Por Tatiana Aguirre y Valentina Martínez

Llega un nuevo 8 de marzo y como Rimisp aprovechamos, una vez más, de señalar algunas de las desigualdades que las mujeres rurales enfrentan y la invisibilización de lo fundamental que es su rol para el bienestar de sus familias, comunidades y el país en general. Decimos con claridad que es el trabajo invisibilizado de las mujeres rurales el que en buena parte sostiene el desarrollo de sus territorios y la seguridad alimentaria. Dos contribuciones fundamentales que se tensionan ante las desigualdades de género y territoriales que viven a diario, las que se han intensificado desde el inicio de la pandemia.

Si bien las “mujeres rurales” son diversas y son mucho más que solo agricultoras, este rol ha sido históricamente invisibilizado social y estadísticamente. Según datos preliminares del Censo Agropecuario y Forestal 2021, el 93% de las Unidades Productivas Agrícolas (UPA) está en manos de personas naturales. Es decir, la producción agrícola sigue siendo una fuente fundamental de ingresos para las personas y la seguridad alimentaria en el país. Según estos datos, de las 506.239 personas que trabajan de manera permanente en agricultura, solo el 5% de ellas son mujeres (24.165). Si consideramos además a quienes trabajan de manera temporal en la agricultura, la cifra asciende a 21%.

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Lo bajo de esta cifra se debe a que el Censo solo reconoce como trabajadores agrícolas permanentes al “personal con un acuerdo o contrato con la persona productora, no incluye a miembros del hogar que trabajan en la UPA como tampoco contratistas”. Tendríamos aún que contar con la cifra de productoras.

Estas cifras también nos hablan de las desigualdades en las que las mujeres rurales se incorporan al mercado laboral. Según estos datos, el 16% de las mujeres que se emplean en agricultura lo hacen en empleos temporales, rubro conocido por su precariedad y la inestabilidad de ingresos que implica. Es cierto que las mujeres rurales han optado por empleos dentro y fuera de lo estrictamente agrario, sin embargo diversas investigaciones que hemos desarrollado han mostrado cómo el mercado laboral para ellas está fuertemente segmentado sobre los estereotipos de género, aprovechando y reforzando la asignación de roles de género a hombres y mujeres. Si bien es cierto que estos son nichos en los que las mujeres han encontrado oportunidades de inserción laboral que antes no tenían, el problema es que por sus condiciones perpetúan las desigualdades de género.

Podría creerse que las mujeres participan marginalmente de la agricultura en Chile. Sin embargo, las cifras que maneja el Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) son muy distintas, para quien en 2020 el 45,3% de sus usuarios son mujeres (74.667). Las cifras no cuadran porque las mujeres están sobrerrepresentadas en la agricultura familiar y de pequeña escala.

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Para las mujeres que trabajan en los predios familiares y/o en los que residen, es que los espacios de producción y reproducción se sobreponen. Esto contribuye a que se oculte todo el esfuerzo y labores que las mujeres de la agricultura familiar campesina realizan día a día y que son fundamentales para el abastecimiento de alimentos para el mercado nacional, la preservación del patrimonio alimentario de los territorios, entre otras.

Las mujeres productoras han enfrentado la invisibilización de su trabajo desde hace mucho tiempo, pues su trabajo se considera como una extensión de sus labores de cuidado y tareas domésticas, por las que no reciben remuneración ni reconocimiento. Por lo mismo, muchas veces, ellas mismas no se asumen como trabajadoras del rubro, ni son reconocidas como productoras por las intervenciones. Entre otras tantas razones, la falta de titularidad de las tierras (sea por herencia, matrimonio o procesos de reformas agrarias) las invisibiliza como productoras autónomas.

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Estas desigualdades solo se profundizaron durante la pandemia. La Encuesta de Seguridad Alimentaria y Alimentación 2020 (ESAA), desarrollada por el proyecto “Siembra Desarrollo” de Rimisp, muestra que los hogares rurales con jefatura femenina y niños y niñas menores de 5 años fueron los más afectados. Además, los hogares encabezados por mujeres experimentaron mayor inseguridad alimentaria (17,3%) y mayor tendencia al deterioro de sus dietas. En lo relativo al impacto en la vida cotidiana por la pandemia, las mujeres reportaron haber sufrido mayor sobrecarga de tareas, problemas emocionales, dificultades para continuar con sus labores por las tareas de cuidado, entre otros efectos que finalmente han deteriorado su autonomía e independencia económica.

Las mujeres rurales son fundamentales para la agricultura –sea familiar campesina o industrial–, la producción de alimentos y el patrimonio alimentario de sus territorios. Es esencial reconocerlas como tal y profundizar los esfuerzos públicos en abordar las barreras para acceder y controlar recursos productivos, especialmente tierra y agua, financiamiento y capacitación, que aporten a su autonomía económica. Dentro de todo el trabajo invisibilizado de las mujeres que esta fecha aprovecha de denunciar, se encuentra el de las mujeres rurales, que con triple carga de trabajo mantienen algo tan esencial para la vida como el alimento.

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