Por Matilde Burgos
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Nació en Peralillo, en la Región de O’Higgins hace 61 años. Es la menor de una familia de ocho hermanos y de niña quería ser gendarme, pero estudió Pedagogía y se convirtió en la única profesional de su familia.

Pololeaba cuando el curso de su vida cambió y decidió ser religiosa. La Congregación del Buen Pastor y su trabajo carcelario la conquistaron. Trabajó en centros del Sename y hace 15 años llegó hasta el Centro Penitenciario Femenino para convertirse en la capellana de la cárcel de mujeres.

Es la creadora y directora de la fundación Mujer Levántate y es parte del libro Mujeres Bacanas, entre otros muchos reconocimientos.

En conversación con CNN Íntimo, Nelly León Correa analizó a la sociedad de hoy y la relación que tiene con el estallido social. Recordó un episodio de abuso que dio un giro en su vida, reflexionó sobre las condiciones sociales y afectivas de las internas, y criticó el machismo de la Iglesia.

El 16 de enero del 2018, la hermana Nelly marcó uno de los momentos más emotivos durante la visita del Papa Francisco en Chile, cuando en un discurso le dijo que “en Chile se encarcela la pobreza”.

Hoy, a casi dos años de ese momento, recuerda que “lo que yo le quise decir al Papa, al país y al mundo, es que aquí en la cárcel y no solo en esta cárcel, sino en las cárceles de Chile, están los pobres entre los más pobres”.

“Siempre digo que hay tres tipos de pobreza, que uno la sintetiza en miseria humana de repente, que puede ser la pobreza material, la pobreza moral -carencia de valores- y la pobreza espiritual. Esas tres pobrezas, para mí, suman miseria humana y muchas veces eso es lo que está privado de libertad”, dice.

Asegura que esa frase no la tenía en el discurso, pero esa mañana, cuando lo estaba repasando, se dio cuenta que “le faltaba algo más potente” y la agregó.

Asimismo, recuerda que lo que más le impactó al Papa, fue el encuentro con las mujeres en la cárcel.

“Yo creo que el Papa, aquí en la cárcel, fue donde yo lo sentí realmente un pastor, él se sintió como el pastor entre sus ovejas. Porque si bien había protocolo, el Papa lo cambió y empezó a saludar, por un lado, por el otro, al final saludó a todas las mujeres que se le acercaron y se sintió muy libre. Yo vi al Papa emocionado, así hasta las lágrimas, cuando le cantamos el himno que le hicimos”, afirma.

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Tras recordar la visita de Francisco, evalúa a la sociedad de hoy. “Somos individualistas, narcisistas, egoístas (…) No somos capaces de vernos, no somos capaces de mirarnos, no nos reconocemos, entonces nos invisibilizamos y esta realidad está peormente invisibilizada. El capellán nacional tiene una frase que dice: ‘los muros de una cárcel son altos no necesariamente para que la gente no se fugue, sino porque no queremos ver lo que pasa adentro de una cárcel’”, señala.

Sobre el estallido social, indica que como sociedad “estábamos todos adormecido por el consumismo, somos un país muy consumista, nos entra por la vista, por los poros, soy más a medida que tengo más”.

“No queríamos ver lo que nos dieron por muchos años (…) hasta que llega el momento en que esta cosa no dio para más y explotó. Y frases poco felices que fueron saliendo en el tiempo, antes del estallido, como las flores están baratas, regalen flores en esta época, esa era una ofensa. Después, dicen ‘que a los consultorios se va temprano porque se va a hacer vida social’. Eso no puede ser, eso es una ofensa para los pobres”, cuestiona.

Añade que su preocupación por el estallido social pasa por la violencia, ya que “muchos de esos chiquillos que están en las calles, también algunos son familiares de algunas internas. La preocupación está afuera, por un lado, pero aquí también hay una preocupación adicional”.

El abuso que marcó su vida

Nelly señala que ella viene de una familia pobre, pero que vivía bien. Cuenta que tenía lo justo y necesario para vivir, y pensaba que esa era la realidad de todos. Pero su vida comenzó a cambiar cuando en el colegio, en Santa Cruz, la llevaron a conocer la cárcel.

“A mí la gente tras las rejas me impresionó. El bloqueo que existe de ver a una persona tras las rejas, con las manos hacia afuera, rostros duros. Eso me marcó. Por eso quise estudiar Gendarmería cuando grande”, declara.

