Por María José Schultz
ARCHIVO: CNN en Español

Hace unos días se enterraba a Benedicto XVI. Parte importante de los obituarios que se escribieron destacaban su legado pontificial. Sin embargo, con su muerte en Latinoamérica se recordó no solo su rol como Papa, sino principalmente su intervención como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Para muchos, el restrictivo teólogo Ratzinger no fue el mismo cuando pasó a ser Benedicto XVI. Cabe recordar que en la década de los 80 su intervención como Prefecto del nuevo “Santo Oficio” en la iglesia latinoamericana fue tremendamente dolorosa.

La teología latinoamericana tuvo como eje principal de sus postulados el tema de la opción preferencial por los pobres. Este tema no tenía nada de original, puesto que en el Concilio Vaticano II, principalmente en sus documentos (GS 63; LG 8), ya aparecería que, como Jesús, la Iglesia debía optar por los más desfavorecidos. A su vez, las conferencias episcopales latinoamericanas en Medellín (1968) y Puebla (1979) lo ratificaron.

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Los teólogos latinoamericanos, por tanto, estaban imbuidos en la misma pregunta que la iglesia universal estaba profundizando. Esto es el rol de la iglesia y su palabra ante la realidad de pobreza, exclusión e injusticia social que vive gran parte de la población. El fruto de esta reflexión en Latinoamérica se vio materializado, especialmente, en las obras de Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff, titulada “Teología de la liberación”. Ponía el foco de atención en la experiencia de fe de los pobres y cómo Dios se hace presente en este contexto mayoritario de América Latina (¿cómo hablar de Dios desde el sufrimiento inocente?).

Aunque aún muchos creen que la teología de la liberación fue condenada, eso es un error. Ratzinger como Prefecto tenía la función de vigilar la ortodoxia y fidelidad al Evangelio y a la Tradición del quehacer teológico. Su postura ante esta teología que no era europea fue de sospecha, pues interpretó en ella atisbos al marxismo y la lucha de clases, por tanto, arraigada en una ideología política.

La estimó subversiva y escandalosa. Esta apreciación, si bien, no le llevó a condenarla oficialmente, sí tomó duras medidas ante sus precursores. Hubo advertencias y llamadas a la corrección en 1984 y en 1986, lo que llevó a sus exponentes a profundizar en sus postulados y matizar sus afirmaciones, pero no por ello fueron silenciados. Es más, confirmaron que la teología de la liberación es verdaderamente subversiva, pues propone subvertir la situación de pobreza que tantos sufren, denunciando los sistemas y estructuras que perpetúan las desigualdades sociales y las injusticias.

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A su vez, reafirman de que es una teología escandalosa, pues saca a la luz el escándalo que, habiendo riqueza, multitudes sigan muriendo por falta de recursos, reciban una mala educación y sus posibilidades de liberarse de lo que los empobrece no esté en sus manos. Efectivamente, los teólogos latinoamericanos, más que proponer una experiencia de fe a partir de la contemplación del misterio, movilizan a construir una nueva sociedad. Se concentran más en alentar procesos que instauren la justicia que Dios, desde el éxodo de Egipto (Ex 3,7-10; 20), propone a su pueblo y no en las consecuencias escatológicas de las acciones.

En consecuencia, lo que Ratzinger no supo ver, pero quizás sí atisbó Benedicto XVI, es que la teología latinoamericana no se alinea con una ideología política, sino que demanda que las mediaciones políticas, las instituciones, la empresa, es decir, las estructuras que tienen poder para generar cambios globales, busquen el bien común de todos y no solo de algunos. Hoy Leonardo Boff afirma: “Podemos decir que (Ratzinger) nunca entendió lo central de esa teología, la opción por los pobres contra su pobreza y por su liberación, que hacía de los pobres protagonistas de su liberación y no meros destinatarios de la caridad y del paternalismo“.

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