Por Álvaro Vergara
Agencia Uno.

En estos últimos días, ha podido apreciarse cuán violento puede llegar a ser un choque entre verdades aparentes. Una gran colisión entre “la defensa de la civilización” frente al “avance de la barbarie” se estaría produciendo. Así al menos lo sugieren las redes sociales y los medios de comunicación. Nos explican que dos modelos de sociedad antagónicos se contraponen en esta segunda vuelta presidencial, y que, en ese contexto, nuestro deber es elegir al bando de los “buenos”. De lo contrario, además de cobardes, podríamos ser cómplices activos de una posible catástrofe. De esa forma, la campaña —o anticampaña— se ha enmarcado en los clivajes de “fascismo vs progreso” por un lado, y “comunismo vs libertad” por otro.

De pronto nos polarizamos desde las élites políticas y mediáticas. Y dado el panorama, es probable que lo vayamos haciendo cada vez más. El ambiente pareciera obligarnos a tomar bando, a elegir el bien contra el mal. Así lo muestra la directiva del partido de Revolución Democrática, al sostener: “Acá hay dos alternativas para Chile: por un lado, Apruebo Dignidad y los cambios concretos que demanda la ciudadanía, pero con seriedad y tranquilidad para la gente, y por otro lado, un candidato sin proyecto político y con propuestas irresponsables”. Lo mismo hace Camila Flores al acusar a la DC de entregar nuevamente “la libertad y la democracia al marxismo, pero esta vez incluso sin condiciones”. Las citas muestran con nitidez cómo el escenario político se ha transmutado en una realidad de blancos o negros; luz o tinieblas, en la cual siempre el emisor del mensaje estará del lado correcto.

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De esta forma, pareciera que casi todas las instancias de encuentro, sociales y familiares, se han transformado en nuevas oportunidades para intentar presionar, a través de argumentos maniqueos, a tomar partido por un lado. Todo pareciera hacer creer que la sociedad chilena, aparte de polarizarse, se ha ido politizando y que esto es algo bueno. Y en efecto, nos interesa el debate público, la gente está más informada y hoy es raro que alguien calle ante la contingencia. Con todo, ese proceso admite otra mirada: puede pensarse, paradójicamente, que este camino se dirige más bien hacia cierta despolitización, ya que cada vez nos escuchamos menos, nuestros filtros son bajos y, ante nuestro recelo y sesgos incrementados, estamos muy poco dispuestos a reconocer aquellos aspectos verdaderos que puedan encontrarse en la perspectiva contraria. La política no puede existir sin el diálogo y la persuasión, y corren peligro, ya que están siendo desplazados por presiones, la tergiversación y discursos que descalifican. Ejemplo de esto son los dichos del diputado Gonzalo Winter, quien ataca a José Antonio Kast tratándolo como “fascista y un negacionista de los crímenes de la dictadura”. Bajo dichos similares y recurrentes ha quedado en evidencia hasta ahora que ya no hay adversarios políticos, sino enemigos que deben ser arrollados. Así, pese a sus diferencias antagónicas y brutales, los duros de ambos bandos terminan por convertirse en un reflejo el uno del otro y al mismo tiempo se vuelven incapaces de ver en el otro un atisbo de legitimidad.

En situaciones de crisis como las que vive Chile y donde nos parece que enfrentamos decisiones en las cuales todo está en juego, nunca faltarán los que presionan para convencer, y eso es necesario de alguna forma. La dificultad estriba en que esta dinámica maniquea conduce a suponer que se está del lado correcto de la historia: uno está con los buenos, los solidarios y, por sobre todo, los eruditos. Nosotros Iluminados y empáticos frente a la ignorancia y el egoísmo de los demás. La soberbia personificada.

Daniel Matamala confirma el punto al explicar en su columna postelecciones —bajo meras correlaciones hechas pasar como causalidad—, que JAK supo tocar ciertas teclas en las comunas rurales, recibiendo el apoyo de personas que avalan actividades de maltrato animal (como el Rodeo o las carreras de perros), al votar en contra de la “Ley Cholito” y arremeter contra la empresa de veganos NotCo. La causa del arrase de JAK en zonas rurales —pero además en las 50 comunas más pobres del país— sería “una zanja cultural y geográfica”. La civilización citadina versus la barbarie de nuestras comunas primitivas y desconectadas, donde seguramente no existen personas que entiendan las agendas valóricas impulsadas por Boric (como si siguiéramos en los 60s). La ignorancia versus el progreso. No existirían ahí motivos más profundos ni otras inquietudes respecto a la particularidad de la vida rural y las precariedades básicas que, dicho sea de paso, la izquierda parece haber olvidado este último tiempo.

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Pese a todo, tan rápido como sucedió esta división tajante del espacio público, una especie de zanja distinta de la que habla Matamala o el propio Kast apareció, y lo peor es que es mucho más profunda pese a ser inmaterial. La zanja marca la división entre dos posiciones que se toman a sí mismas como la única opción válida. Y esta superioridad moral se ha ido haciendo insoportable. Más aún cuando ha parecido entrar a todo tipo de estructuras y relaciones. La vida se hizo así agobiante y de constante sospecha. Ya desconfiamos de todos: los matrimonios se pelean por política; los compañeros del trabajo excluyen y critican al colega por pensar diferente; padres e hijos se denuncian unos a otros por no comprender el lado correcto de las cosas. Más vale ir pensando las justificaciones de cada elección, pues en el momento en que alguien piense diferente, se exigirá una explicación, pese a que en realidad no se esté interesado en escucharla y menos a intentar entenderla. Es más fácil mantenernos entre la distinción de escoger a un “nazi” o un “chavista”. Alguien que hace apología de la dictadura chilena u otro que lo hace de las de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Estamos así en un empate permanente en que cada lado se erige como el bueno. Aunque por el momento pareciera ser más explícito y decidido en una izquierda que ha planteado explícitamente estar defendiendo la democracia.

Es probable que la dinámica en que han transcurrido estas elecciones —y no solo la segunda vuelta— marquen la tónica de un futuro gobierno que asumirá en tiempos complejos, con una Convención constituyente, y a lo mejor, con una nueva Constitución que implementar. Sin embargo, para que tales procesos resulten exitosos, recuperar espacios de diálogo como contrincantes legítimos será fundamental. En ese sentido, las palabras de Cristián Warnken son acertadas: necesitamos más “amarillismo”. El matonaje visto es sólo un camino seguro a la autodestrucción.

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