Por Álvaro Iriarte
Agencia Uno

Después de 4 años de obsesión constitucional, y con una ciudadanía evidentemente fatigada con el tema, es innegable que durante estos últimos años, para bien o para mal, el debate constitucional ha copado no solo la agenda política y comunicacional del país, a la par que generó profundos cambios en los proyectos a futuros de miles de chilenos, como aquellos que por una u otra razón asociada a la situación nacional decidieron dejar Chile en búsqueda de nuevos horizontes -algunos por temor a la refundación y otros por frustración ante la derrota de la misma-.

Algunas reflexiones pueden ser útiles para tratar de entender que puede suceder hacia el futuro, en donde lo único claro es que abunda la falta de certeza institucional y política. En este sentido, cuatro ideas deben ser incorporadas a partir de los resultados del plebiscito del 17 de diciembre de 2023:

  1. La constitución vigente después de dos elecciones para cuerpos colegiados, dos procesos de trabajo y dos plebiscitos para adoptar la propuesta, no logró ser reemplazada debido a que los textos constitucionales propuestos no fueron ratificados por la ciudadanía con su voto. Con todo, no se debe olvidar que el quórum para reformas constitucionales fue rebajado. Para muchos esto no es algo importante, pero la verdad es que puede generar un incentivo a modificar sistemáticamente el texto vigente, prolongando así la discusión constitucional. En este sentido, las próximas pruebas que enfrente la constitución vigente servirán para determinar su salud y su real arraigo en el sistema político nacional.
  2. La extrema izquierda, con o sin representación política institucional, no renunciará en el mediano y largo plazo al afán refundacional, que se encarna en parte en una constitución como la propuesta por la Convención Constituyente en 2022, pero en parte en una serie de reformas legales que pueden perfecta impulsar en el congreso. No se debe olvidar que en el fondo el tema constitucional es solo una herramienta más para avanzar un modelo institucional, no un fin en sí mismo. Desde esta perspectiva, el tema constitucional no se cerrará hasta que deje de ser un mecanismo útil al discurso refundacional y revolucionario; y por tanto, permanecerá abierto mientras exista el deseo de transformar radical y violentamente el país.
  3. Asimismo, la centroderecha y sus actores tradicionales se verán enfrentados a la realidad que implica disipar, al menos momentáneamente, el debate constitucional: ¿Cuál es el proyecto político que ofrecen al país después de estos cuatro años? ¿Qué ideas están dispuestos a defender en el debate público con la misma convicción y determinación con que las izquierdas defienden y promueven el crecimiento del tamaño del estado, la limitación de los derechos y garantías individuales, el aumento de impuestos y la relativización del derecho de propiedad? El tema es que en cuatro años de vorágine constitucional pareciera que no ha quedado claro cuál es proyecto país -si es que efectivamente existe uno-, más allá de lugares comunes como “hacer las cosas bien”, “tener gente capacitada para dirigir el Estado”, “preocuparse por las urgencias reales de Chile” o “mantener la vocación histórica por los grandes acuerdos nacionales”.
  4. Por años desde diversos sectores, pero en su mayoría el mundo de las izquierdas, se ha señalado majaderamente que los problemas de la democracia se resuelven precisamente con más democracia. En este sentido, tener una elección o más al año desde 2020 parece haber aumentado los niveles de agotamiento con el sistema político, situación que podría seguir toda vez que el 2024 y el 2025 nuevamente hay elecciones. Así, desde 2020 y hasta el 2025 se completarán cinco años de elección tras elección. Pareciera que más que la cantidad de elecciones que se realicen, su periodicidad y que se vote por las más diversas razones, lo que se requiere es una mejor democracia: contenidos y conexión con la realidad nacional.

Independientemente del listado, es innegable que son muchos los compatriotas que quedan con la sensación de que esto fue una pérdida de tiempo, que durante 4 años se destinaron recursos y atención a un tema que nunca fue prioridad de la ciudadanía y con un proceso que objetivamente no logró su cometido: dos veces se descartó adoptar un nuevo texto constitucional. En esto no existen dobles lecturas en cuanto a que el éxito de un proceso destinado a reemplazar íntegramente un texto constitucional es precisamente la adopción de una nueva carta magna, y en sentido contrario, que una negativa adoptar el texto propuesto es el fracaso del mismo.

La constitución no es una receta mágica, y bien lo sabíamos todos quienes votamos Rechazo en el plebiscito de entrada de 2020. Con todo, la obsesión constituyente puede haber contribuido de alguna manera a sincerar proyectos y posiciones en el espectro político. En este sentido, ha quedado al descubierto que existen grupos que no dudan en desmantelar el sistema de pesos y contrapesos y otras limitaciones al poder argumentando que son trabas para que la autoridad pueda -supuestamente- hacerse cargo de diversos problemas. La gran ironía es que los debates que se han generado en este interludio constitucional han tenido como telón de fondo, aunque la ciudadanía no lo perciba a primera vista, el límite del poder, la concepción de la personas y la libertad, la identidad de la nación. No han sido los temas como pensiones, salud, calidad de la educación, seguridad o migración y que han sido la constante preocupación de los chilenos desde el 2019.

La verdad es que Chile sigue esperando un reconocimiento por parte del mundo político de fracaso constitucional, y acto seguido, que se ponga fin a esta suerte de pausa que ha tenido congelado por 4 años los debates de fondo en diversas materias, siempre con el pretexto de esperar un cambio constitucional que finalmente no se materializó. Es necesario que esto ocurra a la brevedad, pues de lo contrario, se corre el riesgo de profundizar la fractura entre la ciudadanía y el sistema político, que bien puede traducirse en el respaldo a proyectos populistas o de corte autoritario, ambas manifestaciones que han encontrado tierra fértil en América del Sur a lo largo de su historia.

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