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Ingeniero comercial de la Universidad Católica y proveniente de una familia de clase alta de Viña del Mar, Óscar Garretón es el único barbudo en la foto del gabinete del presidente Salvador Allende.

Con tan solo 27 años era el líder del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) y subsecretario de Economía. Fue quien estuvo a cargo de la expropiación de las empresas.

En entrevista con CNN Íntimo, confiesa que tanto él como otras autoridades de la época, tras el golpe de Estado se dieron cuenta de que las expropiaciones no eran el único camino.

“Lo que correspondía era unificar todas las vocaciones de cambio que había en la sociedad en ese momento, que no eran solo las de la Unidad Popular, sino que también las de la Democracia Cristiana”, agrega.

Meses antes del 11 de septiembre, él había sido alertado por la Armada sobre un eventual golpe. Sin embargo, afirma que las primeras acciones de desestabilización del gobierno vinieron casi desde el comienzo.

“Las declaraciones en favor del golpe fueron públicas en el paro de octubre (1972), cuando ya la diferencia de oposición entre la DC y la derecha se había acortado (…). Entonces, lo del golpe no fue una sorpresa“, añade.

Según él, también era conocida la injerencia de Estados Unidos, aunque los detalles no eran sabidos: “Lo sospechábamos y diría que la sospecha era avalada por hechos, ya que desde el momento de la nacionalización del cobre, y sobre todo desde la no indemnización, la agresividad de EE.UU. se hizo muy potente“.

Entre los más buscados

Garretón fue acusado de complotar con suboficiales de la Armada para tomarse la institución y asesinar al alto mando, por lo que su rostro apareció en la portada de El Mercurio como uno de los más buscados por el nuevo régimen. “Es impresionante que estuviera en primera plana y con un pedido de recompensa”, dice.

“Diría que la experiencia mayor fue el mismo 11, porque hubo una lista un poco más larga que la de El Mercurio, en la cual yo estaba, por supuesto, y de la cual se seleccionaron después los 10. Esa lista decía que uno debía entregarse antes de las 17:00 horas o atenerse a las consecuencias“, rememora.

¿Pensó alguna vez en entregarse?
—Para mí ese 11 a las 17:00 fue muy clave, ya que si bien había decidido que no me iba a entregar, esa hora fue un momento en el cual uno quemaba las naves, o sea, no había vuelta atrás y ya se sabía que a partir de ahí si te capturaban, uno se atenía a las consecuencias y las consecuencias eran que te iban a matar.

¿Cómo vivió clandestino? Usted era muy reconocible.
—Fue un clandestinaje bien precario. Todo lo que se decía que podía haber una resistencia, que venían tropas del sur, que se iba a dividir el ejército, al final se demostró en la práctica que no era real y, por supuesto, nosotros nos separamos, la dirección del MAPU se reunió, yo me corté la barba, que me ayudó mucho.

Su señora era buscada porque también era parte del MAPU.
—Nosotros teníamos claro que en el momento del golpe ella se iba a un lado con mis hijas, yo a otra parte y que no nos veíamos hasta nuevo aviso, porque obvio que uno de los caminos más evidentes para encontrar a alguien que se quiere capturar es acercarse a la familia.

Garretón cuenta que una de las experiencias más traumáticas que vivió tras el golpe fue cuando asesinaron a su chofer y al hermano de este, quien se desempeñaba como su guardaespaldas. “Los capturaron muy rápido y devolvieron sus cadáveres con signos claros de tortura a sus padres“.

¿Se sintió culpable?
—Lo de las culpas no sé si es el sentimiento más adecuado, yo siento eso como un dolor muy fuerte hasta hoy día. Lo que pasa es que uno si vive pensando en las culpas, uno tendría que sentirla, no solamente por ellos, sino que por todos los que murieron. Otros pueden preferir no tener culpa, sino que echársela a terceros.

¿Qué fue lo que más le dolió a usted en ese período? 
—Un dolor más personal es que yo viví los últimos días de la UP, viví los acuerdos y desacuerdos sobre el plebiscito y lamenté mucho el que por lealtad con la manada uno aceptaba. Por eso después me hice esta promesa de que no iba a ser tan dependiente de la manada, que es lo que me ha hecho medio criticón y alternativo.

Regresos y renuncias

Aún no sabe cómo, pero sobrevivió a todo. A la búsqueda de la que fue objeto, al exilio, al trabajo político durante la clandestinidad y a la cárcel poco antes de la llegada de la democracia. Al volver a Chile debió enfrentar el antiguo cargo de sedición contra la Armada, del que resultó absuelto por la Corte Suprema.

Pudo reinsertarse en Chile junto a sus tres hijas y su primera esposa, María Virginia Rodríguez, una de las fundadoras del MAPU. Atrás quedó el exilio en Cuba y Argentina, ya que en 1988 se unió al Partido por la Democracia (PPD) y al año siguiente al Partido Socialista, donde estuvo 30 años.

Junto al inicio de la democracia desplegó sus habilidades como economista, entre el ’90 y ’93 fue presidente de Metro y luego se concentró en empresas privadas. Nunca más volvió a un cargo público, solo entre 2006 y 2010 presidió la Fundación Chile, y en 2019, tras publicar una cruda carta, renunció al Partido Socialista.

Pese a su salida del PS, cree que sigue siendo un hombre de izquierda. “Soy parte de una izquierda, pero esa que tras el golpe nos dijimos ‘esto fue culpa del imperialismo, de empresarios y de la derecha, que promovieron el golpe’, pero nosotros sabíamos de siempre que se iban a molestar con lo que estábamos haciendo“.

“Entonces, la pregunta que corresponde hacerse consecuentemente como izquierda no es echarle la culpa al otro, sino que preguntarse en qué nos equivocamos nosotros“, reflexiona.

Su visión crítica comenzó en el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Nunca le gustó que su sector se uniera a la crítica a los 30 años del Frente Amplio y menos le gustó el texto del primer intento constitucional, por lo que fichó por el naciente partido de los Amarillos y llamó a votar Rechazo.

Hoy, califica como complicado el nuevo proceso constitucional. Para él, el principal problema radica en una incapacidad de los consejeros y consejeras constitucionales de lograr un acuerdo que permita obtener un proyecto de Constitución que sea aprobado por la ciudadanía.

Si no se llega a un texto de consenso, cree que “cualquier cosa que sea no prolongar hoy día la incertidumbre constitucional me parecería bien. Llevamos 10 años en discusión constitucional y si no paramos, la verdad es que la posibilidad de salir adelante como país es muy difícil”.

¿Y políticamente lo ve viable? 
—La obligación de la política es hacer viable lo que le interesa a Chile y, por lo tanto, si no lo está haciendo, es un fracaso de ellos. O sea, la política viviría un fracaso, pero esto por dos si efectivamente no logra un acuerdo y no logra que ese acuerdo sea aprobado después por el conjunto de la sociedad.

¿Cómo vio la postura de Evelyn Matthei?
—El mensaje de ella, más que dirigido a Chile Vamos, fue a Republicanos. Tengo la impresión de que el sentido de su mensaje fue mostrar diferencia con la tendencia en que se había deslizado todo el mundo de derecha hacia una posición de cuestionamiento a muchas cosas y poner temas que no tienen que ver con cuestiones constitucionales.

¿Cómo ve hoy al Gobierno del presidente Gabriel Boric?
—Tengo la impresión que partió de una manera bastante trágica, porque de hecho era un proyecto que supuestamente tenía un cambio muy profundo y en el primer año esa cuestión se desplomó por dos maneras: la derrota en el plebiscito y la pérdida de aprobación del Gobierno en todas las encuestas.

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