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Los casos son miles, las lágrimas no cesan y los lejanos recuerdos sustentan, en parte, la fe de estas familias en volver a escucharlos

“Yo la sentí llorar y todavía recuerdo el llanto de ella”, relata Margarita Escobar. “La tuve conmigo un día y le di de mamar. Al otro día se la llevaron los doctores y nunca más me la mostraron”, recuerda Elena Vargas.

“No voy a cesar hasta el día de mi muerte, siempre la voy a buscar”, asegura María Inés Soto.

Todavía los recuerdan en su pecho, también hay quienes mantienen vivo el momento en que se los arrebataron. Tan latentes como dramáticas, las historias en torno a las adopciones ilegales en Chile en tiempos de dictadura sorprenden. Relatos diferentes, idénticas experiencias.

“Se la llevó una monja y a los 20 minutos me dijo que había fallecido”, cuenta Inés Soto. “Cuando le pregunté a la enfermera que cuándo me iban a traer a mi guagua me dijo: ‘Pa qué no me molestís más, tanto que preguntai, tú hijo nació muerto'”.

Las hicieron firmar documentos que no entendían, les dijeron que habían muerto o sencillamente les informaban que no estaban aptas para criar a sus hijos. Son las tres fórmulas que se repiten en casos que hoy investiga el Ministro en visita, Jaime Balmaceda, y en la que están involucrados religiosos, matronas, médicos y jueces.

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En enero de este año el ministro Mario Carroza sorprendió a Chile al entregar una cifra impactante: 20 mil casos de adopciones ilegales. En Chile están siendo investigadas en este minuto. La agrupación Hijos y madres del silencio ya ha gestionado 160 reencuentros.

Uno de ellos fue el de Juana Hinojosa. 36 años tuvieron que pasar para volver a escuchar a su hijo.

“Estoy muy contento de que me hayan buscado y que me hayan encontrado. Porque no es nada bonito no saber de donde uno viene”, relató Martín Wernvall, el hijo de Juana.

El 1 de febrero de 1983, Juana Hinojosa tenía 17 años. Su hijo Martín nació en el hospital J. J Aguirre de Independencia. Todo en orden hasta el regreso a su casa. En el trayecto un auto los interceptó. Aparentemente su padre había vendido a su hijo. ¿A dónde? Como otros 2 mil 119 niños, Suecia fue su destino.

“No sé qué le pasó a mi papá por la cabeza… Nunca bajé los brazos. Lo buscaba, lo buscaba, lo buscaba”, relata ella.

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Fueron varias las puertas que se le cerraron, pero Juana Hinojosa no bajó los brazos. Ahora su sueño continúa; después de 36 años, solo pide una cosa más: “Abrazarlo, tenerlo y verlo, ese es el ansia más grande que yo tengo en estos momentos, de verlo”.

Precisamente eso fue lo que hizo Alejandra Tabitaud tras 39 años de búsqueda. “Fuimos el año pasado a Nueva York con mi esposo. Él nos mandó los pasajes. Fue un encuentro muy lindo, mi hijo es un amor. No me hubiera gustado venirme nunca”, relata.

Sería el rastreo realizado de manera paralela a la investigación judicial, por la agrupación la que la ayudaría a juntar las piezas, tal como lo muestra un reportaje realizado por Chilevisión.

Una red de adopciones con certificados que en muchos casos repetían la dirección de domicilio. Hoteles de Santiago Centro o estos consultorios donde se reunía a los recién nacidos para luego enviarlos a Italia, Francia, Suecia y Estados Unidos. Joshua, el hijo de Margarita, justamente estaba en Norteamérica.

“El universo de denuncias es de una magnitud enorme”, indica Pablo Rivera, coordinador de litigios del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH).

Finales felices, dos, de los más de 20 mil casos de estas víctimas olvidadas de la dictadura. Un negocio millonario en un periodo oscuro, cuya luz, cada día en mayor número, comienza a verse décadas más tarde.

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