Por Álvaro Vergara
EFE

Una parte de la élite política y cultural chilena se ha mostrado consternada por el éxito de Javier Milei en las PASO del pasado fin de semana. Dado que la ascendente trayectoria política del economista de 52 años no se ajusta ni en forma ni fondo a los patrones convencionales, muchos han recurrido a explicaciones simplistas para intentar explicar el fenómeno.

No obstante, y con independencia de las críticas que merezcan sus planteamientos, lo cierto es que Milei no es ningún desconocido, ni ha tratado de ocultar sus convicciones. Más bien, tiende a ser bastante explícito respecto de lo que piensa, aunque eso lo perjudique. A diferencia las etiquetas que los periodistas han empleado para intentar comprender un fenómeno que les resulta ajeno, Milei no es un “ultraderechista”. Tampoco es parecido a Bolsonaro y mucho menos a José Antonio Kast. Si bien comparte con algunos de ellos una marcada afinidad por la economía de mercado, su afán por derrotar a la izquierda y una estrategia electoral, sus trayectorias, marcos de análisis y valores difieren cualitativamente.

Por otro lado, a diferencia de políticos pragmáticos que cambian su actitud según la opinión pública, su estructura ideológica está bien definida. Milei pertenece a una escuela conocida con referentes importantes, y si queremos comprenderlo lo primero es atender a ellos.

El principal rasgo de los anarcocapitalistas es, quizás, su dogmatismo: poseen una categoría que, según ellos, permite comprender y, eventualmente, resolver todos los problemas sociales. Esa categoría —ese martillo que todo lo convierte en clavo— es que el mercado es siempre y necesariamente una mejor solución que cualquier camino que pase por el aparato estatal. ¿En qué consiste este enfoque? La posición dogmática que prioriza al mercado por encima de cualquier proveniente del Estado. Los libertarios suelen sospechar radicalmente de todo lo que huela a política, al menos en su sentido tradicional. De ahí, por ejemplo, su famosa frase de que “los impuestos son un robo”.

La irreverencia de Milei es, sin duda, uno de los factores que lo han hecho conocido no solo en Argentina, sino en buena parte de Latinoamérica. No obstante, su faceta polémica proviene en gran medida de su misma formación doctrinal que, por supuesto, se mezcló luego con su estrategia mediática y su forma de ser. Sin ir más lejos, los mayores exponentes de la doctrina libertaria (el más conocido es Murray Rothbard), fueron agudos polemistas y prolíficos escritores. Milei, de hecho, también ha seguido ese camino, publicando más de diez libros en un tono similar al de sus maestros.

En virtud de lo anterior, Milei suele ser predecible. Sus respuestas previamente concebidas se alinean con la postura dogmática que siempre aboga por soluciones de mercado, basándose en la premisa de que la libertad humana reside en ese ámbito. Al mismo tiempo, esto explica por qué sus ideas han ganado tanta popularidad en la Argentina actual. En un país con un índice de pobreza del 40%, tasas e impuestos altísimos y una clase política que se ha enriquecido a expensas de la ciudadanía, es natural que hoy los ciudadanos vean a Milei como una alternativa o como una legítima expresión de protesta. Más aún cuando el economista hace lo que muchos de ellos siempre quisieron hacer: gritar a los políticos en su cara por destruirles la vida.

Las circunstancias del mundo que le tocó vivir han beneficiado al discurso de Milei. El anarcocapitalismo o minarquismo en su versión práctica (la que Milei defiende) tiene como objetivo principal reducir el tamaño del Estado, eliminar aranceles y restricciones económicas, e incentivar la iniciativa privada, cuestiones apremiantes en Argentina. La sensación de humillación y el perjuicio que genera el que los ciudadanos de países vecinos vengan a comprar tus bienes básicos, elevando aún más los precios, mientras la población nacional trabaja como puede, consiste en una de las principales armas retóricas en el arsenal de su campaña.

De ahí proviene su llamado nostálgico hacia la Argentina de Alberdi y su discurso en contra de la casta política corrupta. Es esto lo que ha convertido a un economista influencer, que carecía de las fuertes conexiones políticas, de partidos y sindicatos, en el favorito para ganar la presidencia de Argentina. De igual manera, esta es la razón detrás de los anhelos de una dolarización del país. Por eso mismo, Milei ha conseguido el apoyo mayoritario del voto joven, de aquellos que están hartos de considerar la posibilidad de abandonar su propia nación en busca de mejores oportunidades. 

Ninguna de estas consideraciones implica asumir que su victoria sería lo más adecuado, ni la viabilidad de sus ideas a corto y largo plazo, ni el apoyo necesario en el parlamento y las provincias en caso de un eventual gobierno suyo. En ese sentido, el futuro desde luego es incierto, y los excesos del personaje ciertamente podrían jugarle en contra. Aun así, Milei ya consiguió vencer por ahora a las maquinarias de favores, financiamiento y mafias que conforman el establishment argentino. Veremos con el tiempo si demorará en caer en lo mismo, cuando él sea parte de ellos.

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