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En marzo de este año, casi un centenar de montañistas llegaron hasta Río Colorado, en el Cajón del Maipo, para celebrar los 90 años de Claudio Lucero, el maestro que le cambió la vida a 20 generaciones de jóvenes que pasaron por la Escuela de Montaña que fundó.

“Fue muy emocionante (esa celebración de cumpleaños) para mí. (…) Una de las cosas que más me importan como profesor es conocer bien a mis alumnos, quererlos. Si un profesor no quiere a sus alumnos, es un mal profesor“, relata a CNN Íntimo.

Profesor de educación física, en 1970 se ganó una beca para ir a la entonces Unión Soviética y entrenarse en los montes del Cáucaso como instructor y rescatista. Cuando regresó a Chile, bajo el gobierno de Salvador Allende, creó la primera escuela de montaña del país.

Dueño de un carácter fuerte y un estilo frontal, es conocido por sus juicios categóricos y por ser rudo para imponer disciplina: Se le quiere o se le odia. En lo que no hay duda es que es el mayor formador de montañistas y que su nombre ya es parte de una leyenda.

Lucero confiesa que parte de su duro carácter se debe a que “el montañismo es una disciplina y meterle una disciplina a jóvenes, adolescentes, no es fácil“. De todas formas, reconoce que primero está el amor: “si meto la disciplina primero que el amor a la montaña, la gente no sale“.

¿Qué es llegar a los 90 años después de haber desafiado la muerte tantas veces?
—Yo no desafío a la muerte. El hecho de ir a una montaña no es que desafíe la muerte, ya que yo estudio mucho la montaña antes de ir.

—La tecnología ha ayudado muchísimo a la actividad del montañista, ¿cuándo usted partió cómo se abrigaban?
—Toda la vida existió la pluma, el acolchado de pluma, y no hay nada que supere eso. Mis primeros viajes al Himalaya o fuera del país me los hice fabricando ropa de pluma.

¿Cómo decidió que iba a dedicarle la vida a esto?
—Un amigo me dijo ‘estudia para profesor, ellos tienen vacaciones de invierno, de verano’, le conté a mi papá que iba a estudiar pedagogía y él me dijo que estaba loco, que me iba a morir de hambre, ya que en esos años se le pagaba muy mal a los profesores. La verdad es que no me he muerto de hambre y he hecho lo que he querido en mi vida, no me arrepiento de nada.

¿El montañismo como actividad más masiva cuando se empezó a desarrollar?
—Cree la Escuela Nacional de Montaña en la Universidad Católica con dos objetivos claros: uno, que los niños se sintiera realizados en la montaña, o sea, tuvieran éxito, y dos, que cuidaran la naturaleza. Los jóvenes primero tienen que enamorarse (de la montaña) y después entonces le ponemos la disciplina.

Profundos dolores

Siempre desafiando a la muerte, sus mayores dolores tienen que ver precisamente con pérdidas. La de César, uno de sus seis hijos, cuando apenas tenía 10 años, y la de Víctor Hugo Trujillo, de 24 años, que cayó 700 metros en el primer intento de ascenso al Everest en 1986.

¿Por qué decidieron ir al Everest?
—Nosotros fuimos a Alaska a subir el monte McKinley y Rodrigo Jordán me pregunta que qué nos quedaba por hacer, yo le respondo que el Everest y me dice que estoy loco. Era un desafío, no un sueño, y yo sostengo que los sueños son estúpidos (…). El desafío, a diferencia del sueño, tiene un tiempo para hacerse.


La primera expedición, en el año 1986, fue dura, ya que no llegaron y perdieron a uno de los alumnos, ¿cómo vivieron como equipo ese momento?
—Todavía sigo diciendo que deberíamos haber continuado. Víctor Hugo Trujillo no habría querido que por culpa de él desertáramos en una expedición al Everest, pero por primera vez yo perdí a un compañero de montaña, nunca había integrado una expedición en que volviera un compañero menos, entonces para mí fue muy duro.

¿Qué pasó con él?, ¿por qué cayó?
—Yo sostengo que a los seres humanos de repente se les ocurren cosas maravillosas (…), pero otras veces se les apaga la ampolleta y no ven, no evalúan la situación y eso le pasó, se le apagó la ampolleta: iba caminando y, en vez de caminar a favor de la pendiente, caminó hacia el borde. Iba concentrado seguramente en ponerse los anteojos, llegó al borde, quebró la cornisa y cayó.

Yo pensé que estaba vivo, ya que cuando lo encontré estaba tibio todavía”, agrega.

Ahora el Everest se ha convertido en una empresa. Ya no tiene esa mística, sino que se ha convertido para muchos en un negocio.
—Es un negocio. Es tal la situación que cuando fuimos (la última vez) cayó una avalancha y mató como a tres o cuatro sherpas y el empresario que llevaba a sus clientes dijo ‘tápenlos con nieve, déjenlos a un lado del camino porque yo tengo que seguir pasando a mis clientes’. Hasta ese punto ha llegado.

Toda una vida de logros

En su hogar, Lucero posee una habitación con sus tesoros más preciados: un recuerdo de cuando fue nombrado hijo ilustre de Iquique y uno otorgado por la embajada de Uruguay en Chile por formar parte del grupo que en 1972 hizo el rescate de los sobrevivientes uruguayos de la tragedia aérea de Los Andes, entre otros.

¿Qué es lo que importa más, la meta o el camino?
—Hay algunas personas que le interesa más la meta, o sea, el final del camino. Para mí, por lo menos, lo que importa es el recorrido, ya que ahí es donde voy comunicándome con mis compañeros y vamos intercambiando experiencias al respecto. La meta (para mí) no tiene importancia.

¿Te ha faltado algo por hacer?
—Yo creo que los que tienen de todo quieren más, pero yo soy feliz con lo que tengo.

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