Por Julieta Suárez Cao
EFE

El ascenso de Javier Milei al poder en Argentina deja en evidencia el avance de la ultraderecha en la región y la responsabilidad de los partidos tradicionales en dicho proceso. Pareciera, así, que Argentina se suma a las sociedades que experimentan cambios pendulares de izquierda a derecha (y viceversa) en pocos años. Sin embargo, las encuestas muestran que las ciudadanías no están polarizadas y que son las élites las que extreman sus posiciones alterando la oferta política. Esto no es novedoso, a principios de este siglo el politólogo Morris Fiorina se preguntaba si realmente Estados Unidos estaba en medio de una guerra cultural y demostraba que no, que la ciudadanía no estaba polarizada ni siquiera sobre los temas más controvertidos. Por el contrario, eran las élites las que estaban en medio de una guerra cultural y “dado que los medios de comunicación son parte de la élite y hablan principalmente con y sobre la élite, creció la idea equivocada de una polarización social”. 20 años más tarde, el escenario es otro y la polarización de las élites alcanzó a la sociedad en los Estados Unidos.

El caso de Milei es emblemático para ilustrar la responsabilidad de las élites. Promovido por el gobierno para generar división en la oposición y utilizado por la oposición para ganarle al gobierno, se logra agenciar una votación importante en la segunda vuelta que lo deja en la presidencia. ¿Significa esto que la ciudadanía argentina apoya el cierre del Banco Central, la venta de órganos y la privatización de las ballenas (entre otras medidas peculiares)? No, las motivaciones detrás de los votos son múltiples y es insoslayable el hecho de que su contrincante fuera el ministro de Economía actual en medio de una crisis económica mayúscula. En política, la oferta determina la demanda.

En su trabajo seminal sobre partidos, Sartori definía un sistema polarizado como aquel donde los partidos extremos llevan adelante una política de superoferta, prometiendo “el cielo en la tierra”. Estas políticas no son viables y, sin embargo, son prometidas al electorado. Claro, se suponía que estas fuerzas no llegaban al poder y, por lo tanto, no tenían que cumplir sus promesas de campaña, pero actuaban tensando la competencia política y las promesas de los demás partidos.

Actualmente, estos liderazgos de superoferta logran encabezar el gobierno. Es evidente que Milei no escondió su agenda y que, más allá de las motivaciones de sus votantes, la votación recibida va a entenderse como un mandato tanto a políticas económicas de shock (habrá que ver la paciencia que le tenga un electorado volátil si no ve resultados en un período de tiempo relativamente corto), como a retrocesos en derechos de mujeres y disidencias. Este último punto es clave para la ultraderecha latinoamericana con miras a desmontar la institucionalidad de género que sostiene los avances en la igualdad sustantiva. Esto es preocupante, porque sabemos que en el siglo XXI las democracias no mueren de muerte súbita, más bien se erosionan desde dentro, con gobiernos que acceden democráticamente al poder, pero que ejercen este poder de maneras semileales con la democracia, la separación de poderes y los derechos humanos.

Las lecciones del proceso en Argentina son relevantes para toda la región y deben ser observadas con atención por los partidos políticos en Chile. Debemos dejar de endilgarle al electorado su fascinación con liderazgos populistas e inescrupulosos, y dirigir nuestra mirada a las élites convencionales que abren el espacio a liderazgos que tienen una relación ambigua con la democracia y sus fundamentos. Nuestras democracias tienen un problema de oferta, más que de demanda, y son los partidos políticos quienes deben actuar con responsabilidad y convicción democrática para mantener a raya a los extremismos y resistir el canto de sirenas de la polarización. 

Tags:

Deja tu comentario