Por Fresia Soltof

Gabriela supo de la muerte de su tía abuela y a lo primero que atinó fue a pedir el permiso especial para ir a su funeral a Las Condes, que es una de las siete primeras comunas de Santiago en cuarentena total.

La tía Alicia tenía 98 años, y un fulminante ataque al corazón terminó con su vida de un segundo a otro, sin sufrimiento alguno, más que el de su familiares que no sabían si un encuentro masivo podría ser peligroso.

Gabriela desistió por consejos de su madre. No pidió el permiso para ir desde el centro al sector oriente de la capital y prefirió despedir a Alicia con los mejores recuerdos y alegría de tía longeva. “Yo soy optimista” –dice– “pero tampoco soy temeraria ni lesa. Por algo tenía susto de ir al funeral y decidí no hacerlo”.

El optimismo se ha convertido en estos días en un sesgo que, por positivo que suene, durante una pandemia nos puede jugar una mala pasada y hacernos tomar decisiones equivocadas.

Un artículo del Diario “El País” de España se refiere a que el sesgo optimista, también jugó una mala pasada en esta Pandemia Mundial de COVID-19. “El mundo tuvo semanas de anticipación que desaprovecharon por este principio de la psicología humana: hizo que los grandes estadistas de occidente perdiesen una magnífica oportunidad de actuar a tiempo. Durante la última semana de febrero, el 80% de la población creía que los medios estaban exagerando la importancia de la epidemia”.

A principios de marzo, en España, el 43% opinaba que los medios habían fomentado alarmismo, el 39% que habían informado bien y solo el 5% que habían informado poco.”

Fuera de control

Cuando Gabriela contó en el chat de sus amigas que decidió no ir al funeral de su tía abuela, el tema Coronavirus y sus emociones salieron a colación, nuevamente.

Los miedos y las incertidumbres de cada una. Margarita confesó que su peor angustia “es no tener el control. Nos golpeó a nivel personal. De nuestras relaciones con los otros. A la carencia de disponer lo que tenemos a mano. Que si viajamos no podemos regresar. De que cada uno es una amenaza para el otro”.

Y eso es lo que deriva también en otro sesgo que ocurre en cualquier momento en que lean esto. Queremos (y creemos) tener el control de todo.

La psicóloga Clara Montes lo explica de la siguiente manera: “el cerebro humano tiene un funcionamiento parecido a un computador que capta, almacena y analiza datos para convertirlos en información. Para que su funcionamiento sea eficiente en términos de recursos y energía, existen los sesgos: caminos más rápidos que toma nuestro cerebro para actuar y decidir basándonos en experiencias y emociones previas, de tal forma que no tenemos que estar cada día analizando toda la información disponible para tomar decisiones cotidianas”.

Hasta aquí, todo bien. El problema surge cuando no nos resulta sencillo utilizar la racionalidad porque no existen registros previos en nuestro “hardware” cerebral, como puede ser lo que estamos viviendo con la pandemia del COVID-19, donde no tenemos control sobre lo que está pasando, porque no teníamos precedentes. Y sobrellevarlo se hace difícil porque sencillamente no sabemos cómo hacerlo.

El chat de las amigas de Gabriela se activa a medida relatan sus miedos o sus aprontes. Francisca dice que no teme a la muerte, pero le preocupa que su madre se contagie: “Intento cuidarme para hacer el ejercicio de no ser indolente ante el otro, solidarizar, empatizar, salirme de mi realidad pequeña para formar parte de un todo”, señala.

Y el sesgo de la disponibilidad se explica con esta confesión: “Cuanto más cercano, conocido y evidente sea un suceso, más probable nos parecerá que nos ocurra a nosotros o nuestro entorno. Este sesgo puede llevarnos a minimizar los riesgos que conlleva el COVID-19, una pandemia hasta ahora nunca registrada como un evento posible para la mayoría de nosotros”, dice Montes.

Alejandra, otras de las amigas del chat, lleva varios días diciendo que no tiene miedo, que está preparada para afrontar una crisis como ésta. Pone el ejemplo de Siria: “Tengo miedo a que mi gente sufra, pero no a perderla. No sé por qué me ha pasado todo este tiempo que pienso en los niños de Siria, ese pensamiento me da mucha fortaleza, porque si ellos son tan frágiles y han sobrevivido… podremos nosotros”

A los argumentos de miedo e incertidumbre del resto del chat de las amigas, se suman las críticas a las medidas de las autoridades. Que no son suficientes o que no son oportunas, dando paso sin querer al sesgo de la retrospectiva.

“Este consiste en creer que algo que ya ha ocurrido, que se podría haber previsto, sobreestimando nuestra capacidad para preverlo y distorsionando la falta de información inicial que teníamos cuando el fenómeno no estaba o empezaba a conocerse. Este sesgo puede contribuir a generarnos más angustia hoy en día, creyendo que las autoridades no están haciendo lo suficiente, no nos están ‘cuidando’ o nos están ocultando información” enfatiza la psicóloga Clara Montes.

“Yo creo que el que sea mundial nos hace absolutamente frágiles. Es decir, si te toca, no es mala suerte, no es un por qué a mí, sino que lo ves en tantos países, en tantas personas, que el sentimiento de la muerte se democratiza. Me puedo morir yo y o en China y en Brasil, en Tailandia, etc. Que sea lo que sea, yo ya solté”, culmina Alejandra.

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