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Ramón Latorre de la Cruz acaba de escribir su nombre en el mismo libro que alguna vez firmaron Charles Darwin, Albert Einstein o Robert Oppenheimer al incorporarse como miembros de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias.

“Uno como que se siente realmente muy pequeñito, pensando a la vez cosas muy contradictorias, porque uno piensa ‘esta es la academia de Nelson Mandela, García Márquez, Paul McCartney, así que quizás no lo estoy haciendo tan mal“, confiesa a CNN Íntimo.

El científico detalla que la academia es transdisciplinaria, ya que tiene desde políticos y músicos hasta científicos, así que “abarca todo al espectro cultural y yo siempre he pensado que esta transdisciplinariedad es la que hace un país grande“.

Participar de una instancia así era difícil hace algunos años debido a la distancia, pero hoy eso ya quedó en el pasado: “todo se ha democratizado en el sentido de la comunicación. Si necesito hablar con alguien de la academia porque me interesa lo que hace, para traer ese conocimiento a Chile o armar algún brillo, la posibilidad está siempre. Uno no es diferente de ningún otro“.

“En la fila donde estábamos sentados había gente de Berkeley, Max Planck, Harvard, entonces que llegue un pequeñito de la Universidad de Valparaíso, universidad pública y de región, ahí es cuando piensa que de alguna manera la ciencia chilena, a pesar de todos los problemas que ha tenido, ha podido ir progresando“, agrega.

Los animales somos seres eléctricos

De acuerdo con la Universidad de Stanford, Latorre es el científico chileno más citado en el mundo por sus estudios de los canales iónicos de las membranas celulares, los que transmiten información de una célula a otra mediante impulsos eléctricos. Simplificado al máximo: logró demostrar cómo los animales somos seres eléctricos.

“Encontré las proteínas que están ancladas a la membrana de la célula y que transforman la información que llega del medioambiente en algo que el sistema nervioso entiende (…). Son canales de iones que generan pequeñas señales eléctricas que cuando juntas a muchos de ellos tienes una configuración que te dice, por ejemplo, que lo que ves es tal cosa”, detalla.

Este tipo de conocimientos científicos son bien distinto a la poesía o el teatro que lo fascinaban mientras estudiaba en el Liceo José Victorino Lastarria. El gusto por la ciencia lo fue desarrollando casi por casualidad, pero con enorme talento: “La verdad es que estado siempre confuso con todo. Ha sido una gran confusión porque me gustan muchas cosas”, reconoce.

“Yo tenía los grandes libros del Emilio Salgari y entre esos me encontré Cazadores de microbios de Paul De Kruif, en donde relata de una forma muy aventurera cómo cazar el microbio que produce la tuberculosis y esos cazadores para mí eran tan aventureros como Emilio Salgari y Sandokan, entonces ya ahí había un bichito“, recuerda sobre su infancia y juventud.

La sangre siempre tira

Tras completar sus estudios de como bioquímico, junto a Cecilia Hidalgo, su primera esposa, fueron los primeros estudiantes de doctorado de la Universidad de Chile. Gracias a una beca pudo seguir estudios de postdoctorado en Estados Unidos, y, tras un breve paso por Chile entre el 1972 y 1973, volvió al país norteamericano a trabajar prestigiosas universidades.

A Estados Unidos llegó primero como investigador a la Universidad de Duke, luego a la de Chicago y finalmente a la más prestigiosa de todas: la Universidad de Harvard. Allí estaba cuando en 1983 el físico Claudio Bunster (entonces Claudio Teitelboim), lo tentó para volver a Chile con el doble propósito de hacer ciencia y recuperar la democracia.

Junto a Bunster crearon el Centro de Estudios Científicos de Santiago en la misma calle Presidente Errázuriz donde vivía Augusto Pinochet como comandante en jefe. Rápidamente, este sitio se convirtió en un polo de conocimiento que en 1997 logró traer por primera vez a Chile al célebre físico británico Stephen Hawking.

Con la idea de descentralizar, el año 2000 decidieron llevar el Centro de Estudios a Valdivia, que partió instalándose en el ex Hotel Schuster, y que de la mano de Claudio Bunster sigue hasta hoy. El que emigró fue Ramón, quien acompañado de su segunda esposa, el 2006 partió a Roma a petición de la presidenta Michelle Bachelet, como agregado científico de Chile en Italia.

Muy lejos del retiro, el 2008 volvió a Chile a emprender la aventura de fundar el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso, donde confluyen disciplinas muy diversas. Después de 15 años peleando contra la burocracia para poder obtener una sede, recién hoy parece haber un plan para darle las instalaciones que merecen.

Tú eres hijo de la educación pública, ¿cuál es la reflexión que haces después de todo el camino que ha recorrido?
—La reflexión es de lo importantísimo que son los colegios públicos y las universidades públicas. Tenemos que recuperar esas instituciones porque permiten que entre todo tipo de pensamientos y todo tipo de acción frente al conocimiento, es importantísima para el desarrollo de la democracia.

En estos momentos la educación está prácticamente destruida y está destruida porque no preparamos ciudadanos, estamos preparando gente para que llegue a la universidad y tengan alguna profesión, no estamos creando una persona que entienda de qué es lo que es el país y para qué sirve la patria”, afirma tajantemente.

Volviste a Chile de Estados Unidos en 1972, ¿cómo fue ese regreso?
—Fue llegar en medio de la Unidad Popular. Había dentro de la universidad -porque yo volví como profesor asistente a la Facultad de Ciencias- ese ambiente de querer hacer un país, de sentirse parte y (…) de que nosotros y los estudiantes teníamos que ser los mejores para hacer un país y una patria, para construir un país mejor.

Había esa cosa tan bonita que es pensar que estábamos construyendo un país. Yo podía discutir de marxismo con la persona que me estaba pintando la pared porque había todas estas escuelas nocturnas y había una ebullición cultural, que probablemente fue muy mal manejada desde el punto de vista político, o no nos dimos cuenta de adonde estaba yendo, pero había toda esa cosa de creer que la educación y la preparación del pueblo era fundamental para sacarnos del subdesarrollo”, reflexiona.

Ya en la dictadura volviste a EE.UU. y en un momento estabas Harvard, el mejor lugar para un científico, una de las mejores universidades del mundo, si no la mejor, ganando mucho y llega Claudio a decirte que vuelvan a Chile y tú dices que sí, ¿por qué?
—Yo no sé qué tendrá esta tierra, pero los chilenos somos muy apegados. De alguna manera, este país, con todo lo desastroso que pueda ser, hace que tengamos esa cosa de chilenos. (…) La situación estaba muy mala, pero adquirí fondos desde afuera (…) y eso nos permitió recuperar a gente que quería volver a Chile a pesar de la situación.

Ahora estás en un otro proyecto, el cual lleva años gestándose. Hoy existe el Ministerio de Ciencias que antes no, ¿se ha notado o ha sido una contribución para la ciencia tener este ministerio?
—Yo pienso que realmente hay una relación estricta entre conocimiento y poder, entonces, si realmente pudiéramos conversar los científicos con los políticos de una manera que nos escucháramos (…) yo creo que estaríamos muy bien, pero la verdad es que no noto eso. A pesar de todas las restricciones, la ciencia en Chile ha crecido bien y está sana (…), pero falta intervención del Estado para crear un conocimiento propio dentro de Chile y yo creo que sin ese conocimiento propio no hay crecimiento.

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