Por Jorge Jaraquemada
Agencia UNO

El triunfo de Gabriel Boric el domingo 19 puede ser leído desde diferentes lentes. Podría decirse que parte de su alta convocatoria electoral responde a un llamado ciudadano a concretar demandas populares. También podríamos admitir que la mayoría alcanzada es consecuencia de la activación de un voto rechazo a esa construcción mediática que la izquierda hizo de Kast. Incluso que la motivación de quienes movilizó se debe, antes que a adhesión ideológica, a respuestas circunstanciales de una ciudadanía que se deja seducir por estímulos principalmente vinculados a emociones. 

Más allá de las explicaciones propias del análisis electoral, lo cierto es que el resultado de la segunda vuelta presidencial y el discurso del candidato ganador, lejos de moderar las expectativas, las subieron. En su mensaje de esa noche dejó claro que, a su juicio, no habrá paz si no se realizan cambios sociales. La masividad y extensión de las celebraciones pueden entenderse como una derivada de esa señal que Boric entregó ese mismo domingo. Y como si fuera poco, diferentes militantes del Partido Comunista, incluido su presidente, han hecho hincapié sostenidamente en que se deben cumplir las promesas de campaña y las propuestas del programa, en pos de mantener las expectativas altas.

Esto último no es menor, porque aquello que podría parecer una declaración de confianza o aliento del PC para cumplir las promesas realizadas por su aliado presidente electo más bien huele, de un lado, a una advertencia de que la lealtad estará condicionada por la consecuencia de Boric y del Frente Amplio de avanzar hacia los horizontes trazados en común. Y, de otro lado, a que el PC hará valer como ventaja política su superioridad electoral, lo que es igual a decir que buscarán posicionarse hegemónicamente antes incluso de que parta el nuevo gobierno y no como un mero aliado más.

Así se entiende que Teillier señalara que toda alianza será bienvenida “en la medida que se facilite el cumplimiento del programa de gobierno” o que Daniel Núñez se preocupara de dejar claro que “el PC va a estar más cómodo donde le sirva al pueblo de Chile y lo que el pueblo quiere hoy es un gobierno que lo saque del neoliberalismo”. Aunque mucho más tajante fue la advertencia lanzada por Daniel Jadue al recordar que “el Partido Comunista, le duela a quien le duela, es el partido más grande” de la coalición Apruebo Dignidad. 

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En algún momento Boric señaló que su partido, si hubiera que ubicarlo espacialmente, se encontraría a la izquierda del Partido Comunista. Sin embargo, durante los próximos meses éste intentará, en la calle y en La Moneda, demostrarle lo contrario, explicitando su rechazo irrenunciable a emular un gobierno socialdemócrata, particularmente luego de los vaivenes de Boric durante la última hora electoral. Esto evidenciará la tensión al interior de la coalición de gobierno a la que estará sometido el joven presidente. Las distancias del mundo comunista con todo lo que representó la transición y la Concertación no sólo son irrenunciables, sino que, a diferencia del Frente Amplio, no les interesa maquillarlas.

Este paisaje abre la puerta para una segunda reflexión, aquella que se refiere a la supuesta moderación de Boric en virtud de sus giros conceptuales durante la segunda vuelta y su apelación a la necesidad de procurar orden y otorgar certezas. En efecto, a estas alturas es casi un cliché afirmar que el recién electo presidente corrigió hacia la sensatez su discurso en segunda vuelta, pero parece que aquella mesura de la última parte de su campaña no termina de convencer a los mercados y, por lo mismo, para muchos ha parecido más bien una estrategia necesaria para llegar al poder. Si consideramos el derrotero político del aún diputado, esta percepción está lejos de ser exagerada. Después de todo, es nuestro pasado lo que nos constituye. 

Al mirar la historia de Boric no cuesta mucho encontrarse con una serie de episodios que dan cuenta de, a lo menos, coqueteos con la violencia y con un ethos revolucionario que, a veces, parece inundarlo. Así también una seguidilla de solicitudes de perdón que suelen seguir a pulsiones políticas que parece no poder frenar. Entre ellas se cuentan su pública admiración al legado del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y del Frente Autónomo -aquél que asesinó a Jaime Guzmán-, su incontenible deseo por viajar a conocer a uno de los terroristas que le disparó y sus llamados a la desobediencia civil. Incluso en sus discursos, tanto la noche en que pasó a segunda vuelta como en el de su triunfo, no pudo evitar hablarle, antes que al país, a sus “compañeras y compañeros” y parafrasear a Salvador Allende, o sus vaivenes en materia de indulto.

Primero apoyó el proyecto, en segunda vuelta dijo que “no se puede indultar a una persona que quemó una iglesia, una pyme o que saqueó un supermercado” y luego de ganar afirma que revisará caso a caso las acusaciones. Lo curioso es que las personas que están privadas de libertad es precisamente porque se les acusa de haber cometido aquellos delitos que él mismo señalaba como no indultables. Todo ello nos muestra al Boric de naturaleza revolucionaria y radical que aparece editado por la prensa en las últimas semanas. 

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Por esto mismo, antes que una moderación retórica, lo que el nuevo presidente electo y su coalición requieren es enmendar el camino que se han propuesto para Chile. Dicho de otro modo, no es suficiente presentar un equipo económico, sino que esté compuesto por personas de transversal reconocimiento. Pero aun así, lo que realmente se necesita es que Boric garantice que hará caso a ese eventual grupo de asesores y expertos, cuestión que hasta ahora no ha hecho. 

La promesa de un sueldo mínimo de medio millón de pesos, la propuesta de alza de impuestos, los ataques sibilinos a las mineras, su afán por condenarnos a todos a un sistema de salud público mediocre y caro, y arrasar con el sistema de capitalización individual y las AFP, sólo mantendrán las malas noticias en materia económica. Por eso, los proyectos con los que enfatice sus primeros cien días de gobierno serán claves para saber si, en verdad, aún es posible pensar en buenas noticias para nuestra devaluada moneda y pesada inflación.

Se ve difícil, porque lo que el mismo Boric nos ha mostrado histórica y recientemente no da confianza. Contener las expectativas y dar señales de equilibrio y sensatez significa renunciar a su proyecto refundacional o, lo que es igual, renunciar a ser Boric. Es difícil renegar de la propia naturaleza y si así fuera (mediáticamente no ha tenido pudor en tratar de convencernos de que puede hacerlo) allí estará el Partido Comunista para intentar impedirlo y, tal como en el cuento del escorpión y la rana, recordarle cuál es su verdadera naturaleza. El próximo gobierno será liderado por un presidente cuyo principal problema es él.

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