Mientras en 1838, el histórico naturalista inglés analizaba la biodiversidad del planeta, también reflexionaba sobre una cuestión más íntima: cómo afectaría el matrimonio a su carrera científica.
Mucho antes de convertirse en una de las mentes más influyentes de la ciencia moderna, Charles Darwin se enfrentó a una decisión profundamente personal: ¿debía casarse?
Corría el año 1838 y Darwin, entonces de 29 años, avanzaba en sus investigaciones sobre la naturaleza y comenzaba a formar la teoría de la selección natural tras su viaje a bordo del HMS Beagle.
Pero mientras analizaba la biodiversidad del planeta, también reflexionaba sobre una cuestión más íntima: cómo afectaría el matrimonio a su carrera científica.
Con el método meticuloso que lo caracterizaba, Darwin hizo lo que cualquier naturalista del siglo XIX (o quizás del XXI) haría: escribió dos listas. Una con las ventajas de casarse. Otra con las razones para no hacerlo.
Entre los beneficios, anotó:
- Niños (si Dios quiere).
- Compañera constante (y amiga en la vejez) que se interesará en uno.
- Objeto para ser amado y con quien jugar (mejor que un perro de todos modos).
- Hogar y alguien que cuide la casa.
- Los encantos de la música y la charla femenina.
“Estas cosas son buenas para la salud”, concluyó, aunque advertía que también representaban una “terrible pérdida de tiempo”.
La lista de desventajas era aún más extensa:
- Libertad para ir a donde uno quiera.
- Elegir si socializar y poder hacerlo poco.
- Conversación de hombres inteligentes en clubes.
- No estar obligado a visitar a familiares y a doblegarse por cada nimiedad.
- Evitar los gastos y la ansiedad de los niños (quizás peleas).
- Pérdida de tiempo.
- No poder leer por las tardes.
- Gordura y ociosidad.
- Ansiedad y responsabilidad.
- Menos dinero para libros, etc.
- Si se tienen muchos hijos, se obliga a ganarse el pan (es muy malo para la salud trabajar demasiado).
- Quizás a mi esposa no le guste Londres; entonces la sentencia es el destierro y la degradación a ser un tonto indolente y ocioso.
Aun así, según consignó BBC, tras comparar escenarios, escribió una resolución final: “Cásate. Q.E.D.”, usando la sigla latina de “lo que se quería demostrar”.
Una decisión trascendental
La elegida fue su prima Emma Wedgwood.
Se comprometieron en noviembre de 1838 y se casaron seis meses después.
Emma no solo fue su compañera de vida, sino también una figura clave para el desarrollo intelectual de Darwin: transcribía sus manuscritos, lo mantenía informado sobre avances científicos, le leía por las tardes y sostuvo la vida familiar mientras él trabajaba.
Juntos tuvieron diez hijos y estuvieron casados hasta la muerte de Darwin en 1882.
Durante sus 43 años de matrimonio, Emma no solo fue un soporte emocional, sino también logístico, médico y hasta editorial.
En un siglo en el que los hombres de ciencia necesitaban libertad para dedicarse de lleno a su obra, Emma creó ese espacio con disciplina y amor.
Un debate que trasciende los siglos
La decisión de Darwin puede parecer trivial hoy, pero su forma de abordarla revela tanto de su carácter como de la época: el matrimonio era una elección racional, estratégica incluso.
Y para las mujeres, con escasas oportunidades de autonomía, casarse era a menudo el único camino viable.