Por Carolina Urrejola
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Anoche, una niña de 10 años murió baleada mientras se trasladaba con su papá en auto por la comuna de Maipú, ya que pasearían para celebrar su cumpleaños que era hoy. La familia niega que se trate de un ajuste de cuentas y la Fiscalía investiga si hubo o no un error en el objetivo de los pistoleros. Como sea, una niña de 10 años ha muerto. Antes fue un niño de cinco años en Padre Hurtado y hace algunos días dos hermanos de 14 y 16 en La Cisterna.

¿Importa que sus padres o familiares estén eventualmente involucrados en delitos? No importa. Un niño siempre será inocente y nuestra preocupación por cuidarlos demostrará la calidad de la sociedad en la que vivimos.

Ante este nuevo hecho de violencia feroz e inexplicable -uno se pregunta, ¿cómo puede ser un objetivo criminal un niño o una niña?- surgen las condenas transversales. Desde el presidente Boric al alcalde Tomás Vodanovic, escuchamos “esto tiene que parar”. Hay quienes dicen que la realidad de Ecuador ya está aquí y seguramente esta semana que comienza escucharemos más lamentos y emplazamientos para que el gobierno actúe contra la violencia.

Llevamos demasiado tiempo minimizando acciones contra el delito que funcionan, pero tienen poco rédito político porque son de mediano o largo plazo: intervenir los barrios críticos no solo con más policías, sino con oferta social para quienes no conocen al Estado, solo viven su abandono. O llevar adelante una contundente reforma a las policías que por motivos políticos se mantiene paralizada.

No hay una bala de plata contra la inseguridad, suelen decir los expertos. Bueno, ya es hora de responder coordinadamente, todo el arco político en unidad, para impulsar todas las medidas con evidencia de efectividad. Sin demora y sin populismo penal, algo que suele aparecer en estos momentos de conmoción.

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