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Lleva más de 20 años en el poder y ha tenido encuentros con cinco presidentes de Estados Unidos. Pero la última cumbre entre Vladímir Putin y Joe Biden se dio en el peor momento de las relaciones entre Moscú y Washington, desde la Guerra Fría.

Un deterioro diplomático que comenzó con la anexión de la entonces región ucraniana de Crimea a territorio ruso en 2014. A esto se sumó la guerra civil siria, ciberataques, injerencias electorales, desacuerdos en el tratado de armas nucleares y derechos humanos.

La mayoría, temas tratados en la cumbre de Ginebra, que terminó con una declaración separada de ambos líderes, quienes se mostraron medianamente satisfechos tras el encuentro. Salvo por un tema: Alexei Navalny.

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El líder de la oposición rusa -detenido hace meses- parece ser un problema difícil de resolver, sobre todo para el demócrata. “Habrá consecuencias devastadoras si Navalny muere en prisión”, advirtió Biden en su rueda de prensa.

Pero para Putin este es un conflicto interno, tal como lo es el racismo en Estados Unidos, según argumentó el propio líder del Kremlin.

Y es que Estados Unidos y Rusia tienen tejado de vidrio a la hora de hablar de derechos humanos.

Lo bueno de esta cumbre es que hay disposición al diálogo y las líneas rojas marcadas por ambos líderes no contemplan acciones militares. Un respiro para el mundo, considerando que son las principales potencias nucleares, aunque sabemos que los conflictos ahora se libran en el ciberespacio y las consecuencias pueden ser igual de peligrosas.

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