Tras cumplirse 10 años de la guerra civil en Siria, los enfrentamientos han decaído, pero las secuelas que dejó el conflicto bélico aún son evidentes.
Y en el caso de niñas y niños, la guerra se ha convertido en la única realidad que conocen.
Amar es la madre de Sultan, menor que sufrió graves quemaduras en su cuerpo luego que un cohete impactara unos bidones de combustible cuando jugaba con su bicicleta.
“¿Qué hago? Puse un balde de agua, una manta, puse mis manos y no pude“, cuenta la mujer, emocionada aún por lo terrible que fue ese momento.
Por su parte, el niño recuerda que su abdomen estaba en llamas y “parecía que toda la carne salía de ella”.
Una ambulancia trasladó a Sultan hasta Turquía, donde vive junto a su madre Amar desde entonces.
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“No eres feo, eres bello”, le reitera Amar. Los ojos del niño mantienen el brillo que alguien tiene a sus 10 años, y no puede evitar entristecerse al volver a ese momento en su memoria.
Aún tiene pesadillas con la explosión y su cuerpo quemándose, las que lo despiertan en medio de la noche.
En sus 10 años de vida Sultan sólo ha conocido el conflicto, las explosiones y los atentados. Su hermano menor no sobrevivió a uno de estos. Misma suerte corrió su padre, quien murió tras un ataque a un mercado.
“Vi a tantos niños morir delante de mí. No pude salvar a ninguno“, lamenta Amar.
Uno de los pocos hospitales pediátricos que queda en pie en Idlib es el que recibe a todos los menores de edad. Doctores del centro de salud afirman que nunca habían visto tantos problemas de desnutrición en la infancia.
Años de bombardeos y desplazamiento llevaron a mayor pobreza, sumado a los cierres de frontera y ayuda humanitaria debido a la crisis sanitaria del coronavirus. Una década que para los más indefensos ha sido lo único que conocen de su tierra natal.
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