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Guillermo Bastías, más conocido como Guillo, es la mano que le ha dado vida al reyezuelo y a miles de personajes que por más de 40 años han sido el espejo de nuestra sociedad.

Ha llevado la sátira a la ilustración durante décadas. Toda su trayectoria lo acaban de hacer merecedor del Premio Nacional del Humor entregado por la Universidad Diego Portales.

Siempre los premios alegran y especialmente si se da a la ilustración. Me siento contento por mí y por mis colegas, que a toda esa área se le reconozca”, cuenta a CNN Íntimo.

Buscando el camino

Guillermo en la ilustración encontró una forma de expresar lo que su timidez de niño no le permitía. “Era el típico niño que dibujaba para compensar la falta de comunicación“.

Su fama como dibujante partió en el colegio después de que un profesor le enseñará al curso qué era el humor gráfico y le pidiera a los alumnos dibujar al compañero de al lado.

“Entregamos los trabajos y de repente el profesor agarra mi dibujo, lo muestra al curso y dice ‘esto es humor gráfico’ y ahí me titulé de humorista gráfico para el curso. Todos me pedían dibujos de todo tipo y pasé a ser como el gallo que toca la guitarra eléctrica o el mejor deportista del colegio”, relata.

Además de ser bueno con el lápiz, también era buen alumno, por lo que su familia esperaba que siguiera una “carrera seria”.  “A pesar de que a mi familia les gustara que dibujara, de alguna manera, no muy directa, decían ‘¿pero vas a estudiar algo serio, como arquitectura, leyes, medicina, ingeniería?’.

En 1969 entró a arquitectura en la Universidad Católica, donde sin duda ganó técnica y maestría, pero no era lo suyo. “Había una vorágine de sensibilidad social enorme y andábamos algunos medios perdidos, yo más que nadie, y cuando se puso más matemática la cosa, me di cuenta de que no me hallaba en eso para toda la vida“.

Estaba en cuarto año cuando decidió cambiarse a cine, sin embargo, corrían los primeros años de la dictadura y todo lo que oliera a crítica a través de una manifestación artística era motivo de sospecha que se pagaba con cárcel. Si quería egresar, la osadía de sus obras no podía ir más allá de La Caperucita Roja o su equivalente, por lo que decidió irse del país.

Llegó un día en que tomaron preso a todo el curso; los profesores, el chofer del camión, todos, durante una filmación en el puente del Arzobispo (…) Yo llegué atrasado y no había nadie, hasta que una señora de un kiosco me dijo ‘se llevaron a todos en un camión, les pusieron una capucha’. Creo que estuvieron presos dos semanas en Cuatro Álamos”, relata.

Encontrarse

Un amigo le comentó de unas becas en Alemania y allá partió, a Berlín. En los cuatro años que estuvo siguió estudiando cine en una de las academias más prestigiosas de Europa, pero conoció el arte del humor gráfico en la tradición de viñeteros franceses y optó por ese camino.

Me sirvió harto porque los profes eran increíbles. (En Berlín) descubrí los dibujantes europeos, sobre todo los franceses. Me acuerdo de que (Jean-Jacques) Sempé hizo una exposición y quedé voladísimo, encontré que eso podía hacerlo yo y que se acercaba a la poesía, ya que era un dibujo con reflexión y contenido”, narra.

Sin embargo, como la tierra propia siempre llama, en 1981 volvió a Chile. Comenzó ilustrando para publicaciones de la Vicaría de la Solidaridad y para las columnas que Isabel Allende publicaba en la revista Clan, pero al poco tiempo, y casi por casualidad, llegó a la revista Apsi, donde se quedó por 15 largos años.

(Me vine a Chile) porque mi macetero está acá. En Alemania, para lo que yo quería hacer, encontraba que no conocía tanto la idiosincrasia, la cultura o la historia alemana como un alemán. Quería hacer el dibujo de reflexión, no el humor universal, que es más común, y para eso tenía que estar en mi macetero, que es Chile”, afirma.

Fue en Apsi, en plena dictadura, que apareció el reyezuelo, que no tenía nombre, pero era un ser pequeño en el amplio sentido de la palabra; usaba una capa imperial, lentes oscuros y bigotes. No había necesidad de ponerle nombre para notar que era una clara referencia al dictador Augusto Pinochet.

