Por Daniel Matamala
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La caricatura política nació junto a la democracia moderna. Es que el derecho a burlarse de quienes tienen el poder es parte fundamental de la libertad de expresión.

Así ha sido también en Chile, desde el siglo 19. Lo han padecido, entre otros, gobernantes como Pedro Montt, el año 1906 en La Comedia; Eduardo Frei, caricaturizado por Lugoze; Salvador Allende por Nelson Soto; Augusto Pinochet en la revista Apsi; o Ricardo Lagos por Franco.

Pinochet mandó incautar esa edición de Apsi, y su director fue a la cárcel. Hoy el riesgo ya no está en una dictadura allanando imprentas, sino en lo políticamente correcto, en especial cuando son mujeres las caricaturizadas.

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Es el caso de la viñeta de la ministra Cecilia Pérez, que causó el reclamo de ministras y parlamentarios. Una inversión que, en virtud del género, hace que una persona poderosa aparezca como víctima.

La caricatura de Cecilia Pérez en cuestión podrá ser divertida o aburrida, de buen o mal gusto, pero no es muy distinta de las que vimos antes de Frei, Allende, Pinochet o Lagos. En todas ellas, la exageración de rasgos físicos y la personalidad son el vehículo de la sátira.

El criterio del ex canciller Muñoz al difundirla por supuesto puede ser discutido. Después de todo, la sátira política es siempre provocadora y por eso juega al límite de lo socialmente aceptado.

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