Por Ignacio Aravena
AGENCIA UNO

Nuestra región nuevamente ha sucumbido ante la tempestad del fuego producto de su frágil relación con la interfaz urbana forestal. Más aún, todavía no somos capaces de tomar las medidas para evitar que sus impactos sean así de expansivos, los cuales afectan principalmente a las familias de menores recursos que viven en una periferia que los expone. Si no logramos diseñar leyes, planificación urbana con perspectiva de riesgo y un modelo de gobernanza apropiado, aquellos que se salvaron seguirán a la merced de Dios para un próximo evento.

A la fecha de esta columna, el incendio ha cobrado más de 130 vidas, 15 mil viviendas que son equivalentes a un 10% del stock total en la comuna, la pérdida del Jardín Botánico y de una serie de edificios públicos en la periferia viñamarina.

Para ilustrar la magnitud de las pérdidas, solo el valor económico de las viviendas calcinadas equivale a entre dos y tres veces el total de los subsidios entregados en toda la región durante 2023. A lo anterior debemos sumar infraestructura de urbanización y el equipamiento urbano que se quemó, como centros de salud y colegios.

Por supuesto, es de esperar que el cómputo solo crezca en los próximos días, lo que impone un costo económico y social que no podemos permitirnos que sea algo recurrente cada un par de años. Entonces, cabe preguntarnos si realmente hemos aprendido de experiencias previas. Al parecer no mucho; sin embargo, hay algunas medidas que podemos tomar y que pueden ayudarnos significativamente.

En primer lugar, hay que deslucir lo que no funciona, pero que sí tiene apoyo, es decir, las medidas populistas que no deben avanzar. Algunos parlamentarios siguen culpando a un grupo imaginario de empresas que quieren quemar la ciudad para luego cambiar el uso del suelo y aumentar sus ganancias.

Dentro de las justificaciones, se incluye una incorrecta interpretación a una tesis de postgrado que indica claramente que la relación no es de causa-efecto. De hecho, esta destaca que muchas veces no hay antecedentes suficientes para sustentar las acusaciones, siendo más que nada titulares sensacionalistas. Por supuesto, ideas ficticias e infundadas solo devienen en proyectos de ley simplones que no atacan las causas reales del problema, que en este caso son multisistémicas.

Un ejemplo de lo anterior es el proyecto de ley que busca prohibir los cambios de uso de suelo y la aprobación de Permisos de Edificación en zonas afectadas por incendios. Además de que el uso de suelo no ha cambiado después de los incendios anteriores, cabe destacar que esta medida no ha tenido el efecto esperado en otras latitudes (como la Ley Montes en España).

Junto a lo anterior, esto restringe las posibilidades de relocalización de familias que hoy viven en zonas de riesgo, pues no se podría modificar el entorno urbano ni recuperar barrios a través de proyectos de reconstrucción, los cuales requieren de un Permiso de Obra Nueva.

Más allá de ideas falaces, hay otros problemas que tampoco hemos sido capaces de dar abasto a pesar de la importante cantidad de siniestros que hemos experimentado. Si bien existen diagnósticos claros en torno a condiciones basales –como el famoso 30 grados, 30% de humedad y 30 nudos– y a una serie de características sobre nuestra fauna, además del cuidado de residuos en los cerros, las acciones preventivas en la planificación y gobernanza de desastres todavía son una tarea pendiente.

Aunque no podemos prevenir incendios intencionales ni tampoco cambiar la localización de las viviendas siniestradas, sí es posible mitigar sus impactos y responder de manera más eficaz mediante la infraestructura adecuada.

Para ello es esencial contar con estrategias proactivas que abarquen distintas dimensiones, como la regulación urbana y la inversión en infraestructura. Un ejemplo concreto sería exigir medidas que permitan retardar el impacto del fuego en los proyectos de obra nueva en estas zonas como, por ejemplo, muros cortafuego y estanques de agua para demorar el avance del fuego.

Junto a lo anterior, la urbanización adecuada y el debido trazado de calles para mejorar las redes de evacuación y acceso para los bomberos, así como también la limpieza del entorno y el desmalezamiento, son otras tareas pendientes.

De hecho, la gestión del condominio Villa Botania en Quilpué nos da un claro ejemplo de que estas medidas sí pueden ser efectivas, salvándose del fuego a pesar de su cercanía con el Jardín Botánico. También, como destaca el académico de la Universidad de Viña del Mar, Marcelo Ruiz, es necesario definir un cordón de seguridad alrededor de la acción de los bomberos en los cerros.

En otra dimensión, la gobernanza y la colaboración comunitaria también son aspectos relevantes en esta materia. Es fundamental establecer protocolos claros para la evacuación y la actuación de bomberos.

Asimismo, una alarma que nos indique hacia dónde evacuar en momentos de crisis es una mejora que podría ayudar a ordenar este proceso. Por cierto, ello debe hacerse en coordinación con Carabineros para evitar el caos en dichos momentos.

Lo anterior ayudaría a evitar situaciones como camiones de bomberos circulando en sentido contrario debido a la alta congestión durante la evacuación, lo que reveló la falta de coordinación entre autoridades y las instituciones involucradas.

¿Cómo podemos aplicar estos cambios? No es necesario buscar soluciones en el extranjero. Un ejemplo local para destacar es el trabajo realizado por la Gobernación Metropolitana a través del Centro de Gestión Integrada Regional. Este incluye no solo la predicción y detección de eventos, sino también busca coordinar acciones y políticas claras para enfrentarlos.

Y es que, dada la multidimensionalidad del problema, una adecuada estrategia preventiva requiere de un modelo de gobernanza que incluya un adecuado manejo de información, regulación urbana, trabajo con comunidades y la articulación con distintas entidades, entre otros.

En síntesis, aunque no podamos evitar incendios, sí podemos aprender a mitigar sus impactos con acciones preventivas y un adecuado diseño. Sin embargo, esto requiere de un proyecto de ciudad que deje de ser reactiva y de parlamentarios serios, no enfocados en el populismo legislativo. Si es que no somos capaces de lograr lo anterior, las familias que viven en la periferia seguirán expuestas a una ruleta rusa donde la pregunta solamente será “cuándo sucederá”.

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