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Está a punto de cumplir 88 años y no solo protagoniza la obra de teatro más vista de la temporada, No me deje hablando solo, en el Teatro San Ginés; sino que también es el personaje central de El Conde, la última cinta del chileno Pablo Larraín. Estos roles son los que tienen a Jaime Vadell más vigente que nunca, en una carrera ininterrumpida de más de 55 años.

A Pablo no le costó mucho convencerme, le dije que sí al tiro”, explica a CNN Íntimo al hablar sobre su interpretación de Augusto Pinochet.

“No solo yo, ya que también otros colegas dijeron lo mismo y es que el guion es fantástico (…). El problema era tocar la tecla justa, porque esto no es una parodia, es un cuento alrededor del tema, pero es real“, afirma Vadell.

A quienes aún no han visto la cinta ganadora del premio al mejor guion en Venecia, el actor entrega el siguiente mensaje: “Se van a reír muchísimo y se van a encontrar con una película que no es de facilísima digestión, que es muy bonita, muy poética, muy novedosa y muy entretenida”.

50 años del golpe

El estreno de El Conde coincidió con la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, una “coincidencia” que pudo ser planeada por los productores, pero que para Vadell nunca estuvo en la mira.

Yo trabajé todo esto pensando que es ‘el conde’, no pensé jamás ni siquiera acercarme a imitar a Pinochet, porque para ello ya hay imitadores de Pinochet que lo son y lo hacen muy bien. Además, no era la idea tampoco, la idea es que es un personaje que atraviesa la historia”, explica.

Pero tiene la inmortalidad de los vampiros y hemos visto que la figura de Pinochet no muere tampoco, ¿qué le da esa “inmortalidad” a esta figura?
—El mal tiene una inmortalidad porque está en el alma del ser humano. Entonces, este personaje tan malo atraviesa la época, incluso se instala de nuevo en La Moneda. A mi juicio, hay más bien una intención en ese sentido por parte del guionista y del director, no es puntual el hecho de Pinochet.

¿Qué significó para ti la figura de Augusto Pinochet?
—Le hizo un daño enorme al país y sigue el daño, ya que ahí están las heridas sin cauterizar, los dolores de la gente que sigue buscando a sus parientes, que nadie les da bola, está el lenguaje que se está usando en la política, las discusiones de la Cámara son de una miseria, de una pobreza lastimosa, eso es herencia de la dictadura.

Tú dejaste la militancia política, en el Partido Comunista, mucho antes del golpe.
—No soy anticomunista, pero no podía seguir ahí porque es un partido que exige mucha disciplina, cosa que no me gusta, y hay que seguir una línea política determinada frente a cualquier problema, cosa que tampoco me gusta porque los problemas son distintos y, por lo tanto, la reacción de uno frente a ese problema tiene que ser distinta.

Pero te sigues identificando la izquierda
—Es que en este momento dónde está la izquierda. El problema de la izquierda es que no ofrece algo concreto porque no tiene algo concreto. Antes la izquierda era marxista, ¿ahora qué es?

¿Y qué te parece este Gobierno?
—A mí me gusta, pero pucha que mete la pata. De repente, Gabriel Boric parece que fuera presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) por como habla. En la FECH se decían esas cosas, el presidente de la FECH podría decir cualquier cosa, pero el presidente de Chile no puede decir cualquier cosa.

Estás por cumplir 88 años y eres el actor del momento, ¿cómo vives en esta productividad y este protagonismo? 
—Es un regalo. Lo vivo en la más absoluta de las inconsciencias. Estoy feliz, estoy entretenido y estoy bien. De repente, cuando pienso, me sorprendo, digo, pero cómo.

Teatro, Constitución y más

Jaime nació en Valparaíso, es el menor de dos hermanos y padre de dos hijos de su primer matrimonio. Con Susana Bomchil están a punto de cumplir 50 años juntos, en lo que califica como una relación “eternamente larga y muy buena“.

Partió estudiando en la Universidad de Chile con compañeros como Víctor Jara, Tomás Vidiella y Alejandro Siveking, pero el teatro experimental no lo convencía, así que lo dejó. Terminó de formarse en la compañía de la Universidad de Concepción y solo después de cinco años volvió a Santiago.

“Me fui (de la UCh) por la soberbia que se tiene a los 20 años, porque a esa edad uno cree que puede cambiar el mundo, que es cuestión de ponerse y se puede conseguir, lo que es mentira, ya que no se puede cambiar el mundo así no más. Es mucho más difícil de lo que se piensa“, reflexiona.

En 1968 debutó en el cine, luego integró el Teatro Ictus y después formó su propia compañía junto a José Manuel Salcedo. La llamaron La Feria y la llevaron a una carpa a Providencia, pero el éxito de una obra irreverente con la dictadura se convirtió en un problema y tras 11 funciones la carpa misteriosamente se quemó.

En el teatro logras la interacción con el público y eso va dando la temperatura de la sociedad. Tú también decías que cerca del ’73 la gente empezó a reírse menos en el teatro. 
—Hacíamos una obra muy hilarante llamada Tres Noches de un sábado, que fue un éxito enorme y la gente se caía de los asientos riéndose. Empezó a acercarse el ’73 y comenzaron a bajar las risas hasta que desaparecieron. Era una cuestión de ambiente. Iba la misma gente, se agotaban las entradas, pero no se reían.

Dentro de la actuación. Teatro, cine, televisión, ¿con qué te quedas?
—Con el teatro, por supuesto, ya que en el teatro el actor es el dueño, porque puede haber una dirección y un director, pero empieza la obra, se abre el telón y el director puede morirse de rabia, lo que quiera, pero el actor hace lo que se le ocurre, es dueño del espectáculo. En el cine y en la televisión hay muchos intermediarios.

Cambiando de tema, ¿qué piensas de la nueva Constitución que se está escribiendo?
—Esa Constitución me importa un corno. No me moviliza ninguna fibra, ni emotiva, ni intelectual, ni de nada de mi mundo, porque es un refrito, es comer comida de la semana anterior hecha a la diabla.

¿Este proceso por qué no te moviliza?
—Porque creo que va a significar una involución. Pienso que esta Constitución va a ser peor que la de Pinochet, más sibilina, más reaccionaria, más prohibitiva, peor.

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