Columna de Álvaro Iriarte: El viento de cola no es suficiente

Por Álvaro Iriarte

29.04.2024 / 14:08

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El director de Contenidos del Instituto Res Publica enumera tres errores comunes que podrían terminar eliminando la ventaja con que parten las fuerzas opositoras de cara a las elecciones: la calidad de los candidatos, los temas de la campaña y la incapacidad de identificar al adversario político en la vereda del frente y no entre aliados.


Con la inscripción de primarias del oficialismo y de la oposición, así como con una serie de polémicas de candidatos que van, que se bajan o que terminan siendo reemplazos, se ha dado inicio formal al proceso electoral 2024. Si bien este año solo se determinará la composición de los gobiernos municipales y regionales en todo el país, existe un interés en los resultados de cara a la elección presidencial que Chile tendrá en 2025.

El clima de opinión pública así como diversos sondeos y encuestas muestran que el gobierno del presidente Gabriel Boric y su gestión tienen elevadas cifras de rechazo, que entre otras razones se explican en gran medida por la crisis de seguridad que atraviesa el país y que las fuerzas de izquierda y centroizquierda en el poder no han podido enfrentar de manera óptima. A esto se debe sumar el escándalo del Caso Convenios, una economía cada vez más desacelerada y un aumento sostenido de la informalidad laboral. Desde esta perspectiva, la oposición queda en un muy buen punto de partida en comparación con el oficialismo, de alguna manera se parte con cierta ventaja, o si se quiere, el viento de cola la favorece. Si nos guiamos por la experiencia nacional y comparada, pareciera que existen tres errores comunes y recurrentes que podrían terminar eliminando la ventaja con que parten las fuerzas opositoras y a la vez, generando oportunidades impensadas para el oficialismo.

En primer lugar, la calidad de los candidatos. Por esto debemos entender algo distinto a que sea un candidato competitivo, esto es, que marque en las encuestas y sondeos y que tenga posibilidades de ser electo. La calidad de un candidato está determinada por su nivel de preparación intelectual, por su conexión con la realidad local, por su experiencia de vida, entre una serie de otros elementos. Es evidente que un buen candidato en este sentido podría no ser competitivo y, por tanto, no necesariamente tiene que competir. Por el contrario, y lo que nunca debería suceder, es que un candidato que marca en los sondeos, pero no esté bien preparado, termine compitiendo en papeleta, en especial si es el único candidato de oposición. Existen mayores riesgos de mediano y largo plazo en llevar este tipo de candidatos y que terminan siendo elegidos a no llevarlos y perder una elección.

Un segundo punto son los temas de la campaña. Es necesario que la oposición articule un claro discurso en torno a los ejes en que decidirá enfrentar al gobierno y sus aliados. Sin lugar a dudas, una elección local, como la municipal, plantea un desafío mayor, pues se puede sostener que existen tantos ejes como comunas. Sin perjuicio del factor local, una buena estrategia implica buscar aquellos ejes y dinámicas que van más allá de los límites geográficos y territoriales. La crisis de seguridad y violencia que atravesamos, así como la corrupción con dineros fiscales, son dos buenos ejemplos. Es cierto que tradicionalmente se ha señalado que una elección local escapa a las dinámicas de una elección parlamentaria y presidencial, pero si se busca que los resultados de las elecciones locales sirvan para levantar un relato de castigo al gobierno de cara a las elecciones presidenciales del próximo año, se requiere hacer un esfuerzo adicional para concentrar la energía en la bajada local y regional de los temas país, como lo es la delincuencia y la inseguridad.

Un tercer último elemento es identificar claramente al adversario político en la vereda del frente y no entre aliados. Es evidente que la fragmentación del sistema político producto de las reformas introducidas por la presidenta Bachelet en su segundo mandato pueden hacer mucho más difícil este punto, toda vez que las rencillas y desavenencias personales pueden rápidamente traducirse en la creación de partidos políticos personalistas, haciendo más complejo la coordinación y negociación para enfrentar en unidad una elección determinada. Así, una cosa es que los votantes, en la intimidad de la cámara secreta al momento de emitir su voto, decidan libremente que el candidato no lo representa, o que el proceso de selección no fue lo suficientemente transparente, y que por eso no sean suficientes los votos para derrotar al oficialismo. Otra muy distinta es que los partidos políticos de oposición decidan negociar y tomar las decisiones en formato reality, esto es, públicamente y con abundancia de zancadillas, vetos y mala fe.

Esta situación suele ser bastante recurrente en la centro-derecha y en la derecha, y habrá que ver cómo opera en los nuevos proyectos políticos autodefinidos como de centro; surgidos con ocasión de la ruptura política que significó el proceso constituyente en especial la Convención Constitucional y el proyecto de constitución que terminó siendo rechazado por amplia mayoría en septiembre de 2022.

Ejemplos de lo dañino que puede llegar a ser este exceso de confianza por lo que se asume son malos números del gobierno de turno, existen en diversas experiencias. Uno reciente y muy interesante es la elección parlamentaria de Estados Unidos en 2022. Con los bajos números de aprobación del presidente Joe Biden, gobierno y el Partido Demócrata, sumado a lo que podríamos viento de cola para la opción representada por el Partido Republicano, y teniendo en considerando la experiencia histórica, diversos académicos, político, líderes de opinión y encuestas proyectaban una verdadera “marea roja”: una victoria aplastante del Partido Republicano -por el color con que se asocia la tienda en la cultura popular- que le permitiría recuperar el control del Congreso. Esto se traduciría en el término anticipado del gobierno de Biden y en la antesala del regreso de los republicanos al poder en 2024.

Finalmente esto no ocurrió. La oposición logró la victoria en la Cámara de Representantes por estrecho margen, y en el Senado el presidente Biden y los demócratas lograron romper el empate y quedar con mayoría simple, expandiendo su control sobre la cámara alta. ¿Qué pasó? Sin lugar a dudas muchas cosas, y cuya complejidad excede el objetivo de esta columna. Pero en resumen, y más allá de la figura del expresidente Donald Trump, falló la calidad de los candidatos, en especial en las elecciones al senado, el oficialismo logró encontrar temas de carácter nacional y llevarlos al plano local y el conflicto público y tóxico entre diversas alas o facciones del partido Republicano en especial en las primarias, dejó resentimiento vivo de cara a la elección general. Las fuerzas opositoras en Chile podrían terminar de la misma manera, lo que debería ser una señal de alerta.

No es suficiente partir con ventaja debido a que casi dos tercios de la opinión pública rechaza la gestión del presidente del Gobierno Boric. En la confianza está el peligro, y las fuerzas opositoras podrían cometer una serie de pequeños errores que a nivel agregado podrían significar que no llegue la tan esperada victoria o que esta no sea cumpla con las expectativas. Esto sería una inyección de oxígeno para el gobierno de turno, que le podría permitir revivir sus emblemáticas -y altamente ideológicas- reformas en el tramo final.