Por Mónica Rincón
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Ya no estará su estatua, ya no llevará su nombre. Por decisión del ministro de la Vivienda, Cristián Monckeberg, el Parque Fluvial Renato Poblete pasará a llamarse Parque de la Familia.

Una decisión acertada y que demuestra además cómo ha cambiado la sensibilidad del país en relación a los casos de abusos sexuales y frente a figuras, antes para muchos, intocables e incuestionables.

Renato Poblete, como jesuita, en una dimensión de su vida, parece haber hecho mucho bien en el Hogar de Cristo, pero eso no puede ser un cheque en blanco que permita obviar o minimizar la gravedad de los abusos de los que se le acusan. Como otras veces, como con Cristián Precht: hombre destacadísimo en la defensa de los DD.HH. a quien no pocos defendieron sin poner primero a los denunciantes.

Cuando en el caso de Renato Poblete o de otro se toma una medida como la anunciada, más que en el acusado, en quienes se está pensando es en las o los denunciantes. En cuánto les puede doler que se homenajee a quien ellas acusan. Y en que la sospecha fundada de que alguien pueda haber participado en abusos es ya razón suficiente como para no rendirle honores.

Porque, además, con Poblete no se trata ya sólo de una denuncia, que de igual manera sería importante, sino de hechos gravísimos, que como ha reconocido la Compañía de Jesús, han ido acumulando más casos.

El honor de ser destacado con una plaza, una calle, una estatua o con la nacionalidad por gracia, no requiere de unanimidad. Pero igualmente cierto es que sólo lo merecen quienes no cargan con siquiera la duda de haber atentado contra valores básicos como la dignidad de otros.

La estatua era un homenaje a Renato Poblete, su retiro es un homenaje a la valentía de quienes decidieron denunciarlo.

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