mayoría de los actores políticos puso la existencia de acuerdos programáticos como requisito para avanzar en pactos electorales. Pero cuando llegó el momento de demostrar voluntad política de sentarse a conversar en torno a un programa, esta quedó corta de la misma forma que ha sucedido desde el retorno a la democracia. Es decir, el debate de ideas es utilizado como excusa para no lograr acuerdos. A algunos actores políticos poco les importa la definición de un proyecto país que supere el Estado Subsidiario con más y mejor democracia.

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Por esto, desde la Fundación Chile 21 el año 2020 invitamos a un proceso de diálogo programático a todos los presidentes y presidentas de partidos. Tras un detallado proceso de entrevistas cualitativas, logramos poner a disposición pública un primer documento que sirve como línea base de materias comunes. ¿La conclusión central? Cuando la discusión es programática respecto de un proyecto futuro, son muchos más los elementos de consenso que de disenso, generándose acuerdos transversales en temas claves para el desarrollo de un nuevo modelo de desarrollo en Chile. Sin embargo, en la constitución de una sola lista para convencionales constituyentes, cálculos reducidos pesaron más que la voluntad política para la unidad. Es probable y esperable que pase a ser uno de los mayores desaciertos políticos en torno al proceso constituyente. Con todo, el proceso que iniciamos dejó en claro al menos lo que nos une es significativamente mayor que lo que nos divide: Chile necesita urgentemente transformaciones que sólo la izquierda y centro izquierda son capaces de liderar con normalidad.

¿Es posible entonces avanzar en unidad? Absolutamente. El debate sobre el futuro de Chile es tan imprescindible como la reflexión respecto del pasado. No solo los puntos en común son mayores a las diferencias, sino que estas últimas son totalmente abordables gracias a pactos que se sustenten en un bien último superior. Esto es, sin duda, la responsabilidad de otorgar una alternativa de gobernabilidad bajo un Estado social de derechos que nos permita gobernar la tempestad generada por la crisis del COVID y el mal gobierno. Será justamente el próximo gobierno el que tendrá la misión de levantar Chile tras la pandemia.

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¿Es trivial entonces tener entre los objetivos el impedir que la derecha vuelva a gobernar? En lo absoluto. Las fuerzas hoy agrupadas en la oposición deben impedir que el país siga por el rumbo del desgobierno, la desigualdad, la inseguridad y que los costos los sigan pagando los más vulnerables. Lo que está en juego no es un triunfo político, sino más bien el poder cumplir con un deber social y ético de entregar una alternativa de gobernabilidad al país. Es así como se requiere proyección, estrategia y pragmatismo, proyecto político y, por sobre todo, entender que hay millones de personas que requieren urgentemente vidas más dignas, igualitarias y seguras, y que no pueden quedar a merced de proyectos políticos personales e irresponsables, o -peor aún- que sigan gobernando para proteger los intereses de una reducida élite económica y política. ¿Necesitamos más épica y convicción que eso?

Ponemos entonces el trabajo de Chile 21 a disposición de este necesario proceso. Para que sea usado como base para avanzar en identificar lo que nos une, pero por, sobre todo, para enfrentar lo que nos separe, construyendo el alma multicolor de la coalición que debe gobernar el país. Sin complejos, tanto con orgullo como con sentido crítico respecto de lo logrado durante los gobiernos anteriores, pero dando prioridad a la renovación de un pacto de confianza que permita gobernar la tormenta para recuperar la paz, el crecimiento y la justicia social que tanto requerirá nuestro país en esta nueva etapa que comenzará gestarse a partir de la nueva Constitución.

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