Fabiany Herrera, Héctor Palma-Castro/Edwin-Alberto Cadena, Diego Cómbita-Romero

(CNN) — Antiguos fósiles vegetales que desconcertaban a los científicos han resultado no ser plantas después de todo, según revela una nueva investigación publicada en la revista Palaeontologia Electronica.

En su lugar, estas pequeñas formas redondeadas eran caparazones de tortugas bebé que vivieron en la época de los dinosaurios. Los científicos han bautizado a esta especie de tortuga como “Turtwig”, en honor a un personaje de Pokémon que es mitad tortuga y mitad planta.

Según los autores del estudio, es la primera vez que se encuentran caparazones de tortugas bebé en el noroeste de Sudamérica.

“En el universo Pokémon, uno se encuentra con el concepto de combinar dos o más elementos, como animales, máquinas, plantas, etc”, dijo el autor principal de la investigación, Héctor Palma-Castro, estudiante de posgrado de Paleobotánica en la Universidad Nacional de Colombia, en un comunicado.

“Así, cuando se tiene un fósil inicialmente clasificado como una planta que resulta ser una tortuga bebé, inmediatamente vienen a la mente algunos Pokémon. En este caso, Turtwig, una tortuga bebé con una hoja pegada a la cabeza”.

Pero ha hecho falta algo de investigación para resolver este misterio paleontológico que comenzó hace décadas.

Lugar equivocado, momento equivocado

Todo empezó cuando el sacerdote colombiano Gustavo Huertas descubrió los fósiles en la Formación Paja. La formación es parte de uno de los sitios del patrimonio geológico de Colombia denominado Lagerstätte de Reptiles Marinos del Ricaurte Alto.

Entre los fósiles descubiertos anteriormente en el yacimiento figuran dinosaurios, plesiosaurios, pliosaurios, ictiosaurios, tortugas y parientes de cocodrilos denominados crocodilomorfos, datados en el Cretácico Temprano, hace 113-132 millones de años.

Huertas recolectó fósiles y rocas en el yacimiento, cerca de la localidad de Villa de Leyva, desde la década de 1950 hasta 1970. Cuando encontró las rocas con hojas, las consideró una planta fósil. Y describió los especímenes como Sphenophyllum colombianum en un estudio de 2003.

Pero otros científicos se sorprendieron al saber que la planta se había descubierto en el norte de Sudamérica y databa de hace entre 113 y 132 millones de años. Según los registros fósiles, esta planta desaparecida, que en su día se extendió por todo el mundo, se extinguió hace más de 100 millones de años.

Investigaciones anteriores sobre la planta habían demostrado que sus hojas tenían forma de cuña con venas que salían de la base de la hoja.

La edad y la ubicación de los fósiles intrigaron a Palma-Castro y a Fabiany Herrera, conservador adjunto de paleobotánica del Negaunee Integrative Research Center del Museo Field de Historia Natural en Chicago.

Herrera colecciona y estudia plantas del Cretácico Temprano (hace entre 100,5 y 145 millones de años) en el noroeste de Sudamérica, una parte del continente en la que se realizan pocas investigaciones paleobotánicas.

Ambos fósiles, de unos 5 centímetros de diámetro, se encontraban en colecciones del departamento de Geociencias de la Universidad Nacional de Colombia. Mientras Herrera y Palma-Castro examinaban y fotografiaban los fósiles, pensaron que algo les parecía extraño.

“Cuando se observan con detalle, las líneas que se ven en los fósiles no se parecen a las venas de una planta: estaba seguro de que lo más probable es que se tratara de hueso”, comentó Herrera, autor principal del estudio.

Resolver un misterio fósil

Herrera se puso en contacto con su colega Edwin-Alberto Cadena, profesor titular y paleontólogo que estudia las tortugas y otros vertebrados en la Universidad del Rosario de Bogotá, en Colombia.

“Me enviaron las fotos y dije: ‘Esto parece sin duda un caparazón’, la parte superior ósea de la concha de una tortuga”, explicó Cadena, coautor del estudio. “Dije: ‘Bueno, esto es extraordinario, porque no solo se trata de una tortuga, sino que además es un espécimen recién nacido, es muy, muy pequeño'”.

Cadena y uno de sus estudiantes, Diego Cómbita-Romero, de la Universidad Nacional de Colombia, compararon los fósiles con los caparazones de otras tortugas extinguidas y modernas.

“Cuando vimos el espécimen por primera vez me quedé asombrado, porque al fósil le faltaban las marcas típicas de la parte exterior del caparazón de una tortuga”, dijo Cómbita-Romero, coautor del estudio. “Era un poco cóncavo, como un cuenco. En ese momento nos dimos cuenta de que la parte visible del fósil era el otro lado del caparazón, estábamos viendo la parte del caparazón que está dentro de la tortuga”.

Durante el análisis de los caparazones, los investigadores determinaron que las tortugas tenían como mucho un año cuando murieron.

Según Cómbita-Romero, a medida que las tortugas jóvenes se desarrollan, sus ritmos de crecimiento y tamaños pueden variar. Pero es raro encontrar restos de tortugas jóvenes porque los huesos de sus caparazones son muy delgados.

“Estas tortugas eran probablemente parientes de otras especies del Cretácico que medían hasta 4,5 metros de largo, pero no sabemos mucho sobre cómo llegaron a alcanzar tamaños tan gigantescos”, detalló Cadena.

Los investigadores no culparon a Huertas por clasificar erróneamente los fósiles como plantas. Lo que él creía que eran hojas y tallos eran las vértebras y costillas del caparazón de una tortuga.

“Resolvimos un pequeño misterio paleobotánico, pero lo más importante es que este estudio demuestra la necesidad de volver a estudiar las colecciones históricas en Colombia. El Cretácico Temprano es una época crítica en la evolución de las plantas terrestres”, señaló Herrera.

El próximo objetivo del equipo de investigación es descubrir los bosques que una vez crecieron en la región.

“En paleontología, la imaginación y la capacidad de asombro se ponen siempre a prueba”, indicó Palma-Castro. “Descubrimientos como este son realmente especiales porque no solo amplían nuestros conocimientos sobre el pasado, sino que abren una ventana a las diversas posibilidades de lo que podemos descubrir”.

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