¿Cuándo nace el reyezuelo?
—Nace cuando ya empieza a haber una apertura mínima que se dio por presión de Estados Unidos, que ya había abandonado el apoyo a la dictadura y quería que volviera la democracia, por lo que empezó a presionar por mayor apertura y eso se tradujo también en la revista, entonces ya no la criticaban.

Pese a esta mayor apertura, comenta que la revista Apsi debía ser llevada “todas las semanas a La Moneda a los sensores y volvía toda la revista rayada. Mi dibujo nunca lo rayaron, siempre se pudo publicar, pero había artículos enteros de repente que no se podían“.

Reyezuelo no tenía nombre, pero era una referencia a Pinochet, ¿qué características tenía tu reyezuelo?
—Era un reyezuelo milico enano. Tenía una corona, una capa que era como la que usaba Pinochet, usaba lentes oscuros, como aquella foto famosa, y tenía bigote. (…) Hacía las mismas cosas que ocurrían en la semana con Pinochet o su equipo y la gente comenzó a cachar eso, por lo que se creó una complicidad muy bonita.

Eso marcaba que la gente ya se podía reír del personaje. 
—Yo personalmente empecé a hacer humor para mí, para soportar la dictadura, para envalentonarme y salirme de la fila donde te quieren poner para el orden que ellos establecen para el resto del país, pero ocurrió que lo que yo hacía para mi salud mental le servía a otra gente y me lo hacían notar, por lo que fue muy bonito eso.

 

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Llegó la democracia, ¿cómo fue ese paso? 
—Cuando llegó la democracia a mí me felicitaban mucho, toda la oposición, por mis dibujos y yo dije ‘pucha, ahora voy a tener un empleo más estable que la Apsi, mejor remunerado’ (…) y fue todo lo contrario, se decidió políticamente que Apsi, Análisis y Cauce desaparecieran. Eso lo supimos después.

¿Cuál era el argumento que se les daba?
—No daban ningún argumento, pero de adentro la gente que te filtra, (decía) que querían una transición tranquila y estas revistas se iban a dedicar a molestar (…). Eran revistas rebeldes, era periodismo en serio, iban a cuestionar el poder, y así asfixiaron al Apsi.

¿Cuál es el sector que es más difícil de hacer humor, el mundo político, el empresarial, el religioso?
—Primero el religioso, ya que no se puede hacer humor de la iglesia católica, a mí me lo dijeron una vez que estaba postulando a un trabajo. Después de los escándalos ha cambiado, pero nunca vi un dibujo sobre ese tema. Yo tengo varios sobre los abusos y del papa, pero los publico en las redes sociales, nadie lo va a publicar en los medios.

Participaste con el Instituto Francés en ilustrar el primer proceso constituyente, ¿qué experiencia te dejó eso?
—Yo me la jugué. En general, políticamente no hago dibujos de apoyo a algo que sea como el Sí y el No en el plebiscito para Pinochet. Aquí le di con todo y me generó mucha desesperanza porque fue una sorpresa (que ganara el Rechazo), yo creo que para toda la gente. Fue muy decepcionante.

Sobre este proceso no has hecho un seguimiento, pero sí has hecho algunas ilustraciones, ¿qué futuro le ves a este texto?
—Para mí este país es impredecible porque creo que si hay campañas de medios y de televisión para que se apruebe, como lo hicieron antes, pueden lograrlo, es la misma gente, pero personalmente yo creo que es una constitución ilegítima. Yo me quedo en que el 80% de este país dijo que no se metieran los políticos, pero ellos se apoderaron del proceso.

¿Cómo dibujarías al presidente Boric hoy o cuál es esa característica que tú como dibujante resaltarías?
—A mí me gusta Boric porque me parece un hombre honesto. Lo conozco de potrillo, lo apoyé cuando iba a ser diputado, cosa que yo hago muy pocas veces. Me gusta, aunque creo que han cometido errores y han dejado la pelota dando bote varias veces. Entonces, yo lo veo necesitado de políticos honestos, pero mayores, que tengan experiencia.

¿Eres una persona con humor?
—Yo miro la vida desde el humor siempre, aunque yo soy más bien serio.

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