Por Mónica Rincón
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Más de la mitad de los presos no tiene dónde dormir, no tiene una cama. Casi un 40% de las presas está en igual situación según un estudio del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH). Celdas sin ventanas, botellas de plástico para orinar, muchas cárceles donde hay agua sólo pocas horas al día, ni soñar con agua caliente. Ratas, vinchucas y chinches en suelos y muros. En Combarbalá no tienen ni enfermería. No se separa bien a imputados de condenados. ¿Y queremos que tras la condena se rehabiliten?

A pesar de que se invierten $700 mil al mes por reo, lo que no parece poco, al menos no tan poco para que vivan en condiciones infrahumanas.

En todo caso, a buena parte de los chilenos no les importa. Incluso muchísimos opinan “bien merecido lo tienen, que paguen por lo que hicieron”. Lo dicen como si la condena, además de perder la libertad, fuera perder la dignidad.

Pero claro ¿qué pasa cuándo es tu hijo, tu esposa la que cae presa? Tu amigo al que conoces desde niño. Cuando son vecinos y no pobladores. Ahí la presunción de inocencia es sacrosanta, entonces el lugar donde estarán detenidos es inhumano, ahí la prisión preventiva debe usarse con extrema cautela.

Mientras se trate de ellos y no de nosotros, que las cárceles estén pudriéndose, qué importa. No son blancas palomas. Pero, ¿saben? Un día lo fueron. De hecho, la mitad de quienes delinque han pasado por el Sename. Pero el tema va más allá: el peligro de creer que sólo los buenos ciudadanos merecen el respeto de sus DD.HH. relativiza el Estado de derecho.

Ese Estado de derecho que es una garantía para todos, debe proteger a todos: a culpables e inocentes, a incautos y astutos.

Pero los otros, generalmente los pobres, que no son estadísticamente ni más buenos ni más malos que los de mejores abogados, nos parecen ajenos y casi terminamos deshumanizándolos.

Porque se los considera “los nadies”. Y los nadies, como dijo Galeano, valen menos que la bala que los mata.

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