Por Daniel Matamala
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Hace una generación El baile de los que sobran se convirtió en un himno del sentimiento de exclusión de quienes no encontraban un lugar tras completar sus “12 juegos”: los 12 años de educación escolar.

Más de tres décadas después, en el estallido social, El baile de los que sobran ha vuelto a sonar, pero coreado por otra generación con una realidad muy distinta.

Los hijos de quienes “pateaban piedras” en los ’80 fueron la primera generación en acceder a la educación superior por el explosivo aumento de la matrícula, pero muchos de ellos se han encontrado de nuevo con un sentimiento de frustración.

Una frustración que la viven de una autoestima diferente.

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Los nacidos en 1990 junto a la nueva democracia fueron secundarios en la “rebelión de los pingüinos” en 2006, universitarios en la protesta de 2011 y jóvenes profesionales en el estallido, agobiados por las deudas y desilusionados por un cartón profesional que no cumplió el cambio de vida que prometía.

Investigaciones sociológicas que les dan voz muestran desde hace años que muchos de ellos creyeron las promesas, siguieron el camino de la meritocracia, jugaron según las reglas y hoy se sienten engañados y frustrados por un sistema social que no les da iguales oportunidades.

Sienten que, como cantaban Los Prisioneros en ese Chile tan distinto de los ’80, “a otros enseñaron secretos que a ti no”.

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