Por Álvaro Vergara
Agencia UNO

El golpe de Estado y los 17 años de régimen autoritario dejaron heridas profundas. Las imágenes de La Moneda bombardeada; la angustia plasmada en distintos registros; la impotencia, la rabia y las vidas perdidas siempre serán parte integral de nuestra memoria colectiva. El dolor persiste con tanta intensidad por múltiples motivos. Razones difíciles y ásperas prolongan ese sufrimiento. Después de todo, aunque el golpe ocurrió hace 50 años, las desapariciones y violaciones a los derechos humanos continuaron hasta el final de la dictadura.

Pero existe otra razón que ha hecho más difícil aún sanar nuestras heridas: hasta la fecha, no se sabe lo qué pasó con algunas personas durante ese periodo. Según el Informe de la Comisión Valech II, más de 3.000 chilenos murieron entre 1973 y 1990, y alrededor 1000 siguen sin ser encontrados. Los datos pueden sonar fríos, tristes y pueden también distorsionar la magnitud del horror. Por eso, no debemos olvidar que detrás de cada una de esas cifras hay una persona que vivió el sufrimiento y la persecución en carne propia.  

Como dijo alguna vez el historiador Gonzalo Vial, la transición a la democracia siempre quedará incompleta mientras no solucionemos este tema. Algunos obtuvieron algo de justicia o al menos respuestas sobre sus seres queridos, pero muchos otros siguen esperando. ¿Se han realizado realmente todos los esfuerzos posibles para encontrar a nuestros compatriotas desaparecidos? Todo indica que se puede hacer más. Siempre se puede hacer más.

El Gobierno al menos se intentó hacer cargo del asunto. Si bien reaccionó tarde, anunció lo que pudo haber sido la política más trascendente de esta conmemoración de los 50 años: el Plan Nacional de Búsqueda. Sin embargo, la iniciativa resulta significativa y contradictoria a la vez. Es significativa porque se han intentado cosas similares en el pasado con resultados positivos que sanaron parte de la herida, como la Comisión Rettig y Valech. Pero, al mismo tiempo, es contradictoria, porque el presidente Boric puso poco énfasis en la agenda. Mediante sus frases, no solo entorpeció el disenso histórico y político inherente a la misma democracia que reivindica, sino que además contribuyó a polarizar el ambiente cuando debía hacer lo contrario. Su actitud de atacar, recalibrar y disculparse no hizo más que generar un clima de recriminaciones mutuas y desconfianza.

Si se desea obtener información renovada para hallar el paradero de los detenidos desaparecidos, resultaba evidente la necesidad de la colaboración del mundo militar y los civiles que participaron en el régimen. Pero para lograr algo parecido, eran imprescindibles señales y actos que generaran un clima de confianza propicio para el flujo de la información. La ministra de Defensa, Maya Fernández, por ejemplo, lo sabía y, pese a su historia familiar, manifestó su confianza en que las Fuerzas Armadas han proporcionado como institución toda la información de la que disponen. Ese era el tono de Estado necesario para generar entendimiento y puntos de acuerdo: aunque en el pasado se cometieron actos atroces, debemos demostrar la altura moral, considerándolos como un actor cuya colaboración es necesaria, pensando en el futuro del país.

Por estas razones, la mayoría esperaba una actitud similar de nuestro jefe de Estado. Se buscaba unidad y seriedad; palabras medidas y justas; acciones concretas. ¿Qué colaboración podríamos esperar del mundo militar si el presidente de la República tildó a uno de sus miembros que se quitó la vida como un “cobarde”? Lo mismo, por cierto, aplica para la colaboración con civiles que participaron en la dictadura, o con los partidos cuyos miembros sí lo hicieron en el pasado. ¿Qué diálogo podría llevarse a cabo si cada vez que puede el presidente los azota con el garrote para luego ofrecer la zanahoria? ¿No había que aprender algo de los líderes de la transición?

Probablemente, no se encuentren restos perdidos en el desierto que seguirán allí por años y años. Algo similar pasa con las personas arrojadas al mar. Pero tal vez otros restos estén ahí, más cerca de lo que pensamos. ¿Por qué no poner énfasis en los restos óseos de los 300 posibles detenidos desaparecidos descubiertos en el Servicio Médico Legal? ¿Por qué no hacer lo mismo con las 89 cajas de osamentas encontradas en el laboratorio de la Universidad de Chile? Según los medios, estas cajas han permanecido allí durante veinte años, en espera de respuestas.

Aunque resulte duro decirlo, el presidente Boric no logró notar que, a consecuencia de sus actitudes, ahora comparte algún grado de responsabilidad en las dificultades que existirán en delante de cara a la búsqueda de compatriotas que faltan. Si su Plan ilusionó a la gente, ahora debe responder con resultados.

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