Por Francisco Poblete
Agencia UNO

¿Cómo ha marcado el golpe de Estado a las décadas que lo sucedieron? Cada conmemoración tuvo su afán y contexto, revisarlas pueden darle más de una respuesta a estos 50 años que estamos viviendo en medio de una coyuntura febril, donde reina la desconfianza.

¿Se repite la historia? No necesariamente, pero hay algunos ejemplos que sustentan eso de que la historia no avanza en forma lineal, sino en círculos, como un espiral. “Muchas veces rima”, decía Mark Twain.

La primera década del golpe, 11 de septiembre 1983, plena dictadura, se vivió en medio de una convulsión creciente, inédita para esos tiempos de control y autoritarismo.

El desgaste y deslegitimación de Pinochet era evidente. La crisis económica y las crecientes denuncias de violaciones a los Derechos Humanos atizaban la movilización social, cuya máxima expresión fueron las protestas nacionales de mayo y agosto de ese año. El país perdía el miedo.

La marea social también activó la reorganización de los movimientos o partidos políticos, algo que hoy también parece estar en curso en todo el arco ideológico.

El mismo 83 la oposición logró ensamblar sus primeras orgánicas. Así nacieron la Alianza Democrática y el Bloque Socialista que inició el largo camino de recomposición de sus cuadros. Más a la izquierda, se conformó el Movimiento Democrático Popular (MDP), que aglutinó inicialmente al PC, al MIR y también al llamado PS Almeyda.

Al frente, el oficialismo pinochetista también ajustaba sus piezas: el mismo 1983 nacía la UDI, guiada ideológicamente por Jaime Guzmán y el movimiento Avanzada Nacional.

La primera conmemoración en democracia

En 1993, los 20 años del Golpe se conmemoraron en la recta final del gobierno democrático del presidente Patricio Aylwin, administración que convivió y soportó a un poderoso Pinochet como comandante en jefe del Ejército y celoso guardián de la institucionalidad, su creación.

Ese 11 de septiembre fue un fiel reflejo del momento. A tres meses de las elecciones presidenciales, el gobierno no tenía interés en conmemorar la fecha. Otro DC, Eduardo Frei, figuraba como el seguro ganador. Sin embargo, Pinochet quiso mover el tablero.

Días antes, motivado por una claque de encendidos partidarios, habló para la historia en el Rotary Club de Santiago, justificando el golpe y lamentando el avance en los casos de Derechos Humanos, sumando desafiantes comentarios: “Este Ejército tiene una tradición. No es deliberante, perdonen la licencia, estimados amigos, pero tampoco es castrado mental. Tenemos que pensar, señores. ¡Cómo no vamos a pensar!“.

Era el precio de una transición pactada y frágil, con un itinerario que le daba al dictador cinco años más al mando del Ejército.

30 años, verdad, justicia y reparación

El 11 de septiembre del 2003, 30 años después, el presidente Ricardo Lagos encabezó un simbólico acto en La Moneda. Reabrió la puerta de Morandé 80, asumiendo con realismo histórico que la fecha era “un día de dolor, de ese dolor que entró en el alma de Chile y con el que debemos vivir“.

Días más tarde se conformó la “Comisión sobre Prisión Política y Tortura”, presidida por el obispo Sergio Valech, que gestó el informe que lleva su apellido, con el desgarrador testimonio de las víctimas de la represión.

Los 30 años remecían el presente, generando una sucesión de acontecimientos, entre ellos, el “Nunca más” del general Juan Emilio Cheyre.

El entonces comandante en jefe del Ejército, hoy condenado por la justicia, usó la misma frase con la que Ernesto Sábato tituló en 1983 el informe sobre desaparición de personas en la dictadura militar trasandina.

A diferencia de Argentina, el Informe Valech incluye un embargo legal que impide divulgar los testimonios y el detalle de lo vivido en la prisión y tortura hasta el 2054.

