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Pronto a cumplirse tres semanas desde el hallazgo de cuerpo del teniente (r) venezolano Ronald Ojeda, quien fue encontrado enterrado bajo concreto en una toma de Maipú, su esposa Josmarghy Castillo cuenta cómo fue la noche en la que fue secuestrado, en una secuencia de eventos que, su difunto esposo decía, eran los que veía en sus peores pesadillas.

En entrevista con La Segunda, la mujer relata sus años de matrimonio, la fuga de su marido por Latinoamérica y la fatídica última vez que lo vio salir sostenido por tres sujetos vestidos en indumentaria de la Policía de Investigaciones (PDI).

“Sentimos golpes en la puerta”

Castillo cuenta que el día de los hechos su esposo llegó del trabajo por la madrugada, puesto que trabajaba de noche para poder cuidar a su hijo durante el día y que ella pudiera salir a trabajar también.

“Llegué en la tarde y me di cuenta de que nos faltaba aceite y algunas cosas para la cena. Bajé -a comprar-, subí con las cosas, cenamos y nos acostamos. A las 3:10 de la madrugada, estábamos durmiendo cuando los tres sentimos golpes en la puerta, que parecían mentiras”, señaló.

Luego agregó: “Mi esposo tenía pesadillas así, pero ahora era verdad“.

Como Ojeda era militar, entendió mucho más rápido que el resto lo que estaba pasando. Castillo relata que saltó de la cama y lo único (y último) que escuchó de su esposo fue “quédate tranquila“.

La mujer cuenta que tardó en darse cuenta de que la situación era real, y que cuando se recompuso para salir de la habitación, a Ojeda ya lo tenían agarrado.

“Como estaban las luces apagadas, solo pude ver tres personas y a mi esposo. Lo tenían en el piso, con las manos hacia atrás  y mi hijo y yo comenzamos a gritar“, relató.

Dejó de gritar cuando uno de los falsos policías le apuntó con un arma en la cabeza y le propinó un escueto “cállate“.

El ruido despertó a varios de los vecinos del edificio ubicado en Independencia y rápidamente llamaron a la recepción para saber qué estaba pasando.

Los secuestradores salieron al pasillo con Ojeda, aún apuntando a Castillo, quien seguía en la habitación.

En ese momento, uno de los vecinos abre la puerta y pregunta qué está pasando.

“¡PDI, PDI!”, gritaron los sujetos. “¡No son PDI!“, gritaba la mujer desde el interior de su departamento.

Pasó un momento y Castillo se cambió de ropa para poder bajar, sin embargo, ya era demasiado tarde. “No pude hacer nada”, expresó.

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