Por Álvaro Vergara

Algunos dicen que hay que tener valor para suicidarse. Otros piensan que la desesperación es el impulso que empuja al suicida hacia ese trágico final. Albert Camus dijo que solo existe un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Emile Durkheim, autor que aportó uno de los grandes estudios al respecto, sugirió que el suicidio aumenta cuando una sociedad es incapaz de proporcionar a algunos de sus miembros un marco dentro del cual puedan vivir una vida con sentido.

En esa línea, un libro relativamente reciente (2020), que reflexiona sobre las causas que desembocan en actos autodestructivos, es “Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo”, de Anne Case junto a Angus Deaton, Premio Nobel de Economía. Ambos autores, si bien promueven la economía de mercado, reconocen que la misma genera problemas que sus defensores más entusiastas no debiesen ignorar. Las personas, dicen, “están bebiendo hasta la muerte, o envenenándose con drogas, o fallecen porque se han disparado o se han colgado”.

Sus investigaciones fueron realizadas principalmente en Estados Unidos, y aunque hay diferencias con Chile, también existen concordancias importantes: La principal, que tanto en nuestro país como en EE.UU., la mayoría de los suicidios se concentran en hombres entre los 20 y los 49 años. ¿Qué explicaciones puede haber detrás?

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El texto es relevante porque Chile se encuentra entre los países de la región con las tasas proporcionales más altas de suicidio y de otras formas de autodestrucción (como consumo de alcohol y drogas). Una gran parte de la población cada día sufre más problemas de salud mental, y muchos han decidido hacerlo público: de ahí que sea común ver a sujetos lanzándose casi todas las semanas a las vías del Metro, o como ocurría hace algún tiempo, desde lugares emblemáticos como el Costanera Center. La persona, desesperada, se tira mientras los demás la graban. Ese desesperado se estrella contra el asfalto o las latas del tren, mientras no faltan quienes critican por qué no lo hizo en su casa.

Deaton y Case describen una serie de fuerzas sociales que han dificultado la vida en general, desarrollando hipótesis tan punzantes como olvidadas en nuestro debate público. Una central es la estrecha relación entre autodestrucción y estabilidad familiar. Los autores son categóricos al decir que “hombres jóvenes que pensaron que podrían tener una vida libre de compromisos, en la mediana edad se encontraron solos y perdidos”. Fenómeno que ha ido aumentando en nuestro país: El año pasado, por ejemplo, se registraron solo 37.647 matrimonios, una de las cifras más bajas de los últimos años (teniendo en cuenta la pandemia). Por otro lado, los autores afirman en la misma línea que “hay pocas dudas de que el fracaso de las normas sociales relacionadas con no tener hijos fuera del matrimonio, que al principio a muchos le pareció muy liberador, a largo plazo ha tenido un alto precio”. Y en Chile, recordemos, alrededor de un 73% de los niños nace hoy fuera del matrimonio.

Las causas materiales también tienen injerencia en el asunto. La paralización de la economía, la dificultad de acceso a trabajo de buena calidad y el aumento en general del costo de la vida aumentan este tipo de desenlaces fatales. Por eso Deaton y Case reconocen, a diferencia de liberales que ignoran sus propias fuentes, que la desigualdad es un problema. Pero, y a diferencia de las izquierdas en general, no reducen este desequilibrio a brechas de ingresos o de patrimonio, sino que lo encuadran en un plano más amplio: “la brecha entre los que tienen menos y más estudios se ha ampliado, no solo en el mercado laboral, sino en el matrimonio, la crianza de los hijos, la religión, las actividades sociales y la participación en la comunidad”.

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De tal forma, Deaton y Case nos advierten que si queremos entender la manera en que la disrupción de la vida lleva a las personas a este tipo de finales, debemos prestar atención a ese tipo de fenómenos. Y al menos en Chile esto es difícil. En efecto: diversas voces desestiman de antemano la defensa de instituciones claves para la vida en común como la familia o las asociaciones intermedias. Prefieren caricaturizarlas y restringirlas a posiciones “conservadoras” o “religiosas”. La evidencia, sin embargo, está al alcance de todos, y poco a poco más voces se suman a reconocer la importancia que dichas agrupaciones en cualquier sociedad.

¿Queremos hallar una de las causas de nuestros problemas actuales? ¿Dónde y cuándo inicia el germen que da paso a la anomia, a la violencia estudiantil, al desacato de la autoridad, u a otro tipo de fenómenos, como el suicidio y las actitudes autodestructivas? Quizás, en la grave digresión sociológica por la cual Chile, lamentablemente, lidera los rankings de la OCDE: la disolución de nuestras familias.

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