Por Diosnara Ortega
Hipatia y Marie Curie.

La educación y el matrimonio han constituido históricamente las dos principales vías de movilidad social para las mujeres. Estos destinos se han inscrito durante siglos en las trayectorias femeninas con costos no menores. Hipatia de Alejandría en el Siglo V, representante de la Escuela Neoplatónica de Alejandría, y pionera en el estudio de la astronomía y las matemáticas, ha sido considerada como “Mártir de la Ciencia”, no solo por sus logros científicos y filosóficos sino por la violencia masculina de la que fue víctima.

Maria Salomea Skłodowska (Marie Curie), catorce siglos posteriores a Hipatia, también se convirtió en una figura difícil de aceptar en la masculinizada historia de la ciencia. Primera y única en recibir dos Premios Nobel en áreas distintas: Física y Química.

Recordar a estas dos científicas es una invitación a pensar el lugar que ocupa la educación en la búsqueda de una mayor igualdad de género para las mujeres, y a la vez, que las trayectorias educativas no son un camino expedito para ello, sino que muchas veces es un espacio donde las desigualdades de género se fortalecen y potencian. Los valores y principios que trazan la carrera familista patriarcal y la carrera científica, también patriarcal, no solo no son equivalentes sino antagónicos.

Los resultados del reciente Informe Brechas de género en Educación Superior 2022 del Mineduc son alentadores en algún sentido: más mujeres acceden a estudios universitarios, demuestran mejor rendimiento académico y mejores tasas de titulación respecto a sus pares hombres. El 52,7% de estudiantes nuevos matriculados en 2022 fueron mujeres, frente a un 47,3% de hombres, marcando una brecha positiva hacia nosotras de 5,5p.p. Nuestras universidades están mayoritariamente compuestas por estudiantes mujeres por lo que tenemos un reto frente a ello no menor. Fortalecer espacios seguros para ellas y potenciar liderazgos femeninos que permitan contar con profesionales relevantes en sus disciplinas.

Si bien la participación de las mujeres fue superior a la de los hombres en las matrículas globales de 2022, el análisis desagregado por áreas disciplinares muestra una evidente segregación por género manteniendo carreras feminizadas y otras masculinizadas. Por ejemplo, la participación femenina se concentra en las áreas de Salud (53,1 p.p.), Educación (51,5 p.p.) y Ciencias Sociales (40,7 p.p.). Mientras las áreas de Tecnología (-65,5p.p) y Ciencias Básicas (-7,3 p.p.) continúan mostrando brechas negativas. Así mismo en el caso de las carreras de Derecho donde las mujeres obtuvieron solo 14,8p.p de las matrículas, evidenciando ser aún una disciplina con menor participación femenina.

Las desigualdades de género se profundizan al observar la participación de las mujeres en espacios académicos de mayor reconocimiento. Por ejemplo, la representación femenina dentro de las Jornadas Completas Equivalentes del personal académico es muy inferior a la de los hombres, con una diferencia de -10,2p.p. Respecto al grado académico la brecha es también desfavorable para las mujeres, representando sólo el 34,3% del total de académicos con grado de Doctor.

Es decir, en la medida que progresa la trayectoria académica, la participación femenina se reduce, teniendo menor representación en espacios de más alto reconocimiento. En este sentido, deben procurarse mecanismos que fortalezcan las trayectorias académicas de docentes e investigadoras mujeres. Entre otros, disminución de las brechas laborales, igualdad en las condiciones contractuales, reconocimiento del trabajo de cuidados y fortalecimiento del trabajo investigativo por sobre el de gestión.

La educación superior chilena tiene la gran oportunidad de responder a las mujeres y convertirse en un actor incidente favorable en las políticas de igualdad de género. Ellas ya son mayoría en nuestras aulas, ahora nos corresponde potenciar una historia más justa para las próximas Hipatia y Maria Salomea.

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