Por Fernando Vergara H.
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La política es el producto de toda actividad humana y sus relaciones, como también la sucesión de los procesos que suponen la convergencia y correlación de las acciones que nutren esos procesos. Su crisis también. Todo movimiento histórico, fructífero y poderoso o sea decadente y enfermo, ha contribuido a la radicalización de la contradicción de la vida separada de la existencia: una constricción vital hacia el sinsentido como estado existencial. Presenciamos la aparición de un nuevo tipo de corrupción escondida estratégicamente tanto en el evento del sentido como en el acontecimiento de la valoración; cuando la corrupción se internaliza en las creencias, valores, ideas y en la verdad, el sinsentido se disimula detrás de la regla, de la vida normada y de la ilusión del poder; y así la pérdida de confianza en la voluntad de realizar cambios esenciales a estas prácticas, se desvanece. No solo surge la desconfianza en las acciones humanas, sino en el mismo ser humano.

Lo problemático de la confianza para la política, es que esta espera que el ser humano apele a la misma razón que ella misma ha situado como fundamento, y que repetidamente traiciona, es decir, la confianza no puede confiar ni en sí misma, tal como el ser humano, pues la confianza es la aparición efímera de la verdad en un fondo difuso de experiencias que le rompen y le reconstruyen. Llamamos a esto una paradoja deshabilitante de la experiencia de la confianza. Entendemos este quiebre como la emancipación de la confianza de la experiencia dialógica del lenguaje que genera una nueva designación simbólica y fenomenológica en la individuación corpórea y virtual de las relaciones mercantiles de transacción e interés, individualizadas e indivisibles por definición y necesidad. Solo la corrupción de la voluntad es capaz de producir este quiebre, pues se expresa y experimenta, se controla y se ejecuta de múltiples maneras y de forma transversal, solapada y tangencialmente, como una suave brisa que anticipa la violenta tempestad de la decepción humana.

En la situación actual de aporías teóricas y crisis prácticas, la corrupción de la voluntad ha conseguido penetrar profundamente en el sujeto e instituciones contemporáneas a través de una metafísica de la decadencia cultural y de una antropología violentista del otro, precipitándolo hacia una resemantización de las categorías con las que estructuraba su pensamiento y creencias; hacia una desafectación de la vida normada por pautas ético-políticas de convivencia; hacia una resimbolización para la construcción de sentido; hacia una retirada lingüística desde lo substancial hasta lo instrumental del habla; hacia una relectura de las tramas culturales y órdenes discursivos junto con un desmantelamiento de toda intervención trascendental en la construcción del destino individual y colectivo.

La corrupción rompe la confianza como pilar antropológico para las relaciones sociales, quiebra la promesa como fundamento teológico, disuelve la certeza filosófica, distorsiona la expectativa histórica y reemplaza el ethos de convivencia por el pathos de la sospecha, sustituyendo el reconocimiento del otro por una radicalización de la individualidad cerrada; fractura éticamente el devenir de la subjetividad en su alteridad y su constitución dialógica; sabotea la representatividad ciudadana y abre la abismante distancia en la construcción colectiva de la identidad y, con ella, de la humanidad libre, digna e igual.

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