Por Osvaldo Artaza
Agencia Uno

Los seres humanos somos seres vinculares, requerimos de otros para resolver nuestras necesidades. Cada vez somos más urbanos. Las ciudades, desde la pequeña aldea a la mega urbe moderna, son sistemas sociales abiertos complejos, por lo que son el resultado histórico de un proceso dinámico y continuo de construcción conjunta, donde intervienen fenómenos políticos, culturales y económicos.

La ciudad es un organismo vivo determinado por su historia y la calidad del tejido o trama vincular de quienes la habitan. Su objeto que la funda, son la satisfacción de los múltiples intereses y necesidades de quienes la componen, mediado por las estructuras de poder, identidades, valores y símbolos culturales, además de diversidades de comprender el convivir.

Requerimientos que van de las primarias relacionadas con la sobrevivencia, o a las elaboradas, relacionadas con el desarrollo personal o las generadas por las tensiones productivas y de acumulación de capital. Las ciudades son y serán motores económicos de la economía, el trabajo y la vida de las personas.

También simbolizan un aspecto muy significativo en la historia de la humanidad, representan grandes oportunidades y desafíos en la búsqueda de espacios más saludables, sostenibles, conectados, equitativos e inclusivos. Hoy se enfrentan a riesgos, desafíos y a nuevos paradigmas de salud pública y convivencia social, siendo las personas su recurso principal.

Más de la mitad de la población mundial vive en ciudades insalubres, caracterizadas por el tráfico, la contaminación, el ruido, la violencia, la exclusión y discriminación, junto al aislamiento social de las personas mayores. Por ello, organismos internacionales, gobiernos, universidades y organizaciones de la sociedad civil promueven, con la participación de todos sus habitantes, transformaciones para lograr ciudades inteligentes, resilientes y saludables, a objeto sean espacios propicios para la buena vida, del desarrollo pleno de las capacidades de cada ser humano que las habita.

Una ciudad centrada en las personas debe ser planificada desde las necesidades integrales, las perspectivas y el involucramiento de quienes la habitan. Donde los requerimientos de cada uno puedan resolverse caminando, lo que favorece la calidad de la salud física, mental y relacional de las personas, junto con reducir el impacto ambiental.

Un modelo urbano que privilegia una optimización en el uso de suelo sin exprimir sus virtudes, buscando aumentar la oferta accesible y cercana de servicios a nivel de espacio público, que se refleja en mejores zonas para caminar y que privilegian el uso de un transporte público amable.

Una ciudad con áreas urbanas de menor envergadura permite que las personas perciban mejor los detalles del entorno construido, haciendo espacios más vividos. Un lugar amable y centrado en las personas, donde el caminar es uno de los ejes principales de diseño, se convierte también en un entorno apto para los adultos mayores, quienes sienten más seguridad de usar las calles.

Chile es un país desigual. El uno por ciento de la población concentra cerca del treinta por ciento de la riqueza, y aunque la pobreza por nivel de ingresos ha disminuido, las inequidades persisten. La ciudad en Chile nació junto a la conquista española, antes era un país rural de pequeños asentamientos indígenas que vivían de la agricultura y la pesca. Desde su fundación segmentó áreas según clases sociales.

La desigualdad urbana es resultado en parte de políticas que no consideraron la integración territorial como criterio en su etapa de planificación, las personas y familias pobres tienen malos accesos a servicios básicos, áreas verdes, espacios de deporte, cultura y recreación, escasa conectividad a internet, entre otras limitaciones que hacen que vivamos en espacios que replican la profunda fragmentación y segmentación de la sociedad chilena, creando barreras físicas para la reunión, la inclusión y la distribución equitativa de oportunidades, haciendo que no exista urbe como lugar de integración, de espacios de colaboración, encuentro e intercambio.

En vez de ser ciudad con un universo de posibilidades, hemos construido modernos ghettos que no conversan adecuadamente y que generan conflicto, tensión social y política. En el Gran Santiago, las mujeres de comunas pobres tienen una expectativa de vida de dieciocho años menos y los hombres de once años menos que en las ricas, registraron una mortalidad por COVID-19 tres veces mayor y la tasa de mortalidad infantil varía según comuna entre cuatro a doce por mil nacidos vivos.

El núcleo urbano debe proteger a sus habitantes, generando posibilidades a cada quien según su necesidad para desarrollarse plenamente y lograr una buena vida. Para ello, además de espacios para la vida y el trabajo dignos, con viviendas adecuadas, servicios cercanos que posibiliten resolver integralmente las necesidades a escala caminable, humana. Hay que pensar en las tareas de criar, educar, contener, cuidar y acompañar.

Una ciudad saludable y centrada en las personas debe contemplar un abordaje intersectorial sobre los determinantes sociales de la salud para el logro de condiciones básicas de vivienda digna y acceso a servicios de salud y educación de calidad y universales; acceso a alimentación saludable y distribución homogénea de espacios públicos verdes y propicios para la asociatividad, el cuidado, el deporte, la recreación, el fomento de la lectura y las artes; el término de toda forma espacial o cultural de exclusión y discriminación; propiciar cambios que favorezcan la inclusión, movilidad, valencia y plena participación de toda persona con alguna limitación física o mental; disminuir los tiempos de traslado y terminar con la competencia entre productividad, vida familiar, ocio y recreación; facilitar que la mayoría de las necesidades de las personas, sus familias y comunidades puedan resolverse caminando; y, fortalecer las capacidades para el co-cuidado de niños, personas con padecimientos y adultos mayores; armonizar el cuidado de personas y ambiente.

Para lo anterior es esencial una adecuada gobernanza para políticas de Estado sostenibles en el tiempo, lo que obliga a superar la actual fragmentación administrativa del Gran Santiago; la articulación de actores públicos, privados, académicos y empresariales; la transparencia y participación para la legitimidad social de las políticas; inversión en recursos; generación de espacios fiscales progresivos y solidarios (quien más tiene más aporta, quien más necesita más recibe), para sostener inversión en el rediseño de las ciudades; y propiciar un cambio paradigmático, ya que siendo las ciudades organismos sociales complejos, sus modificaciones requieren cambios en las relaciones de poder, más democracia e inclusión, junto a transformaciones en los patrones culturales.

Por tanto, es esencial no solo acuerdos políticos de largo plazo, sino también modificaciones en el sistema educativo y en los modelos de desarrollo que sostienen los sistemas productivos.

En relación con ello, hay que celebrar iniciativas como la red de municipios saludables y los programas gubernamentales para la promoción de la salud, el aprovechamiento de las tecnologías y la instalación del concepto de ciudades inteligentes y amables con las personas y el ambiente. La pandemia, los efectos del cambio climático, las amenazas de seguridad y las expresiones de los conflictos sociales, deben ser una oportunidad para reformar. No hay que ver el futuro resignado al apocalipsis, sino como síntomas de un mundo que quiere morir para ver a otro nacer.

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