Por Javiera Bellolio
EFE

La maternidad subrogada (gestación subrogada o “vientre de alquiler”) es una técnica reproductiva que en el último tiempo se ha vuelto cada vez más frecuente. Solo por mencionar un ejemplo, son múltiples las celebridades que hoy acuden a ella para cumplir su deseo de ser padres: Paris Hilton, Kim y Khloé Kardashian, Sarah Jessica Parker, Priyanka Chopra, Ricky Martin, James Rodríguez y Cristiano Ronaldo, entre varios otros. Que la práctica tenga tal fuerza en ese mundo ya da para pensar.

Probablemente, muchos estarán familiarizados con el reality show de las Kardashian. Uno de los capítulos cierra con la escena de Khloé Kardashian en una cama de hospital con su hijo recién nacido en brazos, cansada por el supuesto trabajo de parto. La imagen recibió una lluvia de críticas en redes sociales, por alejarse completamente de la realidad: la madre de alquiler ni siquiera es mencionada. Nos gusta hablar de “invisibilización”, pero aquí se nos olvida con demasiada facilidad.

Pero lo cierto es que urge visibilizar este fenómeno, pues detrás de estos casos se oculta una realidad dramática y sumamente compleja de mujeres que deben vender el fruto de su cuerpo, por un lado, y niños que se transan como mercancías, por otro. Todo ello alimentado por una lucrativa industria.

Basta ver lo que está ocurriendo en Ucrania: ni la pandemia ni la guerra han detenido a las agencias que ofrecen este servicio. Aunque para muchos resulte ingrato, no podemos desconocer que la subrogación plantea una serie de problemas con consecuencias a corto o largo plazo para todos los involucrados: la gestante, los futuros padres y el niño.

¿Qué ocurrirá cuando el día de mañana el niño quiera conocer la identidad de sus padres biológicos? ¿Cómo nos hacemos cargo de que un niño podría llegar a tener varios padres: genéticos, intencionales y de crianza o sociales? ¿Podrá saber quién fue la gestante? (suponiendo que el niño está en conocimiento del origen de su existencia).

¿Qué ocurre si hay disputas respecto de la custodia y derechos de crianza? ¿Y qué pasa si el “producto” es “defectuoso”? Este fue, de hecho, el caso de Baby Gammy: una mujer tailandesa fue contratada como madre subrogante por una pareja australiana quienes, al enterarse de que uno de los mellizos tenía síndrome de Down, le solicitaron a la gestante que lo abortara. Ante la negativa de la mujer, al término del embarazo la pareja solo se llevó a la melliza “sana”, abandonando a Baby Gammy con la madre subrogada. El supuesto derecho al hijo, ¿puede ser satisfecho a cualquier costo?

Las anteriores son preguntas que ameritan una deliberación respecto de ciertos desafíos y problemas que reviste esta práctica. En este contexto, resulta de gran interés revisar la reciente Declaración de Casablanca para la abolición mundial de la maternidad subrogada, publicada el pasado 3 de marzo. Este documento fue firmado por 100 expertos (juristas, médicos, psicólogos, filósofos, etc.) de 75 nacionalidades.

Dicha iniciativa promueve derechamente la prohibición de la maternidad subrogada, la denegación de cualquier validez legal a los contratos que involucren a mujeres como gestantes y la penalización de aquellos que actúen como intermediarios o fomenten este tipo de prácticas.

Uno de los organizadores del encuentro, el abogado franco-chileno Bernardo García-Larraín, perteneciente a la ONG francesa Juristes por L’Enfance, explica que la gestación subrogada “se ha transformado en un negocio gigantesco, mundial, de miles de millones de dólares.

Hay una proliferación de agencias que abusan de chicas que quieren embarazarse, aprovechándose del interés de algunas parejas de ser padres”. A la vez, denuncia una “mercantilización” del tema, que hoy por hoy “es una de las grandes causas de la humanidad, pues esconde tráfico de personas y atropello al derecho de las mujeres”.

Desde que se dio a conocer, esta Declaración está siendo ampliamente discutida por diversos gobiernos y organismos internacionales, incluida la ONU. Si bien en nuestro país no es posible solicitar este servicio (ya que las leyes establecen que la gestante será la madre del recién nacido y tendrá los derechos y obligaciones derivadas del vínculo filial), por una parte ya hay gente recurriendo a su uso allende de nuestras fronteras, y, por otra parte, hay quienes empujan iniciativas para su legalización.

No se trata de una causa conservadora más, sino de un tema en el que se ha producido una interesante convergencia de miradas críticas desde visiones de mundo distintas.

El asunto, a todas luces, seguirá en medio de nuestras discusiones públicas, por lo que urge una reflexión sobre el modo en que como país queremos abordarlo.

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