Por Álvaro Vergara
CAPTURA

Se pasea con sus característicos calcetines con diseños, zapatos siempre brillantes y una camisa impecablemente planchada. Utiliza su desplante natural, su tono de voz y astucia ante los medios de comunicación. Los mismos panelistas de matinal que se enfocaban antes en farándula ahora hablan de política, y lo siguen desesperados por lograr audiencia, mientras él les suelta algún caramelo de vez en cuando.

De esta manera, el alcalde Carter se ha convertido en el fenómeno político del momento, mientras su popularidad crece a nivel nacional. En el mejor sentido de la palabra, el alcalde de La Florida es un personaje. Parece tener la situación estudiada de antemano, logrando sortear la presión y los juicios. Recibe amenazas por parte del narcotráfico, críticas desde el Gobierno y la atención de otros que desearían lograr lo que ha conseguido. Dicho coloquialmente, “está en todas”. Por eso su eficacia en lo mediático.

Carter ataca y recibe, pero, hasta ahora, gana y gana. En ese sentido, un aspecto interesante es su velocidad en el empleo de esa estrategia. No necesita esperar a los resultados de las encuestas porque sus vecinos se lo cuentan antes. El alcalde sabe bien cuándo actuar y cuando utilizar el victimismo para protegerse de los efectos y reacciones generados por sus actos. Y ahí precisamente se demuestra su destreza como político. Según el momento, sabe a quién presionar para luego posicionarse de inmediato en el bando contrario.

En medio de la crisis que atraviesa el país, el alcalde es una nueva figura que parece entender, representar y materializar una parte del sentir ciudadano que exige seguridad. Eso ha llevado a que su principal fortaleza sea precisamente su credibilidad. A diferencia del presidente Boric, quien decidió, como en una suerte de turisteo, vivir fuertemente protegido en el barrio Yungay, Carter no necesita dar ese tipo de mensajes, pues le deben parecer ridículos. El edil de La Florida vive desde que era adolescente en una de las comunas que mejor representa al Chile de las últimas décadas. Por lo mismo, ha sido testigo directo tanto de los aspectos positivos de la modernización, como el acceso al consumo, la conectividad y la mejora en la calidad de vida, pero también de los negativos, como la inseguridad, el narcotráfico, las barras bravas y la catástrofe del transporte público.

Así, otra de las claves de su éxito está en que sus acciones parecen naturales. A diferencia de una gran mayoría de la élite política, Carter no necesita forzar el trabajo en terreno para conocer la realidad de sus vecinos. Como dijo Carlos Peña, el alcalde es un “vecino cabal”. Es decir, genera confianza al vivir y trabajar en terreno, conociendo de primera mano la realidad de su comuna, para luego llevar el diagnóstico de esa observación a los equipos técnicos. En consecuencia, la alta preocupación en temas como aseo y el narcotráfico están lejos de ser una casualidad. Más allá de su efectividad, la demolición de las narco-casas es un producto de observación y astucia jurídica, rompiendo con el silencio de las drogas mediante una disposición olvidada en una ley.

En ese sentido, el alcalde tiene a su favor una ventaja que ha sabido aprovechar de buena forma al equilibrar el conocimiento del Chile mayoritario con su comprensión de cómo funcionan y piensan las élites gracias a su paso por la Facultad de Derecho de la Universidad Católica y su antigua militancia en la UDI. Carter representa de buena forma el espíritu de ese abandonado proyecto que buscaba mezclar ambas dimensiones y realidades: la UDI popular y su Departamento Poblacional, dos cosas que por cierto ya no existen.

Su estrategia, no obstante, tiene riesgos. Actuar sin el respaldo de una colectividad genera tantos beneficios como inconvenientes. Carter posee una amplia libertad programática y de opinión, lo que le ha permitido desplegarse por la esfera pública diciendo lo que piensa y adaptándose a las necesidades de las personas y a las tendencias del momento que lo vuelven popular. No obstante, esa misma libertad puede jugar en su contra al momento en que cometa un error. Si alguna de sus políticas con más exposición termina con saldos negativos, se autopropinará un golpe letal.

Ahí está el dilema. Si las ambiciones de Carter son mayores a las de mantenerse en una alcaldía, deberá elegir bien con quién aliarse. Y esa es una decisión de naturaleza que requiere otro tipo de reflexión porque a veces puede resultar impopular. Hasta ahora, el alcalde ha dicho en varias ocasiones que está dispuesto a conversar con todos, desde José Antonio Kast a Parisi, o desde la ministra Tohá a Pamela Jiles. El punto de inflexión vendrá cuando en unión con alguno de esos nombres, haga algo que desagrade a los otros. Por ahora el alcalde puede seguir demoliendo a muchos con su retroexcavadora, el problema quizás vendrá cuando esos muchos se junten para utilizarla en su contra.

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