Por Álvaro Iriarte
EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

El fenómeno que ha causado Javier Milei con su elección como Presidente de Argentina ha abierto un sinnúmero de oportunidades de análisis no solo en la nación trasandina, sino que también en toda Latinoamérica y el mundo. Su llegada al poder y cómo avanza su gobierno están en constante escrutinio, tanto por partidarios y aliados como por detractores y adversarios.

Cuando presentó su candidatura, la intelectualidad y la élite política internacional no dudaron en calificarla como testimonial. Cuando comenzó a marcar en las encuestas, el discurso cambió a que era populista y que no pasaría a segunda vuelta, y que el efecto político sería otorgar la victoria al kirchnerismo en primera vuelta al dividir los votos de la oposición.

Luego, cuando pasó a segunda vuelta, sostuvieron que perdería con Sergio Massa, candidato del kirchnerismo que había logrado una sorpresiva victoria en la primera vuelta. Finalmente, cuando ganó la elección con el 55% de los votos válidamente emitidos, comenzaron a hablar que no llegaría a los 100 días. Ahora que ya cumplió 100 días en el poder, dejan flotar la idea de que podría no terminar su mandato.

La verdad es que hasta este momento ninguno de estos pésimos augurios se han materializado, y por tanto puede ser interesante abandonar esta forma de abordar el proyecto político y de  transformaciones que impulsa Javier Milei. Más aún, se hace necesario aquilatar con proyección de futuro lo que implica el “fenómeno Milei” para la política y en especial para las democracias representativas en un siglo que ha visto como estas retroceden ante diversas actualizaciones y versiones de modelos autoritarios y socialistas.

En estos primeros meses del gobierno del presidente Milei podemos encontrar algunas lecciones valiosas que todos los partidarios de la sociedad libre deben considerar a la hora de entrar en la contienda política. Esto por cuanto el éxito o fracaso del gobierno del economista trasandino repercutirá necesariamente en los diversos procesos eleccionarios que se desarrollarán a partir de 2024, incluyendo pero no limitando a Chile.

En primer lugar, se requiere un proyecto político claro, que permita un contraste con las propuestas autoritarias y socialistas que suelen encontrar tierra fértil en estas latitudes. Este proyecto que bien puede surgir y tener sus fundamentos en aspectos económicos, no puede limitarse a ellos si lo que quiere es alcanzar vocación de mayoría.

Debe proponer una visión de país, que se haga cargo de los miedos y aspiraciones de la población, mostrando con decisión qué son las reformas, las políticas públicas y las medidas inspiradas en las ideas de una sociedad libre y justa las que mejor pueden responder a las necesidades existentes.

En segundo lugar, la falta de una clara mayoría legislativa no puede ser la excusa para dejar de impulsar las ideas y propuestas propias, mucho menos la explicación para abrazar las de los adversarios. El caso del gobierno de Milei es paradigmático: no cuenta con mayoría en ninguna de las dos cámaras del Congreso de Argentina, y en el caso del Senado, el bloque kirchnerista domina ampliamente el panorama.

Pero esta situación no ha sido un problema para el presidente Milei y su equipo, como ha quedado demostrado al ingresar a tramitación el Decreto Nacional de Urgencia (DNU) y la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos – conocida popularmente como “Ley Ómnibus”-. Los proyectos se presentan de todas maneras a tramitación legislativa sabiendo que existe una posibilidad real de que fracasen, pero con la convicción y la decisión de abrir el debate sobre las reformas.

Para recuperar la confianza en las instituciones, -tanto el gobierno como los partidos políticos lo son- se requiere coherencia entre el discurso y las acciones. En este sentido, una democracia representativa puede cosechar valiosos dividendos si quien llega al poder prometiendo un cambio pone a disposición todos los medios y recursos para intentar cumplir las promesas con que compitió en la elección.

Al final del día, puede resultar más positivo perder una contienda política o ver rechazado un proyecto de ley en un momento en particular por falta de votos en el Congreso habiendo tomado medidas, a simplemente no presentar reformas o iniciativas porque “no están los votos” o “por que el gobierno no puede tener un revés en el Congreso”. La batalla por una sociedad libre y verdaderamente justa es de largo alcance, y puede ser necesario más de una discusión, reforma o iniciativa sobre el mismo tema.

En tercer lugar, se pueden forjar alianzas políticas y sociales sin que eso implique abandonar las ideas y principios centrales del proyecto propio. En momentos en que en todas las democracias representativas la política identitaria y el sentimiento de tribu profundizan muchas veces la atomización de los grupos políticos, es muy valioso evitar caer en purismo y fundamentalismos que finalmente terminan por bloquear cualquier avance de reforma y transformación porque no existe una plena coincidencia en el proyecto político o en los principios que lo inspiran.

En Latinoamérica y en Chile, los diversos grupos que dan vida a la actividad de los partidarios de una sociedad libre históricamente parecen más preocupados de someter a pruebas de pureza o de ortodoxia a los posibles aliados, que de unir fuerzas para detener el avance del marxismo o del autoritarismo. En lo que podríamos llamar una verdadera “batalla de etiquetas” se termina por perder el horizonte.

Un buen punto de partida puede ser aceptar alianzas por temas, más que exigir adhesión plena a un proyecto político. Se trata de buscar alianzas estratégicas en aquellos temas en donde no obstante las diferencias que pueden existir entre liberales clásicos, libertarios, conservadores liberales y tradicionalistas, existan puntos de encuentros muy importantes y que, al mismo tiempo, presenten una clara oportunidad para diferenciar de las izquierdas y su visión ideológica de la sociedad.

Javier Milei como presidente de Argentina mantiene un proyecto de transformación del país para sacarlo de años de postración debido a la influencia del peronismo por décadas y a la captura kirchnerista del aparato estatal. Asimismo, ha dado muestras poco comunes en política -especialmente en política latinoamericana- de coherencia entre el discurso de campaña y su actuar como primer mandatario. Finalmente ha salido a buscar alianzas más allá de su base de apoyo tradicional y de su partido La Libertad Avanza.

Desde esta perspectiva, desafía los convencionalismo políticos arraigados en las democracias latinoamericanas y marca un verdadero punto de quiebre con otros proyectos políticos recientes que aspiran a levantar los ideales de una sociedad libre y justa pero que no logran sacudirse de los atavismos propios de décadas de intervención, monopolio o preeminencia estatal en las sociedad en desmedro de las personas y grupos intermedios.

Si el presidente Milei logra avanzar aunque sea una parte de sus reformas económicas y sociales en Argentina, de seguro abrirá la puerta para otros proyectos latinoamericanos que apunten en dirección hacia una economía de libre mercado, una focalización de las políticas sociales y el gasto público, y en definitiva, a controlar el tamaño del Estado en la vida nacional.

Desde este punto de vista, bien podría convertirse en la ‘revolución latinoamericana’ del siglo XXI, proyectando su influencia en la región tal y como lo hiciera en la segunda mitad del siglo XX la Revolución Cubana.

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