Por Fernando Paulsen
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En el año 2010, Mario Waissbluth sacó un libro brutal. “Se acabó el recreo” era su título y tenía como misión alertar y detener un deterioro feroz en la calidad de la enseñanza pública en Chile.

Su cita más repetida se hizo viral: la gran mayoría de niños que egresan de la escuela en Chile no entienden lo que leen.

Han pasado 12 años y una encuesta de la Universidad de Los Andes revela que las cosas parecen no haber cambiado: según esta encuesta el 96% de los niños de 1ro básico no reconocen las letras del alfabeto. Lo que hace muy difícil sino imposible que puedan leer los libros para su edad.

Es verdad que otros lenguajes han copado el espacio antes reservado a la literatura, especialmente con el acceso de redes y un copamiento de lo visual sobre la lectura.

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Pero saber leer y entender lo que se lee sigue siendo la herramienta fundamental del progreso de la especie humana. Buscar recuperar esta herramienta es legar un tesoro incalculable al futuro. Transformar la lectura analógica y digital en la matriz de la educación nacional, no es aprender una técnica más. Es la esencia primordial de nuestra especie, la base de cualquier expectativa de desarrollo futuro.

Ver el deterioro recurrente en esa categoría es volver a mirar un mundo dividido por el privilegio de entender o no entender lo que se lee. La dinámica de la evolución pasa por saber leer y entender lo que se lee. Aunque apretemos botones y teclas, como nunca antes, todo lleva a entender los códigos de la vida en común, según seamos capaces de leer, progresar y comunicar lo aprendido.

El deterioro está a la vista, parece. Pero, ¿sabremos leer lo que vemos a diario, antes que sea demasiado tarde?

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