Por Juan de Dios Valdivieso
AGENCIA UNO

Bastó que el resultado del plebiscito y el fin de año le dieran un respiro al gobierno para que volviera, como mono porfiado, a sus andanzas.

La invitación a Michelle Bachelet al acto público del presidente esta semana es una más de esas jugadas que merece análisis. No parece importar el estado anímico de Chile, ni las prioridades de sus familias, solo importa que Michelle Bachelet irrumpa y se perfile como candidata luego de su paso por la campaña del plebiscito pregonando falsedades.

Se evidencian así dos grandes inconsistencias: la de Michelle Bachelet misma, volviendo a la arena electoral, y la de su relación con la nueva izquierda, veamos.

La primera inconsistencia se resolvería si la prematura candidata se hiciera cargo de los problemas que generaron las reformas de sus gobiernos.

Al menos dos de ellas nos han hecho acordar de su autoría por estos días: por un lado, el manoseo ideológico de la educación y las políticas públicas en la materia que tienen en el suelo a la educación pública chilena, y, por otro lado, los cambios en el sistema electoral que han imposibilitado los acuerdos y han hecho ingobernable al país.

Pero a esos dos legados de su responsabilidad, se agrega la otra gran inconsistencia: La de la relación Bachelet-Nueva Izquierda.

Recordemos que fue ella quien le abrió la puerta a esta generación que con tanta superioridad moral intentó imponer su refundación en Chile.

Es claro que sin Bachelet, no hay Frente Amplio. Fue para su elección presidencial en que la antigua izquierda le dejó a la nueva los cupos para llegar al congreso, y fue en su gobierno cuando entraron en masa al ministerio de Educación.

Luego mordieron la mano que les dio de comer, se volcaron contra sus antecesores para finalmente superarlos en las urnas, alcanzar el gobierno y sumarlos solo como vagón de cola.

Entonces empezaron los problemas para esta generación dorada: otra cosa era con guitarra, gobernar era más que tuitear; el 4 de septiembre vino él desfonde ideológico de la refundación, los indultos, los casos de corrupción de Revolución Democrática por los convenios, la disolución de Comunes por falta a la transparencia y probidad, las pensiones de gracia. En fin, quedan dos años y no se ve por dónde. Siempre habrá un nuevo caso, esta semana fue el turno del lobby no declarado, suma y sigue.

Curiosamente, ante cada traspié, siempre la solución ha sido volver a la vieja guardia bacheletista: Ana Lya Uriarte, Carolina Tohá, Álvaro Elizalde, etc. Pero nada es gratis en la vida.

Este repliegue de la nueva generación y la vuelta por sus fueros de la antigua, podría tener su factura por pagar.

La guinda de la torta es la irrupción de la mismísima Michelle Bachelet como tabla de salvación para no perder el poder en dos años más. Vuelve la madre del cordero, la desmanteladora de la educación pública, la desarticuladora de la gobernabilidad.

¿Qué importa que allá afuera, los chilenos vivan día a día los problemas que sus gobiernos generaron, si fue suficientemente hábil para zafar de su responsabilidad? En fin, la nueva izquierda parece disponerse a pagar la deuda con su madrina.

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