Por Pablo Figueroa

Era finales de junio de 1999 y Travis estaba sobre uno de los escenarios del Festival Glastonbury. Los escoceses habían lanzado hace un mes The Man Who. De buena recepción, su sencillo Writing to Reach You andaba bien en las radios, pero algo ocurría esa tarde. El público no llegó en masa y lo que sería su consagración se estaba perdiendo entre las nubes, hasta que pasó algo mágico: las nubes se fueron oscureciendo y cuando la banda comenzó a interpretar Why Does It Always Rain on Me?, una potente lluvia se dejó caer. Los ingleses sacaron sus paraguas y todos en el festival comenzaron a saltar entonando el coro de la que, desde ahí, es la canción definitiva de la banda.

Esa historia fue recogida por medios británicos, radios locales y contada por años por la banda, cambiando siempre detalles, dando valor mayor a una jornada en la que el grupo podría haber pasado al olvido de no ser por esa lluvia… porqué a veces hacer buenas canciones no bastan. Eso lo comprendió Travis en 1999 y también 20 años después, cuando decidieron fundar su sello y valérselas por sí mismos en la industria renunciando a ser estrellas.

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Venían del éxito de The boy with no name (2007), de donde el primer sencillo fue Closer, pero estaban fastidiados. Su lugar en el mercado había sido arrebatado por Coldplay y ellos ya habían pasado por mucho, incluido un accidente que casi deja a su baterista parapléjico. El único momento en que pensaron en separarse, al que al igual que The Band, eran amigos antes que integrantes de una banda que factura. No lo iban a reemplazar.

Retomando al 2008, el grupo quiere tomarse un descanso para preocuparse de sus familias, no sin antes ir por unas semanas y grabar su quizás único disco de rock puro: Ode to J. Smith. De ahí en adelante, su vocalista Fran Healy se estableció en Berlín y, salvo por las giras, la banda funciona de forma remota.

Así es como llegamos a 10 songs (2020), su mejor trabajo en 19 años. Así de rotundo. Me atrevería incluso a decir que es más compacto que The invisible band (2001) y un hermano de The man who. Las 10 canciones fluyen con una naturaleza en la que los suspiros y la melancolía es tan autentica que emociona. Es como si se hubiese compuesto en un tiempo breve, pero intenso. La guitarra acústica es la carretera por donde las luces que guían las emociones son los arreglos maravillosos del bajo y esa muralla sonora que es Andy Dunlop.

Hay mucha delicadeza que ha sido lo más destacable en la carrera de Travis y que Coldplay intentó imitar en sus inicios. Canciones que son ideales para que una persona con problemas emocionales tome un par de audífonos y salga a caminar solo y termine con lágrimas en los ojos. Eso es Travis en su mejor momento: una mezcla de melancolía y ternura que no sabes si te quieren sacar una sonrisa de satisfacción o empujarte a llorar.

La lista de obras maestras de ese tipo son muchas en su carrera: The Humpty Dumpty Love Song, Where You Stand, Love Will Come Through Somewhere Else. En esta ocasión, esa canción es Kissing in the Wind. “Solías caminar durante horas, hablando de nada”, canta Fran Healy en lo que es una canción monumental. Melancolía pura.

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Lo mismo pasa en otras genialidades del disco como Nina’s Song, que lo primero que me hizo recordar fue que calzaría perfectamente en la versión norteamericana de la película francesa La cena de los tontos; All Fall Down es una delicadeza; The only thing crece con cada escucha hasta que no te la puedes sacar de la cabeza; y A Ghost es muy magnifica.

10 songs es probable que pase inadvertido. No hay gran marketing detrás ni canciones que aspiren a salir en la radio, aunque todas podrían perfectamente. Es un disco para estos tiempos en los que da la sensación de que “solo eres feliz cuando estás soñando”, como dice Kissing in the Wind.

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