Por Fernando Paulsen
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En política, cuando un país se quiebra y se autoinmola en una guerra civil, un golpe de Estado, una división ciudadana que hace imposible coincidir en ideas o en mínimas muestras de colaboración; cuando todo parece tornarse en un “nosotros versus ellos”, las huellas iniciales de ese deterioro pueden llegar muy atrás, pero todas tienen un denominador común: primero vino el insulto, después vinieron las balas.

Un primer paso en esta seguidilla que va de las palabras a las conductas es identificar al adversario, que rápidamente se convierte en enemigo, y proceder a etiquetarlo: el derechista pasa a ser facho, el izquierdista es comunacho, el de centro no es chicha ni limoná y, antes que cante el gallo, las etiquetas se transforman en municiones.

Cada suceso informativo que afecta a alguno de los protagonistas de la política se transforma en un episodio aparte, que se usa para buscar mancillar al adversario.

Si el insulto en la política no generara recompensas, quizás las discusiones se harían más con pruebas e ideas que con groserías. Pero insultar, crear una etiqueta repetible en redes sociales, hablar a gritos a la hinchada, amenazar con todo lo que se haría si él o ella estuviera al mando, ha pasado a ser un mantra.

Etiqueta e insulta a tu rival, amenaza con la furia de Dios si estuvieras al mando, apunta con el dedo a quien es tu enemigo y deshumanízalo en el discurso: hazlo bestia, ladrón, traidor, humanoide, explotador, despreciable, cobarde, pigmeo y un largo etc. Una vez que consigues reducirlo al nivel de alimaña, hacerle daño ya no te afecta. Dejó de ser como tú; ahora es una mosca o polilla más que se merece la palmada que la mata.

La carrera al despeñadero político se forma primero de insultos, luego de deshumanización del adversario, más tarde saltan los líderes que usan el insulto como etiqueta de campaña, sin olvidar utilizar la historia personal o familiar del rival como munición en su contra, para terminar prometiendo seguridad a cambio de restringir la libertad.

Es fácil saber en qué etapa está un país en esta escala. Todo parte por eliminar la racionalidad. Y eso se nota cuando los insultos y las etiquetas comienzan a dominar las conversaciones.

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