Por Álvaro Iriarte
Agencia UNO

¿Existe alguna relación entre el debate actual por el asentamiento europeo en los territorios americanos y el proceso constitucional por el que atraviesa nuestro país? Para sorpresa de muchos, existe más que un solo punto de conexión, y una adecuada reflexión sobre el primer proceso histórico puede ser una herramienta clave para encauzar el proceso de cambio constitucional.

Desde hace algún tiempo, la conmemoración del descubrimiento de América por Europa se ha vuelto un verdadero problema, toda vez que son numerosos los actores que lo consideran un lamentable episodio de la historia universal, que nunca debería haber ocurrido y que por ello debería ser borrado de la memoria de la humanidad. La instalación permanente de los europeos en el Nuevo Mundo -en el caso de Chile, los españoles- solo significó para América enfermedad, esclavitud, desastre ecológico y muerte; a tal punto que no sería posible hacer una valoración positiva de hitos ocurridos durante los más de trescientos años de presencia hispánica.

Como se ha mencionado, esta actitud no es meramente académica, toda vez que ha permeado completamente el mundo de la cultura, y en la práctica, produce efectos incluso en el plano político, con impensadas consecuencias en el orden institucional que nos rige y que tiene repercusiones políticas.

Por ejemplo, el ethos dominante en la Convención Constitucional y que fue recogido en el texto rechazado el 4 de septiembre de 2022, fue precisamente una variedad de antihispanismo profundo; en el sentido que todos los males de Chile comenzaron con el asentamiento español en nuestro país.

El razonamiento detrás es que la llegada de los europeos y la consecuente imposición de un régimen brutal a la población local tuvo como única finalidad explotar de manera intensiva los recursos naturales y en especial los mineros, para llevar la riqueza de estas tierras hacia Europa; frustrando toda posibilidad de desarrollo de estas tierras. En suma, América era una suerte de paraíso terrenal que fue saqueado y destruido por los europeos. Aquí están los elementos básicos que dan sustento a cualquiera de las versiones del indigenismo, incluida aquellas que se cristalizaron en normas en el rechazado proyecto de la Convención Constitucional.

No deja de ser irónico que fuera precisamente un filósofo y pensador político europeo -Jaques Rousseau- el que articulara con precisión esta visión en términos amplios (aplicable a todo los europeos y no restringida al caso de España): el mito artificial del noble salvaje que habita en un estado de naturaleza, completamente libre del Estado, la Iglesia y la propiedad. Es este mito el que ha nutrido hasta nuestros días las más diversas retóricas y propuestas, y del que la Convención Constitucional hizo gala en sus comisiones y en el pleno.

La visión que da sustento a esta situación es la de la historia como una secuencia unidimensional, en la que los acontecimientos son juzgados estrictamente siguiendo las ideas, criterios y percepciones contemporáneas. Así, el pasado deja de ser fuente de entendimiento para los desafíos presentes y futuros, quedando reducido a simplemente a un juicio para identificar a los buenos y malos, víctimas y victimarios o invasores e invadidos. Esto impide comprender la trayectoria de la humanidad, y en este caso en concreto, la trayectoria de nuestra nación y sus instituciones. Por el contrario, debemos considerar que la historia es una sucesión de procesos, acontecimientos y personalidades, que dan forma a una realidad multidimensional.

Chile se apronta a cerrar el segundo proceso para redactar una Constitución y puede ser valioso considerar cómo la pertenencia a la Hispanidad fue forjando la identidad nacional por siglos, y cuánto influyó en la configuración de lo que los historiadores del derecho llaman “Constitución viva”, “constitución histórica” o “constitución no escrita”.

En un considerable sector de la elite política y cultural chilena, está arraigada la idea de que en torno al rol que el texto constitucional -la “Constitución escrita” en contraposición a la histórica o no escrita-, esto es, una suerte de pacto fundante capaz de moldear un país. Esta herencia del pensamiento político de la Ilustración, si no es matizada con la realidad, puede terminar por llevarnos al extremo de contar con textos constitucionales que no hacen sentido a la inmensa mayoría, entre otras razones, por no tener una conexión con la realidad nacional. Como señaló el intelectual estadounidense Russel Kirk, si bien la mayoría de la gente piensa que una constitución es un documento escrito, en realidad, las constituciones pueden no estar contenidas en un solo documento, sino que estar compuestas de antiguas costumbres, convenciones, cartas, estatutos y hábitos de pensamiento. Como nación bien, haríamos en adoptar esta perspectiva, de manera de entender que la Constitución no puede ni debe ser reducida simplemente a un texto, ni mucho menos que dicho texto tiene la capacidad de moldear automáticamente el alma de la nación.

En efecto, así como durante el período de ensayos constitucionales (1811-1833) el naciente constitucionalismo chileno se orientó a replicar elementos de la Constitución de Estados Unidos, de las Constituciones de Francia de 1791 y 1793 y de la Cádiz de 1812, a modo de imitación de las corrientes de pensamiento político en boga; durante el actual proceso constitucional existió y todavía sigue existiendo el peligro de copiar soluciones constitucionales de otras latitudes que no se condicen con la realidad nacional. Y esto sin duda fue lo que ocurrió con materias como la plurinacionalidad adoptada por la Convención Constitucional.

Es pertinente aclarar que la existencia de una constitución no escrita o histórica no es un candado que impida innovar en materia constitucional -o legal-, sino que solo es un elemento importante a considerar a la hora de obsesionarnos con plasmar en la carta fundamental -o en leyes- elaboraciones teóricas que se inspiran en otras latitudes o que sencillamente reducen la solución de problemas complejos a una norma jurídica. No se apela a no introducir cambios, muy por el contrario, se apela a entender que si se quieren hacer cambios, se debe desechar la vieja práctica de importar sin reflexión crítica instituciones extranjeras porque en otras latitudes han resultado exitosas. Asimismo, se trata de evitar la eliminación sin más de instituciones que encuentran explicación de su arraigo en la identidad nacional, y que han devenido con el tiempo en elementos del entramado institucional por desempeñar una función concreta.

En este sentido, reconocer que Chile y su identidad son frutos del proceso y legado de su incorporación al mundo hispano y que tiene por resultado el
surgimiento de una nueva realidad, puede ser útil para identificar la constitución no escrita. ¿Por qué es valioso identificar esta constitución no escrita en estos momentos de cambio constitucional? Básicamente, porque tanto la duración como el éxito de una constitución dependerá de qué tanto refleje la identidad nacional, y para ello la experiencia y pensamiento de épocas anteriores juegan un papel importante a la hora de ilustrar a la generación presente -aquella que redacta el texto- la constitución no escrita.

Tanto en los albores de la vida republicana como ahora en este momento, pareciera ser que se repite la lección en materia constitucional: si el constitucionalismo escrito se aparta radicalmente de la constitución histórica, bajo la premisa de que la única solución es partir desde cero, es altamente probable que el texto constitucional corra el riesgo de no cumplir con las expectativas que genera en la ciudadanía.

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