Por Mónica Rincón
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Ya está más que claro: la PSU segrega aún más que la Prueba de Aptitud Académica. También es evidente que el Consejo de Rectores (Cruch) demoró mucho (17 años no nos habla de rapidez) en decidirse a cambiarla y en anunciar que ésta sería su última versión. No hay dudas en que el problema de fondo es la enorme brecha entre la educación pública y privada, que mejorar eso demora y hay que hacer algo ya.

Han surgido buenas y malas ideas. Buena la del rector de la Universidad de Talca, que propuso bonificar el puntaje en la prueba a los alumnos de liceos. Que alumnos de colegios privados se podrían cambiar a estos establecimientos públicos en 4° medio o antes, dirán algunos. Bueno, basta con bonificar según la cantidad de años que hayan estado en la educación pública y junto con ello hacer programas de nivelación una vez en la educación superior como ya hacen varias universidades. Si más jóvenes migran a los liceos, sería una buena noticias porque se compartiría el capital cultural y las salas serían más inclusivas, mientras se trabaja en cerrar la brecha entre públicos y privados.

No es una buena idea que cada universidad haga su test: es ineficiente, imposible para muchos jóvenes que tendrían que acudir a varias casas de estudio y se presta para abusos como ya vimos en Estados Unidos con un connotado empresario chileno pagando para adulterar los resultados de las pruebas de su hija.

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Y pésima la solución que vislumbra el rector de la Universidad del Desarrollo. Federico Valdés dijo: “Aquí hay que darle más libertad a las universidades para que seleccionen a sus alumnos de acuerdo al perfil de alumno que andan buscando, que ni es lo mismo en todas las universidades”. ¿Qué es eso del perfil del alumno que andan buscando? ¿No se supone que una universidad, de ahí su nombre, busca diversidad en profesores, estudiantes, autores y más?

No es la Universidad la que tiene que tener más libertad para seleccionar, sino los alumnos para postular, sabiendo (a diferencia de lo que ocurre hoy) que será sólo su talento, y no la educación que sus padres pudieron pagar, lo que condicionará su futuro. Son ellos los que deben escoger y no ser elegidos.

La libertad de enseñanza, implica libertad para crear un proyecto educativo, no libertad para elegir a quienes enseñar. Eso es discriminatorio, es un camino en que los clubes de poder se siguen reproduciendo y que no sea sólo el mérito lo que escribe nuestro futuro.

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