Años después, se trasladó a Santiago para estudiar Pedagogía y se puso a trabajar. Hizo la práctica en un colegio de Pudahuel, comenzó a pololear y soñaba con tener hijos.
Sin embargo, su vida cambió cuando en el establecimiento presenció un abuso sexual a una menor de cuarto básico.

Recuerda que fue a denunciar la situación y que “nadie hizo nada”. Esto la llevó a que conversara con el cura de su parroquia y comenzara a pensar en la vocación con la Iglesia, pero el paso definitivo fue cuando llegó a Buen Pastor.

He sido tremendamente feliz en la vida religiosa. No exenta de dolor, angustia, tropiezos, como todos los seres humanos en sus vidas, pero si yo lo pongo en una balanza, es mucho más lo que he sido feliz que lo que no”, asiente.

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Durante sus años ayudando a las mujeres que están privadas de libertad, manifiesta que en temas de prisión son muy vulnerables.

“Las mujeres somos más vulneradas y más vulnerables. En temas de prisión, la mujer es muy vulnerada y también muy frágil en sus decisiones. Frágil en los afectos, entonces eso la hace vulnerable”, manifiesta.

Es por este motivo que busca empoderar a las mujeres, “que sean protagonistas de sus procesos, aunque sea en la cárcel. Nuestra misión es tratar de ayudar a sanar su historia para que desde ahí ellas puedan pararse”.

También, confiesa que cree en la adopción homoparental, “siempre y cuando las personas sean responsables”.

“Yo no tengo ningún tema en contra de las relaciones homoparentales, pero creo que todo va en la responsabilidad, con que yo me juegue por la vida y el cuidado de ese niño, de esa niña, de la cual yo me tengo que hacer cargo”, agrega.

El dolor de las internas

La capilla del Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín es un lugar donde llega la mayoría de las mujeres, independiente del credo. Asisten a misa, comparten, cantan y rezan.
María del Pilar Pérez es una de ellas. Va todos los domingos a misas y participa.

—¿Se mira distinto la cárcel cuando uno tiene una perspectiva de salir pronto, a como en el caso de ella, que tiene una (condena) perpetua en que probablemente no pueda optar a nada dentro de los próximos 66 años? Ella tiene más de 50.
—Creo que sí, pero yo creo que hay cosas que son tan íntimas en ellas mismas que, claro, una mujer que tiene una condena corta va a soñar con su libertad pronto. Pero en el caso de la Pili, ella se mantiene con algunas esperanzas que no las voy a mencionar acá. Yo creo que sí, eso es lo que la mantiene con vida, la mantiene ágil, la mantiene haciendo cosas.

—¿Usted conversa con ella?
—Mucho. Sí, siempre. No tengo ningún problema. (Converso) con ella y como con todas las internas. O sea, digamos, no es que sea especial.

Agrega que la mayor cantidad de internas llega por microtráfico que “está asociado a la carencia, pobreza de las mujeres”. El resto, continúa, llega por consumo de drogas y robos.

Analiza que el denominador común entre ellas son las condiciones sociales en las que nacen, se desenvuelven y las faltas de oportunidades. “Son todas las demandas sociales que hoy día están en la lucha afuera”, reflexiona.

Son demandas que aquí están sintetizadas. La falta de educación, vivienda digna, salud, sueldo digno, todo eso hace que una persona se convierta, desgraciadamente, en un delincuente muchas veces. Yo quiero dejar claro que no es que esté diciendo que todos los pobres son delincuentes, eso no es así, pero sí la situación de vida, abandono en la corta infancia, abusos, maltratos, violaciones, hacen que una persona colapse en su adolescencia y juventud y tenga esta socialización callejera que la lleva a cometer un delito”, cuestiona.

Sobre el principal dolor que viven las internas, no duda en decir que es la ausencia de los hijos.

“Sus mayores víctimas son sus hijos, entonces, el cable a tierra de una mujer privada de libertad siempre, siempre, van a ser sus niños y sus niñas”, afirma.

Añade que muchas reciben visitas de los pequeños, pero que otras renuncian a una visita ordinaria porque “eso implica que los paleteen y los niños se van dando cuenta dónde está su mamá. Algunas mujeres no quieren que sus niños se den cuenta que están privadas de libertad.”

