Por Fernando Paulsen
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Acabo de terminar un libro que provoca al lector como pocos. Se llama Elogio de la Lentitud, de Carl Honoré. Y trata sobre el culto a la velocidad de estos tiempos; de vivir apegados al celular; a la frenética obsesión por no perderse nada de las redes sociales; a andar siempre apurado, temiendo llegar tarde; a la inmensa feligresía mundial por el reloj, como dios dominante de tu propio tiempo.

Cuando el ser humano cae preso de esta vorágine por lo rápido, a la vuelta de la esquina lo esperan los ansiolíticos, la ansiedad compulsiva del atraso y el pavor por el competidor más veloz que tú.

Cuando los gobiernos y la política caen en lo mismo, apresurando leyes que merecen una detención analítica necesaria, o balbuceando declaraciones instantáneas que después deberán ser corregidas, o no tomándose el tiempo para evaluar el costo de nuestras decisiones, entonces se apodera del momento la ceguera voluntaria, que hizo que la velocidad imprimida no viera los signos de lo que está por venir.

Festina lente, decían en la antigüedad los sabios. Si quieres llegar lejos, apresúrate lentamente. No dejes de hacer lo que se debe, pero no caigas en la seducción de la velocidad vacía, que nubla la efectividad de lo que se quiere hacer.

Festina lente. Vale la pena intentarlo.

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