Por Hugo Jofré y Jorge Cordero

En las últimas elecciones de nuestro país, los partidos tradicionales han visto cómo sus votos se han evaporado, tanto en la izquierda como la derecha. Nos encontramos en una época de cambios, no solo constitucionales, sino que también en términos de representación política. El triunfo de Apruebo Dignidad y la composición del nuevo Consejo Constitucional, constituyen muestras claras de este fenómeno, pero ¿qué explica este cambio?

Primero, resulta evidente el agotamiento que generó el ciclo Bachelet-Piñera, los que gobernaron por 16 años. Tanto la ex Concertación como la ex Alianza pagaron el precio de sus gobiernos, esto abrió el camino para que una nueva coalición se instalara en La Moneda. Dentro de los principales problemas para los partidos tradicionales —los que antecedieron al Frente Amplio— uno de ellos, y quizás el más relevante, fue su incapacidad para generar liderazgos que le disputaran la hegemonía de sus sectores a ambos expresidentes.

La estrategia frenteamplista para diferenciarse de la exconcertación estuvo marcada por un fuerte antagonismo en contra de la política tradicional. Pero esta estrategia les resultó ser mucho más efectiva como oposición que al momento de gobernar. Desde esa posición cómoda, plantearon que la política tenía una capacidad mucho más transformadora para cambiar el rumbo del país —pero ahora se enfrentan a la cruda realidad de que es difícil concretar sus promesas desde la administración del Estado—. Por el lado derecho, el Partido Republicano también diseño su estrategia de diferenciación y decidieron declararse como oposición al gobierno de Sebastián Piñera. El libreto del partido de José Antonio Kast podría resumirse en que no da lo mismo que derecha te represente, pues según ellos, Chile Vamos no tendría la actitud para enfrentar a esta nueva izquierda debido a su disposición crónica por buscar acuerdos. Esta lógica supuso también ignorar a la centroizquierda del debate.

Segundo, la crisis de octubre les permitió a los líderes del Frente Amplio y el PC profundizar los cuestionamientos hacia “el modelo”. El acuerdo por La Paz y La Nueva Constitución —originado por los partidos tradicionales— finalmente abrió la puerta a las listas de independientes. A la larga, esto terminó por pulverizar a los firmantes del acuerdo, al dejarlos con representación mínima en la Convención Constitucional del 2021. El resultado de dicho proceso ya es historia, pero claramente fue uno de los primeros antecedentes del declive de los partidos tradicionales desde ambos sectores.

La segunda vuelta presidencial del 2021 marcó otro hito relevante: Por primera vez desde el retorno de la democracia que la ex Concertación y la derecha tradicional (Chile Vamos) no pasaron a la segunda vuelta presidencial. El escenario constituyente, la alta polarización de las élites, sumado a la debilidad de los candidatos presentados por los partidos tradicionales, facilitaron los triunfos de Kast y Boric.

La nueva composición del Consejo Constitucional, que empezó su funcionamiento la semana pasada, es una muestra más de estos cambios en la representación del país. La ciudadanía tiene serias dudas de la capacidad que tienen los partidos tradicionales para representarlos con la misma fuerza que antes, y hoy, atributos como la moderación o el diálogo, parecen ser más una debilidad que una fortaleza. En este contexto, la centroizquierda intentó parecerse al Frente Amplio, con posturas dirigidas cada vez más hacia la izquierda. La tentación de copiar al adversario es muy común, pero la ciudadanía en lugar de preferir a la imitación termina por elegir al original. Si Chile Vamos imita a los republicanos, en un contexto donde José Antonio Kast y su entorno llevan la voz cantante, a la derecha tradicional le puede pasar lo mismo que a los partidos de la centroizquierda, lo que terminaría por marcar el declive en la representación política de los partidos tradicionales en el país.

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