No obstante, el 2018, en un gesto poco conocido, fue el entonces ministro del Interior, Andrés Chadwick quien dio la autorización a la editorial “La Copa Rota” para imprimir 1500 ejemplares con un resumen ejecutivo, que bajo el título “Así se torturó en Chile” narra la historia de algunas víctimas (sin identificarlas) y detalla los tormentos a que fueron sometidos.

Los cómplices pasivos y las presidenciales 2013

El sello de las cuatro décadas del golpe lo puso el presidente Sebastián Piñera con un mensaje directo a su propio sector, que había vuelto a gobernar el país después de 20 años.

El 30 de agosto del 2013 habló de los “cómplices pasivos“, en una entrevista a La Tercera. El concepto lo desarrolló indirectamente días más tarde, el mismo 11 de septiembre de 2013, en un comedido acto de conmemoración en La Moneda.

Al momento de enumerar las responsabilidades penales, políticas y morales por las violaciones a los Derechos Humanos, Piñera fue explícito:

“Esta responsabilidad también alcanza a quienes ejercieron altos cargos en el Gobierno Militar, o a quienes, por su investidura o influencia, conocieron de estos hechos, y pudiendo alzar su voz para evitar estos abusos, muchas veces no lo hicieron, ya sea porque subordinaron los principios a sus intereses o porque sucumbieron ante el temor“.

Estas palabras remecieron el ambiente electoral de la primera vuelta presidencial fijada para diciembre de ese mismo 2013.

Su alusión a los “cómplices pasivos”, sumado al cierre del penal Cordillera, le dieron rédito en las encuestas. Entre agosto y noviembre, Piñera escaló seis puntos en la muestra de Adimark, pero minó las posibilidades de Evelyn Matthei que llegaba tarde y debilitada a convencer a un electorado confundido por la cruenta Primaria de Allamand vs Longueira y desorientado por el debate histórico que el mismo Piñera abrió.

Semanas después, Michelle Bachelet ganaba con holgura la primera y segunda vuelta presidencial enarbolando un proyecto reformista con foco en la desigualdad.

50 años, la asfixia de la coyuntura

Fragmentación política, un proceso constitucional desgastado y un péndulo político mecido por la desconfianza ciudadana, marcan los 50 años del golpe de Estado, que se conmemorarán en menos de un mes.

El panorama no es alentador. Un gobierno debilitado, de minoría parlamentaria, superado por el día a día y con un lento aprendizaje en la administración del Estado, sigue intentando ponerle riendas a su itinerario de reformas y destrabar la agenda política.

Al frente, la oposición construye su nueva identidad mirando el auge electoral de Republicanos y sumando exigencias casi diarias para avanzar en las reformas por las que este mismo país eligió al presidente Boric hace menos de dos años. Ya no es desigualdad, es seguridad, probidad y hasta permisiología; ya no es por Giorgio Jackson, es por Sergio Onofre Jarpa.

Mientras tanto, la ciudadanía acumula desafección y desconfianza al ver que las promesas fundacionales de probidad de hace menos de dos años, se esfuman en escándalos millonarios, que esta vez no benefician inmoralmente a los más poderosos -como fue en la década pasada- sino que afectan a los más pobres, los que esperan certezas para el día a día.

En paralelo, la necesaria reflexión de los 50 años se ha concentrado y alimentado en los espacios universitarios y en una prolífica publicación de libros sobre la fecha, pero la falta de un marco (frame) le ha restado orden a la conmemoración.

Además, la débil gestión en el manejo de un relato o sello por parte del gobierno, sumado al desinterés de los medios masivos, ha impedido visualizar los diversos actos de alta significación organizados en las últimas semanas.

Por lo anterior, la envergadura del desafío de las nuevas autoridades del Ministerio de las Culturas es mayúsculo: llegar a tiempo y con sentido a una fecha que se escribió hace 50 años.

Medio siglo, con el peso de la historia y sus lecciones, deberían ser un argumento suficiente para destrabar el presente y enfrentar con un mínimo de consenso -al menos- el poderoso individualismo de la modernidad.

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