En esta línea, agrega que el momento del encuentro con los niños es emocionante, pero que se le parte el alma cuando una mamá se tiene que despedir de ellos.

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Respecto a la vida afectiva que tienen las internas , enfatiza en que duran poco cuando están en una relación con una persona de afuera.

“El hombre es bastante más infiel que la mujer. El hombre no aguanta la prisionización de una mujer”, aclara.

—¿Qué pasa con las internas acá?
—Aquí el límite entre lo afectivo y una relación de pareja entre mujeres es muy frágil también. Muchas veces las carencias afectivas te llevan a tener una pareja mujer. Aunque no sea tu condición sexual.

—¿Cómo se mira eso? Desde usted que es una persona religiosa y dentro de la propia comunidad.
—Las mujeres que están aquí son personas. Y como tal, sea lesbiana, heterosexual, para mí es persona y ante todo está su dignidad y yo acojo esa dignidad. Independiente de su condición sexual. Con respecto a si son o no pareja, yo lo que siempre les digo es que no se violenten entre ellas.

A su vez, cuestiona que como sociedad le cierren las puertas a las internas que salen en libertad. Es por ello, que cuestiona que no exista una política penitenciara.

“Nosotros le echamos la culpa a los gobiernos de turno (…) Lo que carecemos es una política de estado con temas de reinserción”, manifiesta.

—¿Debiera eliminarse del certificado de antecedentes cuando cumplen unas ciertas condiciones en libertad?
—Pero absolutamente, de todas maneras, sino cómo le damos una oportunidad.

La hermana Nelly, además, revela que la muerte de una interna “fue la pena más grande que tuvo” y “uno de los dolores más grande que he cargado”.

Cathy falleció en un Año Nuevo. No era visitada por su hermana, así que fue Nelly quien hizo los trámites. Sin embargo, la pena llegó de golpe cuando la estaban velando en la capilla de la cárcel.

“Fue la pena más grande. Lloré profundamente de pena y de impotencia. Mi reflexión era: ‘¿Por qué un pobre o una pobre tiene que ser pobre hasta para morirse?’ eso es lo que yo no tolero. Por qué los pobres nacen pobres, viven pobre y mueren pobre. Eso Chile no lo puede seguir soportando”, cuestiona.

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El machismo en la Iglesia

—En la Iglesia Católica no existe las capellanas, sólo los capellanes. Porque todavía la Iglesia no se abre a que la mujer pueda tener un rol.
—Hay que cambiar el derecho canónico.

—¿Cómo se vive en un institución que es tan machista?
Afortunadamente, yo pertenezco a una congregación religiosa que es lo que me da mi soporte afectivo, emocional, para no vivir enojada con los sacerdotes o con el mundo más machista de la Iglesia. Pero uno se gana su espacio. Depende mucho del coraje que uno tenga en la vida, independiente de la aceptación de los otros (…) Mientras yo esté aquí, sé que estoy cumpliendo la voluntad de Dios.

Comenta que el desafío que debe tener la Iglesia es que las mujeres deben tener mayor participación en la toma de decisiones.

“La Iglesia está construida mayoritariamente por mujeres. Las comunidades se mantienen por mujeres y el embudo se va estirando hasta llegar a un par de obispos (…) sus decisiones a veces no bajan al pueblo fiel que es el que está hoy día en la comunidad”, plantea.

Además, analiza el nulo rol que ha tenido la Iglesia Católica durante la crisis social que se vive.

Nos farreamos el liderazgo espiritual que nos legaron muchos de nuestros pastores pasados. Nos equivocamos y nos ha faltado mucha humildad para ponernos de rodillas frente al pueblo y decir ‘de verdad nos equivocamos, hemos cometidos delitos, hemos sido responsables de esto’”, señala.

Sobre los casos de abusos realizados por religiosos, es tajante en responder que “es lo más sórdido que uno puede escuchar, ver (…) A mí se me cayeron muchos liderazgos, porque igual yo soy Iglesia”.

Actualmente, continúa, está en la etapa de creerles a las víctimas.

“Yo les creo, porque se demoran mucho tiempo en hablar, les creo profundamente (…) Tenemos un tremendo pecado sobre nuestra espalda, del cual nos tenemos que hacer cargo y ser responsable”, concluye.

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