Por Juan Pablo Rodríguez
Agencia UNO

Con 76 votos, por diferencia de uno con la otra opción y sin lograr la mayoría absoluta, el oficialismo ganó la elección por la mesa de la Cámara de Diputados, quedando Karol Cariola (PC) como presidenta, Gaspar Rivas (PDG) como primer vicepresidente y Eric Aedo (DC) como segundo vicepresidente.

En su primer discurso, Cariola partió saludando a todos sus colegas que “han honrado la palabra empeñada y hoy han dado su voto a favor para que una militante del Partido Comunista de Chile por primera vez en la historia de nuestro país pueda presidir esta Cámara de Diputados y Diputadas”. A su vez, afirmó que “ha caído afortunadamente un veto atávico, no solo anticomunista, sino que también antidemocrático (…) no tiene por qué existir vetos elitistas y antidemocráticos, que solo recuerdan los peores momentos de nuestra historia, en que a través de leyes malditas se ha intentado callar nuestras ideas”. La asumida presidenta, a través de estas palabras, da cuenta de lo importante que era para el comunismo chileno esta elección.

Para quienes promovemos la libertad naturalmente es una mala noticia. Ese “veto atávico” no es un capricho, es un deber moral que se funda en la historia que muestra como el comunismo ha sido una doctrina cuya implementación no solamente ha sido receta de miseria y pobreza, sino que ha sido la causante de los peores genocidios que conozca la historia de la humanidad. No usaban “leyes malditas”, pero sí hambrunas deliberadas, decapitaciones, canibalismo, ahogamientos, campos de concentración, lapidaciones, enterramiento de personas vivas, envenenamientos, fusilamientos y un etcétera vomitivo cuyas víctimas se cuentan en decenas de millones. En esa misma doctrina se fundan, hoy y en la historia reciente, dictaduras a las que el PC chileno rinde pleitesía y defiende en cuanto foro exista.

Dicho eso, para el PC chileno se trata de un triunfo político innegable y un símbolo potente: luego de 112 años de vida logran instalar a una destacada militante en la Presidencia de la Cámara de Diputados desde donde podrán influir en el devenir político del año y vestirse con ropas democráticas que su historia y declaraciones muestran que no son de su talla.

Por el contrario, el Gobierno pierde más que gana.

Es verdad que evita una derrota en la votación, lo que significa un cierto respiro, pero el precio que paga es tan alto y la mayoría que consigue es tan frágil que esa aparente victoria esconde más bien una derrota. 

En primer lugar, la votación es una constatación que el Gobierno, además de no ser una mayoría social, no cuenta con una mayoría parlamentaria. El oficialismo logró en la Cámara de Diputados, ofreciendo el oro y el moro, solo 76 votos, lo que no alcanza a ser la mayoría absoluta de los diputados en ejercicio (78). Es difícil creer que el gobierno podrá hacer para cada votación un esfuerzo similar que dé este tipo de resultados. Se trata más bien de una mayoría circunstancial, frágil y lograda gracias a transacciones que no tenían que ver con la votación. Además, en el Senado el panorama lo tienen aún más cuesta arriba: a su minoría en la Sala y haber perdido la testera, se suma una minoría en las comisiones de Hacienda y Trabajo. El Gobierno, lamentablemente, no ha acusado recibo de esta realidad e insiste en promover reformas que no tienen legitimidad social ni logran mayorías parlamentarias. Este lamentable voluntarismo lo sufren los chilenos que ven como, por ejemplo, el Ejecutivo es incapaz de aprobar una reforma provisional.

Por otro lado, esos votos los consiguió ofreciéndole al diputado Gaspar Rivas la primera vicepresidencia. Rivas es uno de los casos más evidentes de la degradación de la política chilena y, en especial, de la Cámara de Diputados. Una mezcla de desequilibrio, demagogia, grosería y travestismo ideológico han marcado su biografía, lo que le ha significado no solo un desafuero, sino, muchas veces, ser el hazmerreír de la opinión pública. El hecho que se transforme en la segunda autoridad de la Cámara contribuye a aumentar la desafección de la ciudadanía con la política, la crisis de confianza y la vulgarización de nuestra institucionalidad. Además, probablemente, sea un caballo de Troya para el Ejecutivo, habida cuenta de su historia. Un poquito de pan para hoy, pero que probablemente le generará bastante hambre, y malos ratos, al propio gobierno. ¿Vale tanto una presidencia de la Cámara y un triunfo del PC? ¿Vale tan poco nuestra institucionalidad?

El ministro Elizalde debiera desplegar un esfuerzo de similar magnitud en La Moneda para que tomen nota de la realidad política, reviertan el curso de sus reformas y hagan propuestas realistas que sean viables y que permitan mejorar la calidad de vida de los chilenos. Dejar de hablarle solo a un tercio de la población y, de verdad, tratar de lograr mayorías que nos permitan avanzar. No en el discurso, en los hechos. Hoy son dos las grandes preocupaciones de los chilenos: caminar tranquilos por las calles y tener un buen trabajo. Toda agenda legislativa que contribuya a ese propósito contará, como ya ha ocurrido, con el consuno de la derecha y, probablemente, con la oposición de una parte relevante del Frente Amplio que sigue ofreciéndole a Chile el camino de la fracasada Convención Constitucional.

El presidente, a su vez, debe decidir si usar el Gobierno para consolidar un 30% de apoyo como una importante base que se proyecte allende su gobierno y que le asegure la hegemonía en la izquierda, o allanarse a la realidad, cambiar sus reformas y tomar decisiones que hoy, cuando son gobierno, permitan cambiar la realidad de las cosas. Debe decidir entre el poder o el bien común. Entre el Frente Amplio o la mayoría de los chilenos. Lamentablemente, hace rato parece haber tomado su decisión.

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