Por Tatiana Aguirre
Agencia UNO

El 15 de octubre del año 2008 comenzó a celebrarse el Día Internacional de las Mujeres Rurales, una fecha para reconocer el papel fundamental -pero invisibilizado- que desempeñan las mujeres y niñas en los sistemas alimentarios, el desarrollo rural y la superación de la pobreza.

A partir de las conversaciones con mujeres rurales en el marco de los proyectos que ejecuta Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural en distintos países de América Latina, ellas manifiestan un particular interés por las transiciones agroecológicas. También tienen una especial preocupación por que los alimentos sean producidos de forma “limpia” y apuestan por una agricultura que no dañe la naturaleza y que cuide de las personas. Sin embargo, esto tiende a traducirse en un aumento del tiempo que deben invertir las mujeres rurales en dichas tareas que no son acompañadas en una mejora en sus condiciones de vida.

Ya son 16 años de la conmemoración de este día y vemos que aunque hay avances -en unos países más que en otros-, las desigualdades y discriminaciones no se corrigen. La carga de trabajo, especialmente el de cuidados y no remunerado, sigue siendo desproporcionadamente alta en las mujeres rurales, lo que es un obstáculo para su participación plena en la economía y la sociedad. El acceso a activos, recursos y servicios, sigue siendo limitado para las mujeres rurales, siendo uno de los puntos más críticos la propiedad de la tierra, el acceso al crédito y servicios de extensión. Todo aquello las limita en su capacidad para generar ingresos y mejorar sus medios de vida. Además, la violencia contra las mujeres, ya sea como víctimas de violencia doméstica o de los conflictos en sus territorios, sigue siendo una realidad cotidiana para las mujeres rurales; lo que las pone en mayor riesgo de exclusión y vulnerabilidad.

A estas históricas desigualdades, se suma la urgencia del cambio climático: Las mujeres rurales son las que producen la mayor parte de los alimentos en los países en desarrollo, y son las que sufren las consecuencias más graves del cambio climático, como la escasez de agua, la sequía y las inundaciones, así como el aumento de la pobreza.

Las mujeres rurales desempeñan un papel fundamental en los sistemas alimentarios, ya sea como productoras, asalariadas o en los servicios. Son protagonistas de la producción de alimentos al ser las responsables de la preparación y la distribución de alimentos junto con el cuidado de los animales. Por lo mismo, tienen un profundo conocimiento de las semillas y alimentos locales, un gran compromiso con la seguridad alimentaria y la nutrición, y son esenciales para pensar la transformación de los sistemas alimentarios a unos sostenibles.

Que podamos producir alimentos suficientes en calidad y cantidad sin sacrificar el medio ambiente ni a las personas que trabajan en ello, debería ser una (pre)ocupación transversal de todas y todos. Sin embargo, esa labor suele descansar en la disposición de las mujeres rurales de cargar con más tareas y trabajo por su compromiso de producir los alimentos cuidando de la naturaleza y las personas. El valorar los trabajos realizados por ellas no debe ser igual a dar por hecho que son responsabilidades exclusivamente femeninas.

Para reconocer su trabajo y contribución debemos abordar las barreras que enfrentan para que puedan participar plenamente de las sociedades. Exigir una equitativa distribución de los trabajos productivos y de cuidados, donde hombres y mujeres participen por igual de ellas; el acceso a la tierra y servicios, que permitan el control sobre sus recursos y, sobre todo, asegurar una vida digna y libre de violencia. Creemos firmemente que para lograr un desarrollo rural y sistemas alimentarios sostenibles, las mujeres deben ser consideradas activamente y construir con ellas las alternativas. Las iniciativas deben dejar de pensarse “para ellas” y comenzar a ser “con ellas”.

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