Por Osvaldo Artaza
Fotos de Agencia UNO

Con la excepción de los años pandémicos donde todo era COVID, cada invierno vivimos un período en que la palabra “colapso” del sistema de salud se repite como mantra. Los medios de comunicación nos angustian al mostrarnos una y otra vez imágenes desoladoras de muchas horas de espera en las salas de urgencia y el dolor de alguna familia que sufre la pérdida de un ser querido. Pero más allá de lo que suele suceder con estas dramáticas situaciones, es indudable que cada invierno nos vuelve a poner a prueba.

Primero hay que reconocer los innegables avances que se han desarrollado en las últimas décadas, especialmente en el área pediátrica. A fines de los años ’80 la tasa de mortalidad infantil por neumonía, preferentemente viral, era de 3,5 por mil nacidos vivos y la mayoría de los decesos ocurrían en domicilio o en el trayecto al hospital. Considerando esta realidad, se implementó en los ’90 el Programa IRA, que incorporó kinesiólogos y tecnologías a los centros de atención primaria para mejorar su capacidad resolutiva en los cuadros respiratorios.

Entre los resultados sanitarios más importantes destaca la reducción de las hospitalizaciones y el continuo descenso de la mortalidad infantil por neumonía (actualmente menor a uno por mil nacidos vivos). Junto a lo anterior, el Ministerio de Salud inició a mediados de los años ’90 las llamadas campañas de invierno, que implica que cada año se destinan recursos para el fortalecimiento de las salas IRA y extensión horaria en la atención primaria, apoyo a las urgencias y un plan de reconversión de camas pediátricas que implica prácticamente triplicar las camas intensivas. Además, se realizan campañas de educación sanitaria y un programa de vacunación de virus influenza y neumococo para población de riesgo.  Sin duda, ha habido un gran éxito en evitar mortalidad, pero año a año seguimos teniendo una gran presión sobre los centros asistenciales.

Donde subsisten mayores problemas es en la población adulto mayor. La presencia de patologías crónicas concomitantes y la contaminación ambiental explican que, pese a la vacunación, nuestro país aún conserva en adultos tasas de mortalidad por enfermedades respiratorias por sobre la mayoría de los países de la OCDE. Una de cada 10 personas que fallecen en Chile lo hacen por causa respiratoria, manteniéndose estable en el último decenio y situándose en el tercer lugar entre las causas generales de muerte. Los adultos mayores de 65 años y más concentran el 85% de dicha mortalidad.

Está claro que tenemos un desafío en disminuir la morbilidad en niños y adultos mayores. Para lo anterior es imprescindible actuar intersectorialmente y disminuir, además de los padecimientos metabólicos, uno de los factores de riesgo más relevante: la contaminación ambiental. El frío actúa disminuyendo la motilidad de los cilios de la mucosa respiratoria, lo que disminuye nuestras defensas, y la menor ventilación asociada a las bajas temperaturas favorece la trasmisión viral aérea. Si a ello agregamos contaminación, tenemos el cóctel perfecto.

La concentración de contaminantes en el aire cumplen en promedio con períodos que evidentemente superan a la normativa nacional, pero que siempre exceden y con creces las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Esto explica los problemas en este ámbito en las grandes ciudades y la existencia de las denominadas “Zonas de Sacrificio”, como Tocopilla, Huasco y Quintero-Puchuncaví, donde se ven claramente reflejados los efectos nocivos sobre la salud de las personas.

Según el estudio realizado por la Superintendencia de Medio Ambiente en 2021, se indica que los principales responsables de la contaminación en Tocopilla son las termoeléctricas de Engie y AES; en Huasco se señala a las cinco centrales de carbón Guacolda de Capital Advisors y la planta de pellets de CAP Minería; y en Quintero-Puchuncaví se indica a las cuatro centrales termoeléctricas de AES y la refinería de petróleo de ENAP.

El impacto de la contaminación también se adhiere al uso de ciertos tipos de calefacción en Chile. Según el estudio del Ministerio de Energía “Informe final de usos de la energía de los hogares Chile 2018”, el uso de leña alcanza el 39,6% del consumo energético en el sector residencial, seguido del gas con 31,4%, 25,7% la electricidad, 2,6% la parafina y 0,8% el pellet. La accesibilidad a energía limpia más barata conllevaría a un mayor uso de estos métodos de calefacción, por lo que a una menor contaminación del aire.

Existe consenso con respecto a los efectos nocivos de los combustibles fósiles en el mundo, especialmente a niños y adultos mayores. Según estudios internacionales, se estima que 8,7 millones de personas mueren anualmente debido al uso de estos combustibles, lo que llega a 1 de cada 5 muertes en el mundo.

Por lo anterior, Chile ha suscrito una serie de compromisos con la acción climática de aquí al 2050 relacionados con avances en descarbonización y transición ecológica. Actualmente, se encuentra en un proceso de descarbonización según el Acuerdo Climático de París de 2015. Para esto, modificar el sector energético es una parte fundamental, ya que representan un 75% de todas las emisiones del país. Para ello, nuestro país está avanzando en el reforzamiento de la Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC), en lo que se introduce el concepto de Transición Socio Ecológica Justa, que busca empezar a crear los cambios para hacer posible una transición a un modelo de mayor bienestar para la población y el medioambiente; el quinto Informe Bienal de Actualización (5IBA), donde se especifican las fuentes de generación de gases de efecto invernadero, su proporcionalidad y si es que ha aumentado o disminuido respecto al año de comparación, que en este caso fue 2018. Es de aquí que se pudo extraer la cifra que un 75% de la emisión de CO2 en el país se debe a la generación de energía con combustibles fósiles; y además, en la Primera Comunicación de Adaptación, documento que tiene como foco las prioridades y necesidades de Chile relacionados a adaptación. En este informe se detallan las principales amenazas, vulnerabilidad y riesgos. Además, contiene las prioridades de adaptación en los instrumentos de cambio climático. Asimismo, se incluyen las necesidades de implementación y apoyo para impulsar la adaptación. Las generadoras tradicionales, es decir, con fuentes fósiles de combustible, producen en 2023 un 50% de la energía en Chile. Esta alta presencia de generadoras tradicionales trae consigo los efectos nocivos del uso de combustibles fósiles a la población. Las centrales termoeléctricas son las principales fuentes de emisión de gases de efecto invernadero, siendo responsables de un 25% del CO2, así como también de contaminantes tales como materiales particulados finos y gruesos (MP2,5 y MP10).

Ninguno de estos efectos nocivos existe cuando se trata de energías renovables, ya que no utilizan ningún tipo de combustible fósil y no genera ningún contaminante. Es por ello que tener inviernos saludables no implica solo más camas y más servicios de urgencia. Desde una mirada centrada en la salud y no solo en la enfermedad, además de las vacunas y del manejo preventivo en la atención primaria, urge poner el acelerador en disminuir la contaminación. De ello se habla poco, parece más redituable y dramático mostrar salas de urgencia atiborradas y largos tiempos de espera. Los inviernos nos enseñan, una vez más, que la salud es más que hospitales y medicinas. 

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