Por Paulina Araneda
Agencia UNO

Todos somos del mismo pueblo.

La responsabilidad de que un niño o niña vaya a la escuela regularmente no es solo de cada familia, requiere de toda una comunidad que lo acompañe en este proceso.

Acceder a una educación de calidad va más allá de palabras de “buena crianza” requiere de voluntad política y la convicción que todos y todas somos parte de este pueblo que contribuye a este anhelo.

Existe suficiente evidencia que nos señala que las personas aprendemos en espacios diversos y que el grado de profundidad de dichos aprendizajes se relacionan con la pertinencia de los mismos, el significado que tienen en la vida cotidiana y la capacidad de valorarlos como pasos para comprender otros fenómenos o procesos de diversa índole.

Sabemos también que concebir la educación como un derecho, requiere acordar como sociedad cuáles son los saberes requeridos para que podamos desenvolvernos, desarrollarnos y contribuir a que nuestras comunidades y por cierto nuestro país, sea justo y bueno para quienes lo habitan.

La escuela es el espacio que definimos para que ello sea posible para todos y todas. Nuestro país ha hecho un gran esfuerzo en esta línea, avanzando en el acceso igualitario como en las condiciones que hacen posible ejercer el derecho a educación de calidad.

Sin embargo, tal como señala el dicho: “Para que cada niño, cada niña asista a la escuela, se requiere de todo un pueblo”. Entonces: ¿cómo nos organizamos como pueblo para hacer posible que vayan a la escuela, que lo hagan todos los días y que sientan que son parte de una comunidad donde podrán tener la experiencia de aprender, a conocer, a hacer y a convivir? Grandes educadoras de nuestro país como Amanda Labarca hicieron de esto su propósito y esfuerzo cotidiano, ella entendía que la educación requiere de un pacto social, que es un trabajo colaborativo donde la comunidad es convocada a comprometerse y hace de aprender una experiencia que libera y posibilita abrir oportunidades, saltar barreras y transformar espacios y contextos.

Para pensar en un país que declare que la educación de calidad es un derecho y que busca que las condiciones para poder ejercerlo sean una realidad, requerimos que toda la sociedad lo asuma y deje de ser visto como solo una responsabilidad individual de las familias. Porque para que un niño o una niña vaya a la escuela, la valoren y consideren un espacio que les nutre y contribuye a su desarrollo y aprendizaje, se requiere mucho más que “palabras de buena crianza”, se requiere voluntad política, compromiso con los derechos de niños y jóvenes y sobre todo la convicción que todos y todas somos parte de un mismo pueblo y que cada una de las personas que lo conformamos, somos importantes para que el derecho a acceder a educación de calidad y a las condiciones requeridas para ello, sean una realidad en cada lugar de nuestro país. Lo que señalo es desafiante y requiere de generosidad, de altura de miras y sobre todo de sentido de bien común.

No permitamos que quienes estudian en Atacama queden reducidos a un momento que no es de su responsabilidad. Uno de los posibles orígenes de Atacama es “pat’acama” que significa reunión de gente, ¿no es acaso mejor pensar en ello que reducir Atacama a una situación inaceptable donde el pueblo no acompañó a sus niñas y niños a la escuela? Estoy convencida de que cada familia sueña y trabaja para entregar lo mejor a sus hijas e hijos, no les dejemos solos en su esfuerzo porque ya lo señalé “para que un niño o niña asista a la escuela se requiere de todo un pueblo